Capítulo IV – Cuatro

7 noviembre 2007

Cloud seguía inconsciente. Intentaron reanimarle pero no respondía. Por suerte, Tifa llevaba encima una pluma de fénix que le había robado a un cadáver mientras subía. La posó sobre Cloud e inmediatamente una luz brotó del interior del ex-SOLDADO. Abrió los ojos como el que se acaba de despertar de una pesadilla.

– ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Leno?
– Ya pasó, Cloud. Debemos irnos, esto va a estallar.

Se levantó y echó un vistazo alrededor. Vio como la gente allí abajo corría desesperadamente por salvar su vida. Se dio cuenta de que había aglomeraciones en los portones.

– Han sellado las salidas del sector.

Se acordó del cable que le había salvado la vida hacía un rato. Afortunadamente seguí allí liado en la barandilla. Quizá podría salvarle la vida una vez más. Se cogió al cable y se subió a la barandilla.

– La única forma de escapar es llegar a la azotea de aquel edificio en ruinas. Si andamos por los tejados podremos pasar el muro por encima. Será mejor que estéis en forma.
– Es imposible hacer eso. Maldita sea, no llegaremos nunca al edificio.
– ¿Algún plan mejor, mi líder? – Cloud adoptó su ya típica pose con los hombros encogidos y las manos en la cintura. Barret le odiaba cuando hacía eso. No obstante había ido a combatir a los Shin Ra y le había salvado la vida. Fuera prepotente o no, Cloud se merecía una oportunidad.

Barret y Tifa se miraron y asintieron. Se cogieron todos al cable y se dejaron caer. En ese momento una explosión tuvo lugar un poco más arriba. Un gran bloque de piedra procedente de la columna cayó aplastando a los pobres desgraciados que se encontraban debajo.
Veían pasar los suburbios por debajo de sus pies. El cable dejó de avanzar en esa dirección para volver hacia atrás, cual péndulo en un reloj. En ese instante saltaron hacia la azotea.
Cuando estaban a punto de llegar, Barret cogió a Cloud y a Tifa con cada uno de sus brazos, les apretó contra su pecho y se dispuso a recibir todo el impacto en su ancha espalda.

Cayeron con tal fuerza que perforaron la superficie y cayeron al último piso. Se levantaron. La espalda de Barret era un puro arañazo. La sangre le salía a borbotones.

– ¿Estás bien? – dijo Cloud a Barret – No deberías…
– Aquí yo soy el jefe. Ninguno de mis hombres sufrirá daño alguno si yo puedo evitarlo.
– Gracias, Barret – Cloud se sentía mal por la burla que había hecho antes. El valor de Barret era tan grande como él mismo.
– Dios mío, tu espalda… – dijo Tifa mirando los arañazos que tenía Barret.
– No hay tiempo, Tifa. Tenemos que salir de aquí.

Los tres saltaron hacia arriba. Saltaron de la azotea al tejado de otro edificio. Corrieron de tejado en tejado. El muro ya estaba cerca cuando oyeron un sonido nada tranquilizador. Miraron hacia arriba.
La columna se había desmoronado. La placa de arriba se sostenía de lado gracias a todos los cables y conductos para la energía y demás que rodeaban toda Midgar. Aquello no iba a durar mucho más.

Se centraron de nuevo en su huída. Justo cuando iban reemprender la marcha, otro ruido de desgarramiento que podría haberle erizado el bello al mismísimo Sephiroth les obligó a mirar hacia arriba de nuevo.

Los cables que sostenían la placa por la parte fronteriza con el sector 8 habían cedido. La placa caía a toda velocidad por aquel lado. Era impresionante ver toda aquella mole cayendo sobre los suburbios. Una ciudad entera estaba a punto de partirse en dos.
La placa alcanzó el suelo con un gran estruendo. Del mismo temblor se derrumbaron algunos edificios que, ya de por sí, no eran muy estables. Milagrosamente la placa no se partió. Ahora la ciudad encima de la placa formaba un ángulo de 45º con el suelo. El polvo que se había levantado era casi mortal.

El presidente de Shin Ra miraba el desastre desde su lujoso despacho en lo más alto del edificio principal. Escuchaba música clásica. «La Creación», era su debilidad. Decidió tomarse un café.

– ¡Si no nos damos prisa no lo contaremos! – dijo Tifa que se sentía más muerta que viva.

Corrían lo más rápido que podían. El miedo a morir les ayudaba a dar unos saltos espectaculares para pasar de azotea en azotea. Unos metros más y alcanzarían el muro.
Se oyó de nuevo el ruido sordo de los cables que no podían soportar por más tiempo el peso de aquella placa. Y llegó el momento. El otro lado de la placa cayó también justo en el momento en que los tres miembros de Avalancha saltaron al vacío, pasando por encima del muro. La onda expansiva les empujó con fuerza, saliendo despedidos a gran velocidad. Cayeron al suelo rodando. Estaban vivos.