capítulo XXXI – Cinco

11 septiembre 2008

Cuando se hubo visto con fuerza se incorporó. Miró hacia el altar y le sorprendió ver un objeto extraño levitando sobre él. Parecía un cayado grisáceo lleno de poros e imperfecciones. Era delgado, aunque tenía ligeramente la forma de un embudo, siendo más ancho en la parte más alta y acabando en una punta afilada. A lo largo de todo el báculo brotaban pequeñas estacas con forma de cuerno. Parecía el tallo de una rosa lleno de espinas. Vincent se aproximó y comprobó que medía alrededor de un metro de altura. Lo tomó y constató que era liviano, como si estuviese hueco. El tacto era agradable. Parecía el de una caracola. Tuvo la certeza de que era un objeto diseñado por los Ancianos. Tenía que ser la llave. Salió corriendo y se detuvo justo detrás de la cascada. Tiró tres veces de la cuerda y esperó a que le subieran a Vientofuerte.

Apenas habían aterrizado, ya de vuelta al continente del norte, cuando el viejo Bugenhagen salió a recibirles. Estaba muy excitado y movía los brazos con ímpetu. A su lado estaba Red. Salieron de Vientofuerte y le comunicaron la gran noticia, aunque él apenas hizo caso. Apenas murmuró un «lo sé, lo sé» y les apremió para volver a la cueva. En lugar de dirigirse al altar principal, les condujo hacia un recoveco en el que había una figura muy extraña. Era un agujero en el suelo, y de él salían de forma desordenada unos critales con forma de espigas, largos y delgados. Bugenhagen se dirigió a Vincent.

– Vamos, tráela, ponla aquí – le instó.
– ¿Dónde? ¿Cómo?
– Oh, vamos. Trae.

El viejo le arrebató la llave de las manos. La examinó fugazmente, sin detenerse demasiado. Su anhelo sobrepasaba a su curiosidad. Dejó caer la llave con la punta hacia abajo en el agujero. Parecía que iba a caer al vacío pero no. La llave levitó. Del agujero brotó una luz ténue y entonces la llave empezó a girar lentamente. Conforme giraba, las púas golpeaban los cristales y los hacían tintinear. Una música parecida a la de una caja de música brotó de aquel artefacto. Quedaron maravillados.

La cueva tembló ligeramente y un torrente de agua empezó a caer justo encima del altar principal. Al principio se asustaron, pero pronto vieron que una suerte de rendijas del suelo de la cueva drenaban el agua sin problemas. Era un invento más de los Cetra. De pronto, una imagen empezó a proyectarse en el torrente de agua. «¡Es una pantalla!», exclamó Barret.
En la pantalla apareció el rostro de Aerith. A Cloud se le heló la sangre. Pronto recordaron la escena, no sin dolor. Aerith se encontraba en el santuario subterráneo, rezando. Apareció Sephiroth y le dio muerte. Algunos de ellos apartaron la vista, no pudiendo presenciar de nuevo semejante atrocidad. Entonces la pantalla no les mostró el cuerpo de Aerith, ni el de Sephiroth, sino que se centró en la Materia Blanca que Aerith llevaba en el pelo. La Materia cayó al suelo y finalmente al agua. La pantalla les mostró el fondo de aquel estanque subterráneo y vieron como la Materia Blanca empezaba a brillar con un fulgor nunca visto en cualquier otra Materia.

– ¿Qué nos intentan decir? – preguntó Cid con la mirada clavada en la Materia Blanca proyectada en el agua.
– Nos están diciendo… – empezó a decir Bugenhagen.
– Que Aerith ya invocó a Sagrado – acabó de decir Cloud -. Ahora todo me cuadra. Tras darle la Materia Negra a Sephiroth Aerith apareció en mis sueños. Me dijo… que ella era la única capaz de detener a Sephiroth; que debía venir aquí. Aerith ya lo sabía todo acerca de Sagrado, de este lugar y de lo que debía hacer.
– Ella era una Cetra, muchacho – le dijo Bugenhagen posando su mano en el hombro de Cloud -. Sin duda Aerith nos ha dado una gran esperanza, aunque haya sido a costa de su vida. Sagrado ya ha sido invocado, aun estamos a tiempo de salvar al Planeta.
– ¿Por qué no me di cuenta antes? Aerith, te fuiste sin decir nada. Sin explicaciones. No lo entendí. Pero ahora lo veo todo claro. Yo acabaré lo que tú empezaste.
– Tú no, amigo. Todos nosotros – le dijo Barret con solemnidad.
– ¡Gracias, Aerith! – exclamó Bugenhagen – Tu voz ha llegado al Planeta. ¡Mirad como brilla la Materia Sagrada!
– Sí, pero… ¿por qué Sagrado no se mueve? – preguntó Red. La pregunta era sencilla, aunque nadie se había atrevido a formularla por miedo a cual fuese la respuesta.

Hubo un silencio prolongado que finalmente rompió Bugenhagen.

– Algo se interpone en su camino – explicó finalmente.
– Él – dijo Cloud con rabia -. ¿Dónde estás, Sephiroth?

El PHS empezó a sonar de forma estridente. Todos se sobresaltaron. ¿Qué querría Caith Sith ahora? Cloud tomó el comunicador y se apartó del grupo para hablar. Vincent aprovechó la oportunidad para hablar con Bugenhagen.

– En la cueva donde encontré la llave… vi a mi difunta amada, Lucrecia.
– ¿Ah, sí? Eso ocurrió, ¿eh? – respondió Bugenhagen sin darle importancia.
– Así es. Dime, ¿por qué? Necesito una respuesta – le imploró el ex-Turco.
– Vincent Valentine… nos encontramos en un momento crítico. Todos queremos salvar al Planeta. Y cuando digo todos, no me refiero solo a los vivos, ¿eh? – el anciano lo miró fijamente – Tú estabas destinado a encontrar ese lugar. Desde el primer momento el Planeta infundió en ti el deseo de visitarlo. La visión de Lucrecia fue su forma de agradecerte lo que estás haciendo por salvarle.
– Entiendo. Me preguntó si Sephiroth seguía vivo. Me dijo que le sintió morir hace cinco años.
– Y, ¿qué le dijiste?
– ¡Que había muerto! Dime, ¿hice bien? – al decir esto Vincent cogió al viejo Bugen por los brazos.
– Vincent. Es, probablemente, la mayor verdad que hayas dicho en toda tu vida.

Cloud se acercó con aire preocupado. Reclamó la atención de todos. Parecía impaciente y preocupado al mismo tiempo.

– Escuchad todos. Rufus ha movido el cañón de Junon. Pretende destruir a Sephiroth con él. El cañón debía alimentarse de Materia Enorme, pero como ya sabéis nosotros mismos frustramos esos planes; de modo que Rufus se ha llevado el cañón a la ciudad de Midgar. Piensa alimentarlo con todo el makko generado en la ciudad.

Mientras tanto en el cuartel general de Shin Ra S.A., el presidente de la compañía ultimaba los detalles de su plan. Se había reunido con Reeve, Heidegger y Scarlata. Le había ordenado a Reeve que activase los dos reactores a los que les tocaba descanso y mantenimiento. También le había dicho que ordenase una actividad del cien por cien en todos y cada uno de los reactores. Necesitaba toda la potencia si quería acabar con Sephiroth.