La captura de Nanaki

5 enero 2010

Tal y como el abuelo había anunciado, los vehículos de Shin Ra se acercaban al cañón. Nanaki les esperaba sobre una alta roca, sintiendo el viento cálido que arrastraba algo de arena desde el desierto del oeste. El sol brillaba con fuerza, pero sus ojos estaban acostumbrados a él. Oteó el horizonte y distinguió una avanzadilla de soldados de Shin Ra. Tras ellos, dos tanques blindados. No sabía a qué venían al cañón, pero estaba claro que no traían buenas intenciones.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca saltó y se interpuso en el rocoso camino de los soldados. Casi como máquinas, los soldados adoptaron una pose de combate y le apuntaron con sus rifles.

– ¿Qué asuntos traen a Shin Ra a Cosmo? No sois bienvenidos aquí – les dijo Nanaki con su voz ronca y su mirada desafiante.

Un teniente de Shin Ra se avanzó e hizo una reverencia. Las gotas de sudor perlaban toda su frente, pero no daba el más mínimo indicio de pasar calor bajo su traje oficial.

– Estimado guardián del cañón – empezó -. El departamento de investigación de Shin Ra nos envía para entregarle una invitación a los laboratorios de Midgar. Sabe usted, al igual que nosotros, que no quedan demasiados especí… individuos de su raza en el mundo, y es por eso que Hojo desea investigar acerca de este asunto. Desea perpetuar su especie, ayudando a que no se extinga. Pero eso solo es posible con su colaboración.
– Has gastado demasiada saliva. No pienso ir a ninguna parte. Soy el guardián del cañón, y me necesitan. Mi sitio está aquí.
– Suponía esa reacción. Debo decirle que Shin Ra está comprometida con la causa de Buggenhagen y está dispuesta a financiar con millones de guiles las investigaciones llevadas a cabo en el cañón en los próximos diez años.

Nanaki dudó un instante. ¿Financiar estudios en el cañón? Al abuelo no le vendría mal algo de ayuda económica para agrandar su observatorio y construir más aulas y residencias para estudiantes del planeta. Pero pronto recordó las advertencias de su abuelo acerca de Shin Ra. No debía fiarse de aquellas personas.

– No entiendo por qué envían a guerreros para venir a negociar – apuntó Nanaki.
– Solo es por precaución – se defendió el teniente -. No hemos sido bien recibidos en los últimos tiempos por estas tierras.
– Eso no ha cambiado. Pero no somos señores de la guerra como vosotros. Los cosmoítas vivimos en paz. Y en paz me despido de vosotros.

Nanaki dio media vuelta hacia el cañón. El teniente resopló amargamente.

– ¿Sabes? Quería hacer esto por las buenas. No soy una mala persona.

El guardián se detuvo un momento. No le estaba gustando la situación. Pero no quedaba más alternativa. Dio media vuelta y encaró a los enviados de Hojo. Se miraron un instante. ¿Quién empezaría el ataque? No pensaba empezarlo él, de modo que solo esperó. Y llegaron los tiros. Los rifles de Shin Ra dispararon sin piedad aunque con poca puntería, probablemente de forma intencionada, como forma de persuasión. Nanaki saltó de un lado a otro esquivando las balas. Cuando la ráfaga acabó quedaron en silencio.

– Vais a tener que hacer bastante más para derribarme.
– Maldita sea, no queremos derribarte. Ni siquiera llevamos balas de verdad, solo aturdidoras. Solo queremos que vengas con nosotros, y lo harás por las buenas o por la malas.
– Que sea por las malas.

Nanaki lanzó una llamarada de fuego directa a sus adversarios que corrieron tras los tanques a refugiarse, aunque más de uno se encontró tirándose al suelo y gritando, envuelto en llamas. Cuando acabó su ofensiva los soldados de Shin Ra aparecieron con una formación ensayada y dispararon a discreción; y esta vez con puntería. Nanaki sintió el dolor de las balas en su cuerpo. Era como si un enjambre de abejas se hubiera enfadado con él y le picase por doquier. Se revolvió en vano contra aquella lluvia y echó a correr hacia sus adversarios, que no daban crédito a que siguiese en pie.

