Capítulo XVI – Cuatro

9 noviembre 2007

– Al fin has despertado. Sabía que lo conseguirías, Nanaki.
– Abuelo, ¿Qué ha pasado?¿Dónde estamos?
– Estamos en un lugar sagrado, antes inaccesible. Gracias a ti la tribu Gi ha abandonado la parte posterior del cañón.
– En realidad yo…
– En realidad has demostrado ser digno de pertenecer a tu raza. Cuidado, ve despacio, las heridas sanan rápido, pero el dolor no.

Red se incorporó lentamente. Sentía dolor en cada músculo de su cuerpo y la cabeza le daba vueltas. Las heridas cicatrizaban a gran velocidad gracias a la Materia curativa del maestro Bugenhagen. Miró al cielo y pudo ver las estrellas que brillaban con un renovado esplendor aquella noche.

– ¿Estamos en Cosmo?
– Sí. La cueva que atravesaste conduce a la parte trasera del cañón. Por desgracia la tribu Gi había tomado este sitio y tuve que sellar la entrada hace mucho tiempo.

La brisa nocturna era agradable. La quietud de la noche dejaba oír los sonidos que se producían en las lejanas tierras del norte.

– ¿Sabes quien es? – dijo Bugenhagen señalando lo alto de una colina. Red vio la figura de un animal, atravesada por varias lanzas Gi. Era un estatua – Es Seto, tu padre. Cuando todos corrieron hacia lo más alto del cañón, él se quedó aquí, defendiéndolo hasta la muerte. Dio la vida porque los demás pudieran salvar la suya. Aún hoy su espíritu nos protegía de la amenaza fantasma.

Red miraba a su padre incrédulo. Se sentía un ser rastrero y despreciable. Había manchado el nombre de su padre creyéndose las historias que había oído y divulgándolas.

– ¡Lo siento, padre! – gritó con lágrimas en los ojos. Su voz era triste – ¡Siento haber pensado mal de ti!¡Jamás me he sentido más orgulloso de lo que me siento ahora al saber que soy tu hijo!¡El hijo del guerrero más valeroso del mundo!

Se oyó un aullido lejano. De los ojos de la estatua de Seto brotaron algunas lágrimas.

– ¿Has oído eso, abuelo?
– Yo no he oído nada.

Red corrió al encuentro de su padre. Subió a lo alto de la colina y se recostó en la estatua.

– Ya estoy aquí, padre. Siempre estaré a tu lado.

Aquella noche, una inmensa luna llena brillaba en el cielo. Red aulló tristemente durante horas.

Con las primeras luces del nuevo día, Cloud despertó deslumbrado. Un rayo de luz se colaba por un agujero de la persiana y le daba de lleno en la cara. Se incorporó y vio a Tifa que entraba con una palangana.

– Buenos días, Cloud. He lavado tus pantalones, estaban que daban pena – la muchacha sacó de la palangana y se los enseñó a Cloud. Estaban limpios y relucientes – Ya que estaba te he lavado la camisa y eso… ¿Te molesta?
– No – Cloud pensó que un simple «no» era algo seco para agradecérselo -, muchas gracias, Tifa.
– De nada, tonto – Tifa le sonrió sinceramente, con una ternura sin igual.

Yuffie dio varias vueltas bruscamente bajo su sábana y finalmente se despertó.

– ¡Eh! – gritó – ¿Qué es lo que Red fue a ver? No he pegado ojo intentando adivinarlo.
– Red aún no está aquí – respondió Tifa.
– Creo que será mejor que partamos sin él. No tenía intención de acompañarnos más allá de Cañón Cosmo.
– ¿Sin despedirnos? – dijo Yuffie exagerando su expresión de lástima.
– No sabemos cuando aparecerá.

Tras un desayuno en grupo en la posada Starlet, todos rehicieron las mochilas y se aprovisionaron en las tiendas. Se reunieron cerca de la Llama de Cosmo. El sol brillaba con fuerza. Cuando se disponían a partir vieron a Red bajando las escaleras a toda prisa.

– ¡Esperad! – gritaba – ¡Voy con vosotros!

Cuando llegó abajo todos hicieron corrillo a su alrededor.

– ¿Qué era aquello que debías ver? – preguntó Yuffie ansiosa.
– Debía ver la verdad – a Yuffie no le convenció demasiado esa respuesta -. Mi abuelo me ha hecho ver la verdad. Debo continuar el viaje con vosotros. Aún no soy lo suficientemente fuerte para defender el cañón.
– Puede que no volvamos en mucho tiempo, ¿Estás seguro? – le preguntó Cloud.

Red recordó lo ocurrido la noche anterior…

«- Así que tu invocación te salvó la vida. Tuviste suerte, sin duda.
– Lo sé, abuelo.
– Supongo que ahora te has convencido de que todavía es temprano para ti.
– Así es, deseo hacerme más fuerte.
– Nanaki… – prosiguió el anciano mientras se acariciaba la barba – Sinceramente, creo que este planeta está sentenciado. Hagamos lo que hagamos, morirá. Pero, quizá podamos alargar su vida y calmar su sufrimiento, ¿No crees?
– Sí – Red estaba algo descolocado.
– Yo estoy viejo para estas cosas, pronto cumpliré mis 130 años. Mi hora de volver al planeta se acerca.
– ¡No digas eso abuelo! No podría seguir sin ti.
– ¡Basta, Nanaki! Debes hacer fuerte tu espíritu si quieres hacer algo por el planeta. Llegará el día en que yo no estaré aquí, pero deberás continuar. Cloud y los demás luchan por el planeta. Quieren detener a Sephiroth y luchar contra Shin Ra.
– Así es.
– Deseo que les acompañes y les ayudes en todo lo posible. Hazlo por mí, Nanaki.»

– Estoy seguro. Partamos cuanto antes.

Y así el grupo abandonó Cañón Cosmo. Red echó un último vistazo a su hogar antes de subir en el buggy. Miró hacia el observatorio. «Volveré a defenderte, abuelo, como hizo mi padre.».