Capítulo XXVII – Diez

9 noviembre 2007

Los habitantes de Fuerte Cóndor celebraron su victoria. Aunque había habido muchas bajas, habían podido librarse de Shin Ra una vez más. Algunos lloraban por sus familiares caídos mientras otros ayudaban a llevar a la enfermería a los que todavía tenían una oportunidad. El grupo usó su Materia curativa para sanar a aquellos con heridas más leves. Estaban exhaustos.

El Cóndor gigante despertó y batió sus alas. Su graznido hizo que todo el mundo mirase hacia el nido. El huevo que incubaba con recelo desde hacía años se estaba resquebrajando. Una luz brotó por entre las grietas e impactó sobre el pecho del cóndor. Éste cayó fulminado. Su propio peso lo hizo girar sobre sí mismo. Cayó por el borde. La gente se apresuró a salir de su trayectoria. El enorme cuerpo cayó lenta y pesadamente y arrastró todo cuanto se encontró. Descendió hasta la falda del fuerte y allí quedó tendido. El símbolo que daba nombre al fuerte acababa de desaparecer. Pero cuando una vida acaba, otra empieza, y los cóndores gigantes no eran una excepción. El pichón rompió el caparazón que lo encerraba. Las enormes placas de la cáscara caían por la ladera haciendo grandes surcos en la tierra. Empezó a piar.

Tras unos momentos de estupefacción los habitantes del fuerte reaccionaron. Debían alimentar a la cría del Cóndor para que creciese sano y fuerte, y que defendiese Fuerte Cóndor como lo había hecho su progenitor. El grupo se reunió en el interior y repuso fuerzas. Los elixires de Fuerte Cóndor hicieron su trabajo.

– No sé cómo agradeceros vuestra ayuda. Sin vosotros jamás habríamos vencido a los miembros de SOLDADO.
– No eran gran cosa, eran miembros de la clase más baja. Probablemente con menos de un año de experiencia – repuso Vincent.
– Aun así demasiado fuertes para nosotros. Nosotros no sabemos hacer servir la Materia – el hombre hizo una pausa -. Escuchad… sabemos a qué vinieron los Shin Ra. Es esa Materia enorme que hay en el reactor. Lo hemos hablado y creemos que sois vosotros quienes deberíais tenerla. Nosotros no la sabemos hacer servir, y si nos la quedamos Shin Ra acabará haciéndose con ella. Por favor, llevaosla y usadla para hacer el bien.
– Es usted muy amable – respondió Vincent cortésmente.

Volaban sin rumbo en Vientofuerte. Meteorito parecía estar a tan sólo unos metros del planeta. Era enorme. Se preguntaban cuánto faltaría para empezar a notar los efectos de su campo gravitatorio.

– ¿Adónde coño vamos? – preguntó Cid deseando darle un nuevo viaje a su aeronave. Había descansado en Fuerte Cóndor y se sentía con más ganas de acción.
– Pues no lo sé – dijo Vincent -. Me temo que no tenemos destino mientras Sith no vuelva a pronunciarse.
– Sith, un gran tipo después de todo – dijo Barret hablando solo.
– Un gran tipo que nos robó la Piedra Angular – se mofó Red ondeando su cola con fuerza. Solía hacer eso cuando algo lo enfurecía.
– Sí, ya lo sé… pero rectificó. Nos salvó de una muerte segura en Junon y nos está siendo de gran ayuda para desbarajustar los planes de Shin Ra. Creo que a todo el mundo hay que darle una segunda oportunidad, y Sith ha demostrado que en el fondo es un buen tipo. Rectificar es de sabios, y nunca es tarde si la dicha es buena.
– No hace falta que nos saques todo el refranero, grandullón – se rió Yuffie.
– ¡Tú calla! Lo que pasa es que tú eres una niñata inculta.
– Claro, será eso. Perdóneme señor sabio del brazo-ametralladora.
– ¿Te estás riendo de mí?
– Sí.
– Pues no te rias tanto, vaya a ser que vomites con tanto movimiento de Vientofuerte.

Yuffie recordó que se encontraba a cientos de metros sobre el suelo. La cabeza empezó a darle vueltas y se fue corriendo con la mano en la boca y la cara blanca.

– Eres terrible – le dijo Red.
– Tú calla, gato grande. Ha empezado ella.
– Estoy rodeado de idiotas… – murmulló Vincent frotándose la sién.
– ¡Eh! – gritó Barret. Vincent temió que lo hubiera escuchado – ¿Por qué no volvemos a Mideel? Cloud podría haber despertado y no lo sabríamos. Además… echo de menos a Tifa.
– Me parece una buena idea – intervino Cid.
– Rumbo a Mideel, pues.

Cloud reposaba sobre la camilla. Tifa tenía ojeras debido a la falta de sueño. Le hablaba a Cloud a todas horas. Le explicaba las aventuras que habían tenido desde que él fuese engullido por el makko. Le narraba todo lo que hacía, como si sólo estuviese ciego. Le besaba en la mejilla mientras lo lavaba y le ponía una muda limpia. Cloud sudaba mucho, y, a ratos murmuraba cosas ininteligibles.
En ese momento Tifa lo miraba y le acariciaba la frente. No dejaba de repetirle que ella le estaba esperando y que estaba convencida de que encontraría el camino de vuelta a la consciencia. Entonces ocurrió algo. Los ojos de Cloud parecieron enfocarse por un momento. Tifa brincó de la silla y lo tomó de la mano.

– ¡Cloud!¡Cloud! – no hubo respuesta.

Sin embargo, Cloud ya no tenía la mirada perdida ni murmuraba. Parecía estar dormido con los ojos abiertos. A Tifa se le aceleró el corazón. Empezó a hablarle.

– Cloud, soy Tifa. Estoy a tu lado.
– Tifa…
– ¡Sí! Soy Tifa, T-I-F-A. Cloud, ¿estás bien?