Capítulo XXXII – Dos

31 octubre 2008

En la sala de reuniones del cuartel general de Shin Ra S.A. había tensión. El edificio y la ciudad entera habían sufrido graves daños. Esta sala era de las pocas estancias que se había mantenido intacta, debido a su blindaje. En este momento Heidegger, Reeve y Scarlata estaban reunidos, debatiendo las medidas que debían tomar a partir de ese momento. El ambiente estaba algo caldeado, pues Heidegger y Scarlata votaban por un ataque directo a Sephiroth, mientras que Reeve se oponía fervientemente.

– ¡No podemos hacer eso! – le espetó Reeve al hombre barbudo del uniforme militar – Hojo ha enloquecido. Está llevando los reactores de makko más allá del límite. Estamos exponiéndonos a una explosión en cadena de los reactores, toda Midgar podría desaparecer.
– ¡Cállate, Reeve! Siempre has sido un rajado y un cobarde – le dijo Scarlata sin mirarle a los ojos, pues estaba dando vueltas alrededor de la gran mesa de reuniones.
– El cañón ha demostrado sobradamente su potencia. Es la única opción que tenemos para destruir a Sephiroth – le explicó Heidegger extrañamente serio.
– ¡No! Hay más opciones – repuso Reeve, nervioso. Su voz se volvió más ronca de lo habitual.
– ¿Ah, sí? ¿Cuáles?

Reeve se quedó en silencio. Él sabía muy bien de qué opciones estaba hablando, pero no podía explicárselas. Era realmente difícil oponerse a alguien sin poder explicar sus argumentos. La situación le empezaba a superar.

– Ya veo – le dijo Heidegger acariciándose la barba -. Está bien, Reeve. Seamos razonables. El presidente está muerto. Ahora nos toca a nosotros tomar las decisiones. Pero ambos sabemos que debemos aprobarlas por unanimidad. Voy a pedírtelo de buenas maneras. Aprueba el plan de ataque al Cráter del Norte y salgamos de aquí de una vez.
– Lo siento, me opongo.

El director de mantenimiento de la seguridad pública y la directora del departamento de desarrollo armamentístico se miraron fugazmente. Reeve pudo advertir en esa mirada un plan urdido con anterioridad. Scarlata se acercó y descruzó los brazos.

– Está bien, tú lo has querido. Con el presidente de Shin Ra S.A. muerto, Heidegger pasa a ser el director en funciones de la empresa.
– Así es, amiguito – el tono de Heidegger no presagiaba nada bueno -. Y… estoy un poco harto de ti. Me temo que voy a tener que encerrarte por desacato.
– ¡No puedes hacer eso! – se quejó Reeve mientras caminaba hacia atrás, buscando la puerta de salida.

Heidegger se levantó rápidamente y lo agarró por ambos brazos con sus gruesas manos. Reeve era de complexión delgada y no pudo ofrecer demasiada resistencia. Los dedos de Heidegger se le hundían en la carne y le hacían mucho daño. Scarlata se acercó a él y lo agarró por el nudo de la corbata.

– Ahora sí puede, él es quien manda. Vamos a encerrarte para que reflexiones un poco acerca de lo que te conviene si quieres mantener tu puesto en la empresa.
– ¡Nooooooo!

El hombretón de nariz rosada arrastró a Reeve por toda la planta. Lo llevó hasta la celda en la que otrora encerrasen a Aerith. Se despidió del director del departamento de desarrollo urbano de una patada en el costado y cerró la puerta de la celda. Solo y dolorido, Reeve se intentó incorporar, pero los brazos y las costillas de dolían demasiado. Jamás en su vida había sido apaleado, y ahora que había descubierto la sensación, le hubiese gustado no haberlo probado. Golpeó el suelo con furia y gritó. Se sentó recostado contra la pared y echó mano del aparato que tenía en el bolsillo interior de su americana azul. Pulsó una serie de botones y se echó el aparato al lado de la oreja.

