Capítulo V – Siete

7 noviembre 2007

Subieron por una escaleras mecánicas en dirección a la puerta de salida. Tenían que esquivar mesas y demás objetos que les lanzaba la enfurecida criatura. Cloud miró al especimen con cierta compasión. «De qué modo habrá sido creado. Cuánto sufrimiento debe haber soportado.».
La puerta no se abría.

– ¡Maldición! Hojo nos ha encerrado – dijo Barret golpeando la puerta.
– ¿El ascensor de especímenes? – dijo Tifa.
– Ni hablar, yo no bajo ahí por nada del mundo – Barret miraba a la enorme criatura que avanzaba poco a poco. Le costaba moverse pero su fuerza era descomunal.
– ¿Tenéis Materia? – preguntó el animal rojo.
– Sí – dijo Cloud, sorprendido de que un enorme gato le hiciera una pregunta como aquélla – tengo varias mágicas elementales y una combinable TODOS.
– Déjame una elemental de fuego, por favor.

Cloud abrió el estuche que había en el mango de su espada y seleccionó una pequeña bola verde semitransparente. Se la entregó al felino.

– Gracias – el gato se sacó con gran destreza una especie de pendiente que le rodeaba la oreja. Cogió la Materia con la boca y la metió dentro.
Se planto delante de la puerta concentrado con los ojos cerrados. De repente, un tentáculo de la bestia cogió a Tifa por el tobillo.

– ¡Tifa! – Barret empezó a disparar al monstruo pero las balas no le afectaban.

Cloud dejó a Aerith en el suelo y saltó hacia abajo. Se plantó delante del monstruo.

– Suéltala.

La bestia escupió un chorro de una especie de mucosidad venenosa que Cloud esquivó sin problemas. Tifa se estaba mareando de dar vueltas cogida del tobillo.
Una gran explosión que provenía de arriba captó su atención.

– Cloud, ¡lo ha hecho! Ese gato ha reventado la puerta de un fogonazo – gritó Barret.
– Coge a Aerith y largaos de aquí. Yo iré ahora.
– Pero…
– ¡Hazme caso! – dicho esto, Barret cogió a Aerith en brazos y salió corriendo con el animal.

Cloud saltó, y con rápidos y precisos movimientos de espada empezó a cercenar los tentáculos de aquella aberración viviente. La bestia chillaba escandalosamente y empezó a echarse atrás. Con un último corte el tentáculo que sostenía a Tifa cayó al suelo junto con ésta.

– Larguémonos – le dijo a Tifa.

Echaron a correr escaleras arriba cuando la bestia emitió un sonido realmente desagradable. Parecía estar vomitando. Unos insectos gigantes salían de lo que parecía ser su boca. Eran como escarabajos amarillentos con grandes ojos negros que parecían dos burbujas. En breve los insectos corrieron hacia ellos moviento sus seis patas a toda velocidad.

Huían lo más rápido posible por los pasillos mientras oían a los insectos acercarse. Cloud se giró y vio como les ganaban terreno. Al llegar a una bifurcación vieron al resto del grupo.

– ¡Apartaos! – gritó Barret.

Se apartaron uno hacia cada lado y un torrente de fuego brotó desde el felino rojo, abrasando a los insectos y a todo lo que hubiera más allá en el pasillo.

– Vamos al ascensor de la planta 66 – dijo Cloud en tono apremiante mientras buscaba el camino hacia las escaleras.

Bajaron las escaleras de tres en tres. Cloud miraba de reojo a Aerith que yacía inconsciente en los brazos de Barret.

– Se pondrá bien, lo hemos conseguido – le decía Barret en tono tranquilizador.

Llegaron a la planta 66. El ascensor estaba allí esperándoles. Entraron y todos se quedaron maravillados con la visión de Midgar que había. El ascensor era totalmente de cristal y pasaba por la fachada del edificio central de la ciudad. La sensación era de vértigo.
Pulsaron el botón de la planta 0 y esperaron. Las puertas se cerraron pero el ascensor no se movió. Lo pulsaron de nuevo. Nada. Las puertas se abrieron y allí había dos hombres trajeados que entraron en el ascensor.

– Ha debido ser muy emocionante, chicos. Ahora todos fuera.

Era Zeng, de Los Turcos. A su lado estaba Ruda. Barret estaba dispuesto a empezar una batalla pero Cloud le cogió del brazo.

– No, Barret. Nos han vencido.
– La Anciana, si eres tan amable – Ruda extendía los brazos.

Barret le entregó a Aerith muy a su pesar. Ruda desapareció con ella.

– Les tenemos – dijo Zeng hablando por teléfono – Acompañadme.