Se plantó delante de un soldado y le asestó un manotazo directo al pecho que hizo saltar la armadura interior y desgarró su carne. Nanaki notó como el pellejo del endeble humano se deshacía bajo sus garras. Cayó fulminado al suelo, y Nanaki se abalanzó sobre el siguiente. Le mordió la cabeza. Sus colmillos taladraron el casco, y luego cráneo. El humano sufrió un espasmo y acto seguido su cabeza reventó, salpicando a sus compañeros con sus sesos. Miró con furia a su siguiente adversario, que soltó el rifle para cubrirse la cara con los brazos, a la vez que orinaba sobre sus pantalones oficiales. Nanaki se tiró encima y clavó sus garras en el vientre mientras con la boca le arrancaba una pierna.

Entre los soldados cundió el pánico. Se retiraron lentamente sin dejar de disparar. A Nanaki empezaban a escocerle de veras las heridas que le provocaban aquellos rifles, pero no pensaba amilanarse. Rugió y la tierra se levantó bajo los tanques, volcándolos. Entonces saltó y se posó sobre uno de ellos. Desde la altura aprovechó para repartir algunos zarpazos más a los soldados que le rodeaban y le disparaban, arrancando de cuajo varias mandíbulas que se estrellaban contra la roca.

Los soldados que quedaron abandonaron sus puestos y fueron a refugiarse de la bestia. El teniente gritó enfurecido a sus hombres, pero no le obedecieron. Maldijo la cobardía de los soldados, y cuando volvió a centrarse en la batalla ya tenía a Nanaki delante. No se dejó amedrentar. Sacó un machete oficial y dio pasos en círculo, intentando averiguar el próximo movimiento de Nanaki. Lanzó una rápida estocada, pero Nanaki era mucho más rápido. Le mordió la mano y se la arrancó. La mano y el machete cayeron al suelo con un golpe seco. El teniente miró su recién estrenado muñón y sintió pánico. Corrió a refugiarse en uno de los tanques, pero Nanaki le alcanzó antes y le partió la columna vertebral.

El guardián del cañón rodeó varias veces los tanques. No había visto nunca ese tipo de maquinaria. En Cosmo no eran partidarios de construir ni usar ese tipo de artilugios. Vivían en armonía con la tierra, el agua y el aire. Tomaban lo que necesitaban, siempre sin dañar el ecosistema que les rodeaba. Era curioso. Estaba totalmente hecho de metal, y por la parte de arriba, que ahora estaba abajo, tenían un tubo que no sabía para qué servía. Lo examinó de cerca. ¡¡¡BUM!!!

Del cañón del tanque surgió un proyectil que impactó de lleno sobre el animal, enviándolo contra la pared rocosa del cañón. Quedó inconsciente. La trampilla del tanque se abrió y de su interior, arrastrándose, salieron varios soldados. Examinaron lo que creían el cadáver de Nanaki, pero comprobaron con gran sorpresa que seguía vivo. Se alegraron de su suerte, pues volver al cuartel general con la nueva de que el espécimen de Hojo había sido abatido era casi peor que haber caído en las garras de Nanaki. Entre todos arrastraron el cuerpo inconsciente del guardián hacia el tanque. Una vez allí le administraron un sedante extrafuerte, le sustrayeron la Materia y llamaron al cuartel general para que enviasen refuerzos, pues los tanques estaban inutilizados.

Buggenhagen, con su mirada penetrante, observó lo acaecido en el cañón desde su observatorio. Pensó en bajar él mismo y usar el poder de su Materia para aniquilar a los Shin Ra. Pero hacía mucho tiempo que había prometido no interponerse en el destino de ninguna persona o bestia del mundo. El viejo Buggen sabía que el destino tenía algo importante preparado para Nanaki. Y quizás ser encerrado en el cuartel de Shin Ra era un mal necesario para que Nanaki encontrase su sino.