– ¿Sí? – Contestó una voz al otro lado.
– Al habla Sith. Tenemos problemas – dijo Reeve.
– ¿Qué ocurre? Tienes una voz lastimosa, ¿te han descubierto? – repuso Cloud con seriedad mientras rodeaba el inmenso cuerpo inerte de Arma para llegar al lugar donde había visto aterrizar Vientofuerte.
– No, no me han descubierto. Me han encerrado. Escucha, el presidente Rufus ha muerto. Ahora Heidegger ha tomado el control de la compañía.
– ¡Eso es horrible! – exclamó Cloud que conocía el carácter voluble y agresivo de Heidegger.
– Lo sé. Pretenden llevar a los reactores hasta el límite para atacar a Sephiroth. Es una idea de Hojo. Está loco. Va a destruir Midgar.
– Es terrible – Cloud apretó fuerte el puño. La mera mención del nombre de Hojo le ponía furioso. Lamentó no haberlo matado en Costa del Sol cuando tuvo la ocasión – ¿Dónde está Hojo?
– Está en la base del cañón, preparándolo. Tardará unas horas en poder disparar de nuevo, pero se está empleando a fondo. Cloud, debéis detenerle.
– Eso pensamos hacer. Hablaré con los chicos e irrumpiremos en la ciudad por el suburbio más cercano al cañón.
-Sería inútil. Han blindado todo el perímetro de Midgar y Heidegger ha liberado a todos los mecas para que patrullen la ciudad. Os espera, y quiere estar prevenido.
-Ya veo. Está bien, gracias por la información. Pensaremos en algo.
– Cloud… buena suerte. Yo ya no puedo ayudaros más. Solo espero haber saldado mi deuda. No pasa un solo día sin que me arrepienta.
– Tranquilo, Sith. Hace tiempo que todos nosotros te perdonamos. Has hecho mucho por Avalancha y por el Planeta. Descansa tranquilo y reponte, los chicos y yo iremos a rescatarte cuando acabemos con Hojo.
– ¡No! Es una tarea imposible, y no disponéis de tanto tiempo. Tuvistéis suerte una vez irrumpiendo en el cuartel general, pero no más.
– Está bien, ya veremos – Cloud había llegado a Vientofuerte y la comitiva le esperaba con los brazos abiertos -. Debo colgar. Estamos en contacto.
– ¡Ánimos! Cuento con vosotros.

Cloud abrazó a Tifa y, una vez en Vientofuerte, expuso la situación al grupo. Meditaron durante unos breves minutos y finalmente Cid se levantó de la silla. Caminó lentamente y tomó la cajetilla de cigarros. Se encendió uno de ellos y aspiró el humo, saboreándolo. Todos esperaron a que hablase, ya que este comportamiento solía presagiar una decisión importante del capitán.

– Escuchad, zoquetes. Está claro que no podemos atacar este bastión por tierra. Aunque tengo plena confianza en el zoquete número uno – dijo señalando a Cloud -, enfrentarse a Shin Ra en su propia casa es poco menos que un suicidio, y más con ese loco hijo de puta al mando.

Fumó un poco más de su cigarro y dejó escapar el humo lentamente, mirando al vacío. Aunque era exasperante, estaban acostumbrados a que Cid se hiciese el interesante de aquella forma.

– Si no podemos atacar por tierra – continuó -, lo haremos por aire. Tenemos en nuestro poder a Vientofuerte, ¡usémoslo contra Shin Ra! Sobrevolaremos la ciudad y nos dejaremos caer en la placa. No se lo esperarán.
– ¿Cómo vamos a hacer eso? – le preguntó Barret intrigado.
– Maldito zoquete, ¿cómo va a ser? Con paracaídas. Tengo un montón a bordo.
– ¿Qué pasa con la nave? No podemos dejarla volar sola – le preguntó Vincent.
– Me temo que no podré acompañaros – les dijo Cid apoyándose contra la pared -. Y no sabéis como me jode no poder ir con vosotros a patear unos cuantos traseros Shin Ra. Pero alguien debe pilotar esta maravilla.
– Está bien, ¿a qué esperamos? – dijo resueltamente Cloud a quien le había convencido el plan.

Corrieron a la parte más baja de la nave, donde se encontraba el mirador. Cid les había proporcionado paracaídas y les había explicado el funcionamiento. Vientofuerte sobrevolaba la inmensa ciudad. Pudieron ver la destrucción que había provocado Arma antes de morir. Quedaron petrificados.

[Está bien, zoquetes] – Dijo la voz de Cid por unos altavoces – [Nos acercamos al objetivo. Si alguien quiere rajarse, este es el momento]

Yuffie se vió tentada de salir corriendo y esconderse bajo la cama. El mero hecho de volar le provocaba náuseas, pero tirarse en paracaídas era algo que no había ocurrido ni en su peor pesadilla. Vincent se percató del desasosiego de la joven ninja y la rodeó con su brazo.

– No temas, yo estoy contigo.
– [¡¡¡VAMOS!!!]

Vincent abrazó con fuerza a Yuffie y saltó al vacío. El resto del grupo fue detrás. Cayeron a toda velocidad directos hacia el cañón. Cuando lo estimaron conveniente abrieron los paracaídas. Por desgracia no fueron capaces de dirigirlos tan bien como quisieren, y acabaron aterrizando en una plaza que quedaba algo más lejos de lo que hubiesen deseado. Cloud miró en derredor y casi no pudo creer encontrarse en aquel lugar después de tanto tiempo. Estaban en Midgar.