Capítulo XXXII – Tres

27 noviembre 2008

No tardaron en notar la presencia de Shin Ra por todas partes, constriñéndoles el pecho. Apenas se atrevían a respirar por miedo a que su respiración alertase a algo o a alguien. Cloud les guió hacia un callejón poco iluminado desde el que observaron la situación. Se le antojaba imposible llegar hasta el cañón por encima de la placa. Se dirigió hacia una tapa de alcantarilla y la levantó. Hizo un gesto con la cabeza a los demás para que entrasen. Barret maldijo en voz baja el estrecho agujero por el que debía deslizarse.

Descendieron por unas escaleras de mano interminables. Al contrario que en el alcantarillado de los suburbios, el olor no era desagradable. Era amplio y estaba relativamente limpio. El ambiente era bastante fresco, y el único ruido que se escuchaba era el de las grandes tuberías transportando los deshechos de los habitantes de la macrociudad hacia los suburbios. Aunque no era una zona de paso, estaba bien señalizado. Podían recorrer la ciudad por debajo y salir por la alcantarilla más cercana. Iniciaron la marcha.

Solo llevaban media hora caminando cuando se encontraron con algo que no esperaban, pero sí temían. Al doblar una esquina que conducía a un largo túnel encontraron a tres personas trajeadas de brazos cruzados. Les estaban esperando. Sus trajes eran azul marino; sus camisas, blancas; sus corbatas y sus zapatos, negros. La primera de ellas era una mujer rubia de pelo liso con un corte de pelo moderno. Su traje se ajustaba en la cintura, realzando sus curvas. Llevaba unos botines de tacón grueso. El segundo de ellos, un hombre negro, alto y robusto, llevaba afeitada la cabeza y una pequeña perilla estilizada que repasaba cada mañana después de ducharse. Llevaba unas gafas de sol con cristal de espejo que se ajustaban perfectamente a la forma de su cara y un pañuelo blanco en el bolsillo de su americana que utilizaba a menudo para secarse el sudor de la frente. Por último, un hombre escuálido y desaliñado, pelirrojo, con ojos azules hundidos en las cuencas. Llevaba el pantalón más bajo de lo normal y media camisa por fuera. No usaba corbata; de hecho, ni siquiera se abrochaba los dos últimos botones de la camisa. Tenía una mano en el bolsillo y, en la otra, sostenía una vara metálica de la que nunca se desprendía.

– ¿En serio pensabas que iba a ser tan fácil? – le preguntó Leno a Cloud.
– ¿Quién ha dicho que se esté complicando? – repuso Cloud desafiante – Hemos venido a destruir a Shin Ra, y vosotros sois parte de ella. Nos habéis ahorrado el trabajo de buscaros.
– Oh, así que habéis venido a matarnos. ¡Qué miedo! – repuso con tono burlón. Los tres Turcos rieron brevemente – Sea pues.

Dicho esto corrió hacia Cloud y le atacó con su vara eléctrica. Cloud ni siquiera sacó el espadón. Agarró la vara con su brazo, y ésta se le enrolló. Leno pulsó el botón y un voltaje realmente alto recorrió el cuerpo de Cloud. Pero no le afectó en absoluto. Leno le miró con sorpresa, incrédulo. Entonces Cloud le atestó un puñetazo en el pecho que le hizo recorrer varios metros antes de tocar de nuevo el suelo. El Turco se incorporó levemente y escupió sangre. Miró su propia sangre derramada en el suelo y luego apretó los dientes. Se puso en pie y profirió un grito de furia, algo realmente impropio de un Turco. El grito alertó a Ruda y Elena, que no tardaron en pasar al ataque.

Se abalanzaron sobre Cloud. Los puños de Ruda llegaban raudos, y al mismo tiempo que los tacones de Elena. El ex-shinra esquivaba sin problemas los ataques de sus dos contrincantes. Finalmente cogió la muñeca de Ruda y el tobillo de Elena con un movimiento extremadamente rápido. La cara de Ruda se encontró con el pie de Cloud y el vientre de Elena, con su puño. Ambos salieron despedidos en sentidos opuestos, chocando contra las paredes con estrépito. Cloud adoptó su posición de ataque de nuevo.

– Nos vamos a divertir – susurró Leno incorporándose.

El hombre pelirrojo estiró ambos brazos y un aura verdosa le rodeó. El suelo que había bajo los pies de Cloud empezó a temblar. De pronto una montaña de piedra se alzó justo donde se encontraba el ex-shinra y lo empujó hacia arriba, aplastándolo contra el techo del túnel, que cedió e hizo que Cloud saliera al exterior. De pronto se encontraba en mitad de una autopista. Hubo una gran explosión a pocos metros que abrió otro gran agujero en el suelo. Leno apareció de un brinco junto a él.

– ¡Aquí tendremos más espacio para jugar!

