Subieron las escaleras frías y metálicas que conducían a la plataforma que había a la altura del panel de control del cañón. Soplaba un viento helado, algo que, estando en Midgar, era totalmente inusual. De vez en cuando podían escuchar el estruendo que producía el alto voltaje que viajaba por los gruesos cables de alimentación. Más de una vez pudieron ver un rayo que recorría la superficie del cañón; tal era la carga eléctrica del ambiente.

Cuando llegaron encontraron al científico mirando la pantalla del ordenador. Ni siquiera advirtió la presencia de los recién llegados. O quizás sí, pero no le importaba. Sin duda lo que había en aquella pantalla era lo más importante para Hojo en aquel momento. Cuando se disponía a teclear Cloud gritó.

– ¡Hojo! Detente.

El científico resopló y entornó los ojos, como si aquello fuese lo más molesto que podría haberle pasado. De hecho, lo era.

– Pfff… el fallo.
– Al menos podrías tener la decencia de recordar mi nombre. Me llamo Cloud.
– Cada vez que te veo – le dijo el científico mirándole por encima de las gafas – me duele haber tenido tan poco olfato científico. Siempre te he considerado un error, pero eres el único clon de Sephiroth que ha sobrevivido sin enloquecer.

Tifa se llevó la mano a la boca.

– ¡Eso no importa ahora! – repuso Cloud intentando mantener el tono de su voz – Debes detener esta locura.
– ¿Locura? ¿Qué locura? – le dijo el científico con una mueca de aversión – Ah, esto… Sephiroth está concentrando toda la energía que puede. Yo solo le voy a echar una mano con esto – señaló el cañón.
– Pero, ¿por qué? ¿por qué esta locura?
– ¡Haz el favor de respetar mi trabajo! – le espetó el hombre de las gafas con furia – Esto no es ninguna locura, imbécil. No pretendas entenderlo, tienes un intelecto demasiado limitado – giró la cabeza y miró la pantalla de nuevo -. El nivel de carga está al 83%. Está yendo demasiado lento – volvió a mirar a Cloud, esta vez con un semblante más sereno -. Mi hijo necesita energía. Esa esa la única razón.

Los rostros de los miembros de Avalancha se ensombrecieron. Tras unas miradas que intentaban confirmar que todos habían oído lo mismo, Cloud volvió a hablar.

– ¿Tu hijo?
– Aunque él no lo sepa – el hombre se levantó de la silla – ¡JA JA JA JA JA JA! – rió a carcajadas, su expresión era demencial – ¿Qué pensaría si se enterase? ¿Qué crees que haría? Siempre me miró por encima del hombro, ¡JA JA JA JA!
– ¿Sephiroth… es tu hijo? – Cloud no salía de su asombro.
– Ofrecí a mi mujer embarazada al proyecto JÉNOVA del profesor Gast. Cuando Sephiroth todavía se estaba gestando se le inyectaron células de Jénova, ¡JA JA JA!
– No puedo creerme que hicieras eso – le dijo Vincent con los ojos húmedos.
– Eso es un crimen – le dijo Cloud -. Sentenciaste a Sephiroth.
– Te equivocas, no fue un crimen. Fue mi deseo como científico. Mi deseo de convertirme en un científico brillante se sobrepuso a mi deseo de… cuidar de mi hijo, je je je je – la locura que dormía en el subconsciente de Hojo se adueñó finalmente de su cara, deformándola en una extraña mueca entre el dolor y la risa.
– Ya basta – dijo Vincent adelantándose a todos. Apuntó a Hojo con su rifle y se dispuso a volarle la cabeza.
– ¡JA JA JA! ¿Sabes qué? Sabía que vendríais. ¡Me he inyectado células de Jénova en mi propio cuerpo! ¡JA JA JA! Y creo que ya están haciendo efecto.

El cuerpo encorbado de Hojo empezó a erguirse; sus músculos, a hincharse. Vincent disparó el rifle e impactó de lleno en la cabeza del científico. Pero cuando el humo de la explosión se hubo disipado, la cara de Hojo resurgió intacta. No solo eso, parecía más joven. Las gafas se habían pulverizado, pero el científico se dio cuenta de que ya no las necesitaba. Su pelo se llenó de mechas blancas.

– ¡JA JA JA! ¡Soy invencible!

Se produjo un sonido burbujeante en el interior del cuerpo de Hojo. Éste se miró instintivamente el vientre y luego miró al grupo. Todos dieron un paso atrás. De pronto la piel blanca de Hojo se tornó verde. Los músculos de su cuerpo empezaron a tensarse y a relajarse de forma incontrolada. Las piernas dejaron de responderle y cayó al suelo. De pronto se oyó un sonido harto desagradable que hacía pensar que los huesos de su cuerpo estaban rompiéndose, pero no era así: se estaban licuando. El cuerpo de Hojo se volvió amorfo, como si se estuviese derritiendo. Los ojos salieron de sus cuencas y la boca se deslizó cuello abajo y acabó a la altura del ombligo. Por los agujeros nasales empezó a brotar un líquido de color marrón. Aunque pareciese increíble, seguía vivo.

