Capítulo XXXIII – Los caballeros de la Mesa Redonda

9 agosto 2009

Sabio Chocobo les guió en silencio por un pasadizo secreto que había descubierto tras mover una escultura. El ambiente era fresco y los pasos resonaban con el eco. Cuando llegaron a una puerta de metal Sabio Chocobo posó la antorcha que les había guiado en un gancho que había en la pared para ese menester. Tras abrir varios cerrojos la puerta cedió y la luz entró a raudales. Salieron y se encontraron en un precioso valle inaccesible desde cualquier otro lugar.

Siguieron al hombre hasta una construcción bastante rudimentaria. Cloud pudo ver varios costales llenos de unas nueces realmente escasas y preciadas para alimentar a los chocobos. Cuando entraron, Cloud y Tifa quedaron petrificados. Ante ellos se hallaba el chocobo más bello y majestuoso que jamás hubieran visto; su magnificencia y poderío no tenían parangón en ningún otro ser de su especie. Era un chocobo fuera de serie. Su estatura era casi el doble que la de un chocobo corriente y sus plumas reflejaban la luz dándole un aspecto mágico. Sus ojos eran sabios y sus patas, robustas.

– Este es el chocobo dorado – les anunció Sabio Chocobo -. Como podéis comprobar es un chocobo más que excepcional. Lo mantengo oculto porque en el mundo de hoy día hay demasiada codicia y muy poca moral. Algunos me lo arrebatarían por la fuerza y lo usarían con ánimo de lucro o algo peor – hizo una pausa y miró al suelo unos instantes con la mano en la barbilla -. Pero vuestra misión es, sin duda, noble y justa. Os avala además el criterio del viejo Buggen; criterio que yo no pienso poner en duda. Aunque… – dirigió una mirada afable a Cloud – la Materia de los Caballeros es una leyenda.
– También lo era el chocobo dorado hasta este momento para mí – apuntó Cloud de forma perspicaz.
– Oh, sí, ya lo creo – el anciano sonrió -. Pero el chocobo no se encuentra en un lugar que ningún navío ni avión ha sido capaz de alcanzar. Un lugar donde las tormentas no cesan jamás, y cuyo oleaje sería capaz de destrozar el caparazón de Junon – su semblante se tornó serio, y una nube tapó el poco sol que entraba por la ventana -. Un lugar tachado u obviado en todos los mapas. Un lