Capítulo XX – Diez

9 noviembre 2007

Ninguno de ellos supo encontrar las palabras para describir el paisaje que presenciaban. No sabían por qué, pero sus corazones se encendieron y tuvieron deseos de permanecer allí para siempre. No era un paisaje natural, pero tampoco parecía posible que el ser humano pudiera haber creado algo de semejante belleza. Se sentían en un paraje bajo el mar, pero podían respirar aire puro. Tanto los caminos como las paredes de los edificios eran de conchas pulidas y barnizadas, limadas de tal forma que parecían enormes placas brillantes de color rosado que reflejaban la luz con efectos acuosos.

Las plantas, de hojas anchas y largas, hondeaban y bailaban aunque no soplaba el viento. Las pequeñas edificaciones parecían enormes caracolas marinas que reflejaban sus rostros cuando las miraban de cerca. El silencio absoluto que allí reinaba hacía el paisaje irreal y terrible al mismo tiempo. La temperatura era agradable y una fragancia de alguna extraña hierba les regalaba el olfato.

Caminaban siguiendo el camino inmaculado, maravillándose.

– Un pueblo realmente hábil con las manos, los Cetra – dijo Vincent rompiendo el silencio.
– ¿Esto es… una ciudad Arcana? – preguntó Yuffie sin poder creerlo.
– Me temo que así es – le respondió Red -. Sabía de la maestría y la sabiduría del pueblo de los Ancianos, pero creo que todo lo que se dice de ellos se queda corto. De la magnificencia de sus construcciones nada se dice hoy en día.
– No sé, pero esto es la hostia – dijo Barret hablando para sí mismo.
– No encontramos ante los últimos restos de una civilización mucho más sabia y hábil que cualquiera de las que haya hollado en este mundo. Podemos sentirnos afortunados – les explicó Red quien estaba de veras conmovido por el hallazgo. Largo tiempo había estudiado la ciencia de los Ancianos en Cañón Cosmo y profundos eran sus conocimientos acerca del mundo gracias al legado que éstos dejaron.

Cloud sintió un dolor de cabeza y tuvo una visión. Se giró pero no vio a sus amigos a su lado. Se encontró totalmente solo en mitad de aquella ciudad irreal. Vio a Aerith atravesando el camino hacia un paso que había entre dos colinas. Acto seguido apareció Sephiroth a su lado. Miró a Cloud a los ojos y sonrió con malicia. De pronto se encontró de nuevo entre sus amigos.

– No tenemos tiempo. Debemos ir por allí.

Aquello les devolvió de nuevo al mundo real y recordaron el motivo del viaje. Siguieron a Cloud a lo largo del camino. Bordearon un pequeño estanque de agua clara y brillante y entraron en una caracola. En el interior el ambiente era algo más fresco. Ojearon rápidamente el trabajo hecho en el interior de la caracola, pero Cloud marchaba raudo. Encontró unas escaleras de cristal que bajaban a una estancia subterránea y supo que debían descender.

Ninguno esperaba encontrar lo que se hallaba ahí abajo. Sobre un estanque subterráneo se alzaba una plataforma de piedra clara en la que se hallaba una especie de capilla circular con un tejado puntiagudo. Había varias barandillas talladas en la piedra. Al fondo se alzaban dos torres pequeñas conectadas por dos pasarelas de piedra. Unas escaleras descendían desde la capilla hasta el nivel del agua. Allí, unos pilares de piedra que salían del agua conducían hacia un pequeño mirador circular. Allí se encontraba Aerith.

– ¡Aerith! – exclamó Cloud.

Bajó los escalones de piedra a gran velocidad. Pasó junto a la capilla y descendió por las escaleras. Con dos saltos atléticos pasó sobre los pilares y llegó al mirador. Aerith estaba arrodillada y no levantó la cabeza. Parecía estar rezando o «hablando con el planeta», como ella solía decir. El grupo bajó a un ritmo más calmado y observó desde la barandilla de piedra.

Cloud sintió un gran dolor en la cabeza y se arrodilló. Notó como sus músculos se tensaban y empezó a perder el control de su propio cuerpo. Echó mano a su espada y la desenvainó. La alzó para descargar contra Aerith en cualquier momento.

– ¡Pero qué demonios está pasando! – se alarmó Cid.

