Capítulo XXII – Cuatro

9 noviembre 2007

La pantalla volvió a mostrar a Ifalna, pero esta vez llevaba a un bebé en los brazos.

– ¿Otra vez con esa cámara? – se quejó ella.
– Compréndelo, cielo. Nuestra hija no será siempre así de pequeña. Quiero tenerlo todo filmado.
– Sí, no será siempre así. ¿Sabes? Aerith es una niña distinta a todos los demás. Me pregunto qué peligros le deparará el futuro – Ifalna miraba a su hija como si ya pudiera ver una sombra de peligro cerniéndose sobre ella.
– Nunca ocurrirá nada, porque yo estaré aquí para protegeros. Vosotras sois todo lo que tengo.

Toc toc. Alguien llamó a la puerta.

– ¿Cómo osan molestarnos en nuestro tiempo libre? – se quejó el hombre-cámara.
– Tranquilo cariño, yo les diré que se marchen.

Ifalna se dirigió hacia la puerta y la cámara la siguió. Cuando abrió un rifle apuntó a su cabeza. Ella retrocedió lentamente, apretando a Aerith contra su pecho.

– Cariño… son ellos.

Dos soldados de Shin Ra entraron en la estancia con los rifles en alto. En ese momento la cámara cayó al suelo. Por suerte podía verse bastante bien la escena, aunque algo de lado. Cloud inclinó la cabeza para seguir viendo el vídeo. Entonces vio que el profesor Hojo entraba en escena.

– ¿Cómo se encuentra la muestra? He esperado pacientemente dos años para conseguirla. ¿La puedo ver?

Entonces el hombre que hasta entonces permaneciera en el anonimato tras la cámara se reveló. Corrió hacia Hojo para interponerse entre él e Ifalna. Era el profesor Gast.

– ¿Muestra? No te referirás a MI HIJA, Aerith? – Gast cogió a Hojo por el cuello de la camisa.
– ¿Aerith? Bonito nombre.
– ¡Como le hagas algo a…! – un soldado de Shin Ra le puso la punta del rifle en la sién.
– Sea sensato, profesor Gast – le dijo Hojo.

Ifalna dejó a Aerith en el suelo, envuelta en una pequeña manta y se arrodilló ante Hojo.

– Escucha, Hojo. Es a mí a quien realmente quieres. Por favor, llévame a mí. Deja en paz a mi hija.
– ¡Nooooo! – aulló el profesor Gast.
– Te necesitaré para el resto de tus días en mi laboratorio. Deberás colaborar en todo lo que te pida – le explicó el profesor Hojo.
– De acuerdo – Ifalna estaba llorando en silencio.
– ¡No lo hagas! ¡Ifalna! – Gast estaba al borde de la locura.
– Es lo mejor para nuestra hija, cariño – le dijo amablemente Ifalna -. Cuídala bien.
– No… – el profesor Gast se arrodilló en el suelo, impotente.
– ¡Qué enternecedor! – comentó Hojo con sorna – ¿Qué es eso? – dijo mirando a la cámara – Bonita cámara. Soldado, destrúyala.

Uno de los soldados apuntó hacia la cámara y el vídeo terminó.

Cloud quedó pensativo mientras su ira y su rabia hacia Hojo aumentaban. «Lo tuve al alcance de mi hoja en Costa del Sol» pensó, «debería haberlo matado». Recordó el secuestro de Aerith en Midgar y la obcecación de Los Turcos por atraparla. «Ahora lo entiendo todo». Recordó la historia de la madrastra de Aerith, Elmyra. Encontraron a la madre de Aerith en los suburbios de Midgar. Había escapado del laboratorio. Todo encajaba poco a poco.

Lo que Cloud no sabía es que todavía no odiaba al profesor Hojo ni una centésima de lo que lo odiaría en el futuro…