Dicho esto empezó a lanzar bolas de fuego hacia la posición de Cloud, pero éste las apartaba a base de manotazos, enviándolas directas hacia los edificios cercanos, agujereándolos y provocando algún que otro derrumbamiento. Leno cambió de táctica y, con ambos brazos hacia delante, lanzó un gran rayo que impactó de lleno sobre Cloud. La electricidad quedó un rato recorriendo el cuerpo del ex-shinra, pero pronto fue absorbida. Ni un rasguño. Saltó hacia Leno y empezó un baile de puñetazos y patadas. El Turco esquivaba como podía los golpes de su contrincante, lanzando cuando se le presentaba la ocasión sus propios golpes. La pelea sucedía a toda velocidad. Para un observador, ambos parecían tener varias extremidades debido a la rapidez de sus movimientos. Jamás Leno se había tenido que emplear tan a fondo para repeler un ataque cuerpo a cuerpo. Aprovechó un paso en falso de Cloud para posar su mano abierta sobre el vientre de éste y lanzar una explosión que envió al ex-shinra directo hacia un edificio cercano. Cloud atravesó un ventanal y cayó de bruces encima de la encimera de una cocina que había quedado partida en dos.

Sin darse un respiro, corrió hacia el boquete que él mismo había abierto y trepó por la fachada del edificio como si de una araña se tratase. Una vez en la azotea localizó a Leno con la mirada. Alzó ambos brazos y un resplandor verde le rodeó por un instante. Cuando sus brazos bajaron una lluvia de meteoritos cayó del cielo directa hacia la autopista. Leno invocó rápidamente un escudo mágico, pero los meteoritos impactaron de lleno por todo alrededor provocando el hundimiento de la carretera. Su escudo mágico se desintegró y un meteorito le impactó de lleno. Quedó sepultado bajo los escombros.

En ese momento pudo ver a Ruda pasando por encima de los escombros corriendo. Tras él, Vincent corría tan rápido como le permitían las piernas. Se envolvió en su capa y, con una pirueta, se plantó frente al Turco negro. Ruda lanzó las gafas de sol al suelo y peleó con el hombre del brazo dorado. En uno de los golpes los puños de Ruda y Vincent chocaron, y el estruendo que provocó este choque de titanes pudo oírse en varios kilómetros a la redonda. Finalmente Vincent posó su mano metálica sobre la cabeza de Ruda, apretó fuerte, clavando sus garras doradas en las sienes del Turco, para más tarde lanzarlo al vacío. Sin dar tregua Vincent saltó tras Ruda para continuar la pelea. Desaparecieron del campo de visión de Cloud, pero algo nuevo llamó su atención. Un ejército de mecas venía directo hacia ellos por la autopista. «Mierda». Una última novedad le hizo desviar la atención una vez más. Un nuevo boquete se abrió en la autopista y de él brotó otra montaña de barro y asfalto. Red y Barret se encontraban en la cima. Cuando los mecas empezaron a llegar las ráfagas de la metralleta de Barret destrozaron algunas corazas y los fogonazos de Red hacían el resto. Estaban provocando una gran destrucción.

De entre los escombros resurgió Leno, rabioso, sucio y con la americana hecha jirones. Se quitó lo que le quedaba de chaqueta y la tiró al suelo. Entonces abrió la mano y, tras un resplandor verde, el edifició sobre el que se encontraba Cloud se derrumbó. El ex-shinra brincó antes de ser engullido por los escombros, pero Leno fue a su encuentro en el aire. Ambos lucharon mientras caían al vacío. Leno logró agarrar a Cloud por el tobillo. Le hizo dar varias vueltas y lo lanzó con fuerza contra una cabina de teléfonos que quedó hecha añicos. El Turco aterrizó con estilo, pero no vio venir la ráfaga de proyectiles explosivos que Cloud ya le estaba lanzando. Dio varias piruetas hacia atrás, pero topó con una pared y uno de los proyectiles colisinó contra él. Cloud corrió hacia donde se encontraba Leno, pero, cuando el humo se disipó, el Turco no se encontraba allí. Miró en derredor y vio al hombre pelirrojo suspendido en el aire, a punto de lanzarle una lluvia de estacas de hielo. Rodó por el suelo a ciegas mientras escuchaba como las estacas se clavaban en el asfalto, rozándole. Por último posó los pies en el suelo y flexionó las piernas. Brincó hacia donde se encontraba Leno y le propinó una patada giratoria que envió al Turco directo a un montón de trozos de meca. Cloud miró hacia arriba y pudo ver que los trozos de meca provenían de la autopista. Red y Barret estaban haciendo una auténtica matanza. Hubo un fuerte golpe tras el ex-shinra. Se giró para ver de qué se trataba y pudo ver a Tifa luchando fieramente con Elena.

La Turco era más rápida que Tifa, pero ésta última había obtenido una gran potencia en sus golpes últimamente, reforzada sobremanera por la Materia «Golpe» que llevaba equipada. Un golpe certero de Tifa hacía que Elena retrocediese varios pasos. Poco a poco, la muchacha de Nibelheim ganaba terreno. Elena lanzó una llamarada, pero a Tifa le bastó con protegerse con ambos brazos. Cloud estaba maravillado de la gran guerrera que había devenido Tifa. Ahí estaba, su amiga de la infancia, plantándole cara a un Turco. Por desgracia la escena le había distraído en exceso, y Leno aprovechó para agarrarle por detrás e inmovilizarle.

