Capítulo XXXI – Dos

30 julio 2008

Cloud entró en el camarote donde se encontraba Tifa para anunciarle que pronto llegarían al continente del Norte; pero la encontró durmiendo. Se deslizó sin hacer ruido y se sentó a la altura de la cintura de la muchacha. Observó su vientre plano. Su ombligo apenas se movía debido a la respiración. Entonces se fijó en los senos, grandes y turgentes. El top blanco que llevaba apenas era capaz de cubrirlos por completo. Siguió examinando el cuerpo de Tifa y se detuvo en la boca. Sus labios eran carnosos y rosados. Apenas abiertos, dejaban ver parte de su blanca dentadura. La miró a los ojos y estaban… ¡abiertos!

Se sobresaltó al darse cuenta de que la muchacha lo había estado observando, pero no dijo nada. La miró a los ojos del color de las hojas que caen en otoño. Preciosos y enormes. Transmitían una sensación de bondad y tranquilidad. Cloud le acarició el pelo. Se había quitado el lazo que recogía su melena y ahora estaba esparcida por toda la cama, lo cual le otorgaba todavía más belleza. Estaba radiante.

– Ya casi hemos llegado – anunció finalmente Cloud.

Tifa respondió con un bisbiseo apenas audible. Extendió el brazo y pasó los dedos entre la maraña de cabellos rubios de Cloud. Por un momento atusó la cabellera de Cloud, pero tal y como la mano se separó de su cabeza todos los cabellos volvieron a enmarañarse y a ponerse de punta, como si estuvieran cargados eléctricamente.

– Tu pelo es horrible, no hay forma de peinarlo – le dijo ella.
– ¿Para qué iba a peinarme? – repuso el muchacho.

La risa bobalicona de Tifa sirvió como respuesta. Una fuerte sacudida de la aeronave rompió la magia. Se agarraron donde pudieron. Otra turbulencia. Tifa se recogió el pelo rápidamente y se incorporó. Corrieron al puesto de mando. Cuando llegaron vieron a Cid toqueteando los mandos de Vientofuerte.

– ¿Qué ocurre? – preguntó Cloud.
– ¡Y a mí qué me cuentas! De repente este temporal de mierda. Es casi imposible volar así.
– Casi, ¿no? Pero pasaremos.

Cid miró a Cloud con el cigarro ya mordisqueado entre los dientes. Sonrió.

– ¡Claro! Pero necesito que me sujetes ese timón bien fuerte.

Cloud asintió y agarró el timón que luchaba por girar a su antojo. Vientofuerte sufrió una serie de sacudidas más que alertaron al resto de la tripulación excepto al viejo Bugen. Finalmente las nubes se abrieron y se encontraron en mitad del pequeño continente del Norte. Veían al fondo las altas montañas de Iciclos, nevadas. Al sur, más cerca de donde se encontraban ellos, un valle formado por una enorme brecha acogía la Ciudad de los Ancianos. El valle no parecía natural, pues la superficie era lisa y brillante.

Descendieron en círculos y finalmente Cid aterrizó a Vientofuerte a la entrada de la ciudad. Se quitó los guantes y dijo: «¿Hay algún lugar al que no pueda llegar este cacharro?»; a lo que Bugenhagen repuso: «lo hay, pero aun no lo sabes».

Entraron por segunda vez a la Ciudad fantasma. Aunque era igual de hermosa, a todos se les antojó siniestra. El olor aromático que otrora les pareciese reconfortante no hacía más que recordarles momentos infaustos. El único que pareció extasiado fue Bugenhagen. Observaba cada detalle con admiración. Posó las manos sobre la pared de una de las «casacolas».

– Impresionante. Magnificente. Majestuoso. Perfecto. Sin duda alguna esto es obra de los Ancianos. Dichoso yo que pueda ver esto antes de mi cercana vuelta al Planeta.
– No digas eso abuelo – gimoteó Red
– Ah, Nanaki… mi vuelta al Planeta está muy cerca. Debes hacerte a la idea. Soy muy viejo ya – Red aulló -. Por eso quiero que detengas a ese Meteorito. Si el Planeta desaparece yo jamás podré formar parte de la corriente vital, y no podré guiarte en el futuro.