Cloud y Vincent se aproximaron con cautela. Rodearon el cuerpo deshecho. Cloud miró a Vincent y éste asintió con la cabeza. El ex-shinra desenvainó su espadón y se lo clavó a Hojo. Todo terminó.

– Su propia locura provocada por el sentimiento de culpa ha terminado con él – declaró Vincent solemnemente.
– Así es. Probablemente sabía que todo acabaría así. Su confesión pre-mortem dice mucho sobre la carga de conciencia que ha llevado durante toda su vida. Ha querido sufrir del mismo modo que su hijo las consecuencias de llevar a Jénova en la sangre.

El resto del grupo se reunió con ellos.

– Joder, qué puto asco – dijo Barret -. Vámonos de aquí. Shin Ra está acabada. Además, Hojo, o lo que sea esta cosa, apesta, coño.

Salieron de Midgar a través de los suburbios. Las cosas no habían cambiado demasiado en los últimos tiempos bajo la placa. Abrieron un boquete en el muro que contenía a la gente en los suburbios para regocijo de los contrabandistas y narcotraficantes del lugar. Vientofuerte les esperaba con Cid sentado junto a las escaleras, fumando. Le hicieron un resumen de los hechos y Vientofuerte se elevó una vez más. Una vez en el puente de mando, todos esperaban las indicaciones de Cloud. Red aullaba.

– El tiempo juega en nuestra contra – empezó a decir Cloud mirando el enorme meteorito que parecía estar a punto de colisionar con el Planeta -. Según las cuentas de Bugenhagen, en este momento queda una semana para el impacto – silencio. Cloud se dio la vuelta y se dirigió a todos -. ¿Por qué estamos luchando? – la pregunta provocó gran desconcierto -. Por salvar el Planeta. Por el futuro de la humanidad. Sí, todo eso está muy bien, pero, ¿es realmente así? Para mí esto es algo personal. Necesito destruir a Sephiroth y enterrar mi pasado – suspiró -. He estado pensando y creo que cada uno de nosotros está luchando por algún motivo personal. Un motivo en forma de persona, de cosa o de lugar que nos es preciado, y que no queremos ver destruido. Y eso es lo que hace que no cejemos en nuestra misión.

Tras unos momentos de reflexión, Barret tomó la palabra.

– Tienes razón. Suena muy bien lo de salvar el Planeta, lo de luchar por la humanidad… pero yo soy quien hizo explotar aquel reactor. Por culpa de mis acciones rebeldes muchas personas inocentes murieron, incluyendo a mis amigos. Biggs, Jesse, Wedge. Visto en el tiempo, no creo que fuese la mejor forma de hacer las cosas. En realidad todo era un acto de venganza por lo que Shin Ra le había hecho a Corel.

–  Actuaste como creías que era mejor. No te culpes. Ahora Shin Ra está acabada, y sin embargo aquí estás, a nuestro lado. ¿Por qué luchas ahora, Barret?

– Por Marlene, por supuesto. Por su futuro.

– Escuchadme todos – prosiguió Cloud -. Quiero que todos encontréis el motivo de vuestra lucha. Dejaréis la nave, y pasaréis las que podrían ser las últimas horas con vuestros seres queridos o vuestras tierras natales. En dos días Vientofuerte volverá a buscaros. Si habéis encontrado un motivo para luchar a mi lado, seréis bienvenidos de vuelta. En cualquier otro caso sois libres de no regresar. No os lo reprocharé.

Tras digerir las palabras de Cloud, todos decidieron adónde marcharían. Barret fue el primero en marcharse de la nave. Marlene se hallaba en Kalm, justo al lado de donde se encontraban. Red expresó su deseo de ir a Cañón Cosmo con su abuelo. Yuffie iría a Wu-Tai con su padre. Vincent decidió ir a Nibelheim, necesitaba investigar en la Mansión Shin Ra. Cid se quedaría en Vientofuerte, pues era su único hogar, y no pensaba separarse de él.

Viajaron hacia el este durante unas horas hasta la isla de Wu-Tai, donde se despidieron de Yuffie. En solo unas horas más se hallaban al norte del continente del oeste. Vincent quiso bajar cerca de la costa y alcanzar Nibelheim a pie para que no tuvieran que desviarse demasiado para ir a Cañón Cosmo, donde dijeron adiós a Red. Ya solo quedaban Cloud, Tifa y Cid.

– ¿Y bien? ¿Dónde vas a ir tú? Creí que querrías bajar en Nibelheim, con Vincent – le dijo Cloud.
– Estoy sola en el mundo. Ya no me queda nadie. Tú eres todo lo que tengo. Si estas pueden ser mis últimas horas, quiero pasarlas a tu lado.
– Te advierto de que en estos días voy a hacer algo más que reflexionar.
– ¿Ah sí? Y, ¿de qué se trata esta vez?
– Voy a recoger la Materia de los Caballeros de la Mesa Redonda.