Capítulo XI – Seis

8 noviembre 2007

– ¡Hey, te sienta muy bien! – le dijo Aerith a Cloud.
– ¡No digas tonterías! – le espetó Barret – A nadie le sienta bien el traje de un Shin Ra.
– Desde luego, a ti te queda mucho mejor tu traje de marinero…
– Al menos no parezco un jodido Shin Ra.

La abuela de Priscilla les dejó usar su casa para cambiarse. Se echaron las mochilas a la espalda y se dirigieron hacia el ascensor. Los soldados de Shin Ra se avanzaron.

– Identificación.
– Escuadrón doble de tres – respondió Cloud – Hemos sufrido retraso debido a la especial carga que llevamos para el presidente – Cloud apuntó a Red con la cabeza. Le habían atado y simulaba estar luchando por liberarse. Los soldados de Shin Ra dieron un paso atrás y los dos miembros de SOLDADO se pusieron en guardia – Tranquilos, está sedado.
– ¿Qué clase de…?
– No disponemos de esa información. El presidente lo quiere urgentemente en el barco, eso es todo lo que sabemos – Cloud se acercó al soldado más cercano – Por favor compañero… si llego tarde ya sabes lo que me espera. Bastantes problemas me ha dado ya el bicho del puto presidente.
– Está bien, adelante – los miembros de SOLDADO se relajaron de nuevo y la puerta metálica se abrió.

El ambiente era fresco en el compartimento del elevador. La pared era de roca y la única iluminación era un piloto intermitente amarillo.

– ¿Qué le has dicho para que nos deje entrar? – preguntó Yuffie.
– He sido algo menos protocolario.

El ascensor paró en seco y todos tropezaron. Salieron y atravesaron un largo pasillo hasta salir a la luz del sol. Les dolían los ojos. Parecía ser que allá donde se apostara Shin Ra era común no ver la luz del sol. Se acercaban al gran cañón que, visto desde tan cerca, era imponente. Pero no fue el cañón lo que llamó la atención de Aerith. Fue el vehículo que había atracado en las pistas. Era como un cepelín con varios compartimentos, aunque no era un globo. Su estructura era metálica y tenía varias helices pequeñas. Parecía una gran nave de crucero.

– ¿Qué es aquello? – preguntó mirándolo con admiración.
– No lo sé, pero es realmente grande.
– Cloud, ¿Crees que algún día podría subir en él?
– Eh… – Cloud lo creía improvable – Es posible – «¿Por qué Rufus no utiliza esa nave en lugar del barco?».

Se deslizaron por callejones. Andar por la calle principal era demasiado arriesgado. Llevar el traje oficial de Shin Ra S.A. no te da permiso para deambular de un lado para el otro en sus instalaciones, y menos con un felino de metro y medio de alto con la cola ardiendo.
Podían ver unas calles más allá a los soldados de Shin Ra desfilando. Rufus y los demás miembros importantes de Shin Ra iban en medio, en lujosos coches. La música era ensordecedora y molesta para sus oídos. Debían llegar al barco antes que la cabalgata si querían infiltrarse.
Encontraron un callejón que conducía al puerto. Podían ver el barco desde allí. Apretaron el paso y, justo cuando iban a llegar, vieron aparecer a Ruda, de Los Turcos. Todos se arrimaron a la pared instintivamente. Estaba de espaldas hablando con un hombre obeso. Se escondieron tras un contenedor de hierro. Ruda señaló algo y el hombre gordo desapareció. El Turco echó un vistazo a su alrededor y se marchó.

– De qué poco… – susurró Aerith.

Reemprendieron la marcha. Llegaron al puerto. Encargados de Shin Ra estaban cargando montones de cajas con la inscripción «FRÁGIL» en el barco. Se ocultaron tras unas cajas para esperar el momento oportuno para deslizarse.
El tiempo pasaba y la cabalgata estaba cada vez más cerca. Al final tomaron una decisión: debían repartirse dentro de las cajas. Forzaron unas cuantas y se metieron dentro. Sólo les quedó esperar.