Aquellas palabras se grabaron a fuego en la mente de Red. Salvaría el Planeta para que su abuelo pudiera descansar en él en un futuro.

Recorrieron el pasaje principal. Cuando Cloud señaló el camino hacia la capilla subterránea el anciano Bugen negó con la cabeza. Tomó el camino de la izquiera, y el grupo le siguió. Tifa se avanzó un poco y agarró a Cloud por la cintura. El ex-shinra se sorprendió en primera instancia, pero luego le rodeó los hombros y la estrechó contra sí mismo. Barret le dio un codazo a Cid, que reparó entonces en la situación. El capitán hizo un signo con los dedos a Barret indicando que ahí había algo más que amistad. Yuffie al ver esto corrió al lado de Vincent y le rodeó la cintura. El ex-Turco posó su mano en la espalda de la muchacha. Entonces Cid miró a Barret con cara de inquisición, y Barret asintió con una sonrisa maliciosa.

Llegaron a una cueva que se introducía en la montaña. En el interior había una estancia de estética similar a la capilla inferior, aunque más tosca. Las paredes no habían sido talladas. «A los Ancianos les gustaba sentirse parte de la naturaleza». En mitad de la estancia había una fuente de makko muy peculiar. Un haz de luz subía hasta el techo. A su alrededor había construido un altar que estaba bastante deteriorado a consecuencia de la exposición continuada al makko. Caminaron por una pasarela elevada hasta el altar. La luz blanquecina que emitía el makko hizo que algunos de ellos se retirasen para evitar un dolor de cabeza. Cloud, Bugen, Tifa y Vincent se acercaron más que nadie.

– Oh, sí… es la fuente de makko más pura que he visto en toda mi vida. Puedo sentir la sabiduría recorriéndola – exclamó el anciano, emocionado. Acercó la cabeza peligrosamente al makko. Finalmente la introdujo en mitad del rayo luminoso – El Planeta… me dice que debemos buscar Sagrado. Necesitamos… una llave.
– Más rompecabezas no, por favor – se quejó Vincent.

El anciano sacó la cabeza y miró a sus acompañantes.

– Cuando aparezca aquél que busca Sagrado todo desaparecerá. Meteorito. Arma…
– ¿Incluso nosotros? – preguntó Tifa, ansiosa.
– Esa decisión le pertenece al Planeta, me temo – le contestó el anciano con una sonrisa afable -. Todo lo que es nocivo para él será erradicado con el poder de Sagrado. La pregunta es…
– ¿Somos nosotros nocivos para el Planeta? – interrumpió Cloud.
– Así es, muchacho.

En ese momento Cloud no pudo evitar recordar aquella misión en el Reactor. Cuando Barret le explicó que Shin Ra estaba agotando la vida del Planeta a través de los reactores, y él no le dio la más mínima importancia. «Qué estúpido fui», pensó. Ahora veía con total claridad que las acciones de Shin Ra podían haber sentenciado a muerte a la raza humana. El ser humano era nocivo para el Planeta, le estaba robando la vida para su propio beneficio. Sin duda eran un virus que había que erradicar.

– No te des por vencido, joven – prosiguió Bugenhagen -. El ser humano tiene todavía una última oportunidad para demostrarle al Planeta que le ama. Debemos conseguir la llave y desatar a Sagrado para que el Planeta pueda defenderse. Y, ¿sabes qué? Eres el único capaz de llevar a cabo dicha tarea.
– ¿Yo? ¿Qué tengo de especial?
– Hay un ser perverso que está bloqueando las defensas del Planeta desde dentro. Si no lo erradicamos no podremos salvar al Planeta. Solo tú eres capaz de llegar hasta donde él se encuentra.
– ¿Sephiroth?

Bugenhagen asintió.

– Está bien – dijo Cloud cerrando el puño -. ¿Dónde está esa llave?
– Ah… – le contestó el viejo Bugen acariciándose la barba -. Eso es lo que nos toca averiguar.