Epílogo
30 diciembre 2009
Le dolían las patas. Llevaban días galopando por todo el continente. Cada año era lo mismo, y estaba harto. Pero respetaba profundamente a su padre, así que jamás le había discutido lo más mínimo la importancia de este ritual. Mientras corría, intercambió una mirada con su hermano, que le hizo una mueca de cansancio bastante graciosa. Ambos rieron en silencio, y entonces continuaron trotando.
Su padre era un héroe. No solo defendía el cañón desde hacía cientos de años, sino que una vez, según cuentan todas las historias, había participado en la salvación del Planeta. Él había sido uno de los ocho responsables de la destrucción del mal que un día amenazó con destruir el mundo; el único que seguía con vida.
Su padre, un anciano pero vigoroso animal, les hacía viajar al continente oriental una vez al año. Desde Junon debían correr sin descanso por las angostas tierras del norte del continente hasta una gran jungla donde, según su padre, un día se alzó una gran ciudad llamada Midgar. Se decía que había sido incluso más grande que Wu Tai, pero él no lo creía posible.
Al fin llegaron a su destino. Una colina desde la que se tenía una gran vista de la jungla. De entre los árboles y arbustos brotaban piezas metálicas oxidadas, los últimos resquicios de un antiguo imperio. Su padre inspiró hondo y rugió con fuerza, y una bandada de pájaros salió espantada para perderse en la inmensidad del cielo. Hacía un día claro y soleado.
Esta era la forma de rendir homenaje a los héroes salvadores en cada aniversario de la salvación del mundo. Estar ahí y sentir el aire en la cara hacía recordar a Nanaki de dónde venía, y hacia dónde se dirigía.