– Ahora vamos a ver cuál es esa Materia que te hace tan poderoso – le susurró al oído.

Con un movimiento fugaz, Leno le arrebató a Cloud el espadón. Brincó hacia atrás y abrió el compartimento de Materia del arma. Estaba vacío.

– ¿¡Qué!? ¿Qué significa esto? – gritó irritado.
– Significa que no necesito Materia.
– ¡Mientes!

El ex-shinra se encogió de hombros.

– ¡No es posible! Solo Sephiroth era capaz de dominar los elementos sin necesidad de Materia.
– Tú lo has dicho, «era». Parece que no es el único. Y, por cierto, eso es mío.

Cloud estiró el brazo invitando a Leno a devolverle su arma. El Turco no dio señales de querer colaborar, pero no hizo falta. El espadón de Cloud se le desprendió de las manos y levitó hasta las manos de su dueño.

– Ahora vamos a jugar en serio.

Se aproximó a su oponente y le lanzó una batería de espadazos en todas direcciones. Leno los detenía con su vara metálica, pero los golpes eran extremadamente fuertes, y sus hombros empezaban a resentirse. Tozudo e incrédulo, Leno forzó su cuerpo hasta el límite. Aprovechando el momento de debilidad, Cloud agarró su espadón con ambas manos y lanzó un mandoble vertical de gran potencia que partió la vara de Leno en dos. «¡No!». Giró sobre sí mismo y con una estocada atravesó limpiamente el vientre del Turco. Cuando sacó el espadón Leno cayó de rodillas, con la mirada perdida. Estaba perdiendo mucha sangre. Miró a Cloud y, con un hilo de voz, dijo «yo… soy… invencible». Quedó tendido en el suelo.

Sin perder más tiempo Cloud brincó varios metros hasta lo alto de lo que quedaba del tramo de la autopista. Pudo ver a Red y a Barret rodeados de mecas. Ayudó a sus amigos. Corrió entre las máquinas de guerra de Shin Ra S.A. clavando su espadón en los puntos críticos. Cuando él se alejaba las máquinas explotaban. Se plantó en mitad de todo aquel ejército mecánico y movió los brazos describiendo un arco. Las máquinas que se encontraban cerca de él empezaron a explosionar de forma radial cuando les alcanzaba la onda expansiva del ataque invisible de Cloud. Barret cargó las granadas en su brazo-arma y lanzó un ataque indiscriminado que hizo temblar el suelo. Mientras tanto Red le cubría la espalda a zarpazo limpio, abriendo en canal a aquellos aborrecibles robots.

Cloud echó un vistazo al panorama. Se dio cuenta del enorme boquete que habían abierto en la autopista, de los edificios que se habían derrumbado, de la destrucción que estaban provocando. Fue en ese preciso instante cuando tomó consciencia del poder que había adquirido Avalancha y de lo cercano que estaba el final de Shin Ra S.A. Eran invencibles.

Pudo ver a Vincent saltando de azotea en azotea, peleando contra Ruda sin tregua. El ex-Turco le propinó tal golpe a Ruda que éste salió despedido en diagonal hacia otro edificio. Lo atravesó como una bala atraviesa una calabaza, y continuó cayendo por el otro lado. Vincent saltó a su encuentro una vez más. Era, sin duda, un duro adversario. Cloud se asomó al boquete de la autopista y vio a Elena acorralada contra una pared metálica. Tifa le asestó en ese rato varios golpes directos al vientre que hicieron que la mujer rubia, ahora ya despeinada y sucia, vomitase sangre y algo más oscuro que Cloud no quiso adivinar. Y entonces preguntó en voz alta, aunque nadie podía oírle: «¿Dónde está Yuffie?».

Saltó al otro lado de la autopista y corrió buscando con la mirada a la joven de Wu-Tai. Ni rastro. Se concentró en sus otros sentidos. Por desgracia el fragor de la batalla que estaban librando Red y Barret contra los mecas no le había permitido escuchar algo que estaba sucediendo al otro lado del edificio de unos grandes almacenes. Corrió raudo hacia aquella zona. El edificio era bastante alto. Lo rodeó tan rápido como pudo y al doblar la esquina se encontró con algo que le heló la sangre. Un enorme robot, la máquina de asalto más devastadora jamás creada por Shin Ra. Cloud conocía bien ese robot, era el orgullo del Departamento Armamentístico de Shin Ra. Había sido construido con procesos realmente peligrosos, solidificando energía makko, obteniendo aleaciones realmente resistentes. Solo había una persona con permiso para conducirlo: Heidegger.

El enorme robot era tan alto como el edificio de los grandes almacenes. Tenía forma humanoide, pues fue diseñado a modo de exoesqueleto. Era totalmente rojo y tenía un cañón en el hombro derecho. Sin duda Shin Ra se había propuesto acabar con ellos.

Yuffie apareció de la nada y se plantó al lado de Cloud.

– Uf, menos mal que has venido a ayudarme. Creo que no iba a ser capaz yo sola – le guiñó un ojo.