Aerith levantó la cabeza y miró a Cloud a los ojos. El rostro de la muchacha parecía más bello que nunca con la iluminación de aquel lugar, y esa belleza penetró en Cloud y sus músculos se relajaron y el dolor de cabeza se desvaneció.

(No vales ni para esto)

La luz se apagó y nadie pudo ver nada, salvo Red, que poseía ojos penetrantes en la oscuridad. La sombra de Sephiroth había invadido la escena. Cloud vio cómo su silueta se deslizaba en la oscuridad y de pronto comprendió lo que había sucedido, pero ya era demasiado tarde. La sombra se desvaneció y reveló el mal que Sephiroth acababa de perpetrar. Masamune, su espada, había atravesado limpiamente el vientre de Aerith.

Cloud miró la punta de la espada, ensangrentada, manchada con la sangre de la única persona a la que él había amado alguna vez. Miró a Sephiroth, pero no había ira en su mirada sino aflicción. «¿Por qué?». Miró a Aerith y vio como la luz de sus ojos se apagaba lentamente.

Sephiroth retiró la espada y la sangre brotó de la herida, manchando el suelo inmaculado. Aerith se desplomó, pero Cloud se agachó y la tomó en sus brazos. La miró y abrió la boca para decir algo, pero no encontró fuerzas en su interior. Aerith utilizó el último retazo de vida para dibujar una sonrisa para Cloud y, acto seguido, su cabeza cayó de lado, sin vida. El lazo de su trenza se deshizo y la Materia blanca que guardaba cayó rodando al agua. Cloud asimiló entonces que la vida había abandonado el cuerpo de Aerith y que nunca volvería a oír su risa ni a sentir el calor de sus abrazos. Pero el sentimiento de pérdida era mucho más profundo. En el seno de su ser Cloud comprendía que acababa de abandonar el mundo la última de los Cetra, la única esperanza para el planeta. Comprendió entonces el porqué de esa atrocidad. Odió a Sephiroth más que a nadie en el mundo, pues le había despojado de todo lo que él amaba.

El hombre de la melena blanca limpió su espada con una frialdad inhumana y la envainó lentamente. Echó un último vistazo a Aerith para cerciorarse de que había muerto y se marchó elevándose en el aire.

Barret corría escaleras abajo, llorando como un niño. Pues bajo el rudo aspecto del enorme hombretón de Corel yacía un alma buena y sensible. Además, Aerith había ganado su cariño tiempo atrás cuando puso a salvo a Marlene. No podía creer que la vivaracha muchacha hubiera encontrado el fin tan pronto.

Yuffie se había derrumbado en el suelo y se cubría la cara con el brazo derecho. Tifa lloraba desconsolada a su lado mientras Red aullaba con sumo dolor en su corazón. Cid se retiró a la capilla, apagó su cigarrillo y se sentó con la cabeza hundida bajo sus manos. Vincent se apoyaba contra la barandilla y miraba el suelo con la mirada perdida, a medio camino entre el duelo y la desesperación. Sin duda había sido una gran pérdida para todos.

Cloud se incorporó con el cuerpo de Aerith y dio media vuelta. Miró con sus ojos llenos de lágrimas a Barret, que se encontraba a escasos metros. Barret miró a Aerith y se arrodilló en el suelo, golpeando la piedra con sus puños.

– ¿¡Por qué!?

Cloud pasó al lado de Barret y subió las escaleras. Todas las miradas se dirigieron a él. Vio la tristeza en los ojos de sus compañeros y el nudo que tenía en la garganta se hizo más grande. Yuffie miraba, con la boca abierta y una expresión de terror en la cara, el cuerpo de Aerith mientras Cloud pasaba a su lado. Tifa le puso la mano en el hombro a Cloud. El ex-SOLDADO apoyó su mejilla ladeando la cabeza y Tifa pudo ver el dolor en sus ojos.

Aerith había muerto, y ninguno de ellos tenía el poder de devolverla a la vida. Se había marchado para siempre, dejando un vacío en el corazón de todos ellos. Ya nadie tenía ánimos ni esperanzas para salvar al planeta porque ¿qué esperanza había si la última de los Cetra se había marchado? ¿qué podían ellos ante tan infausto destino?

Todo había terminado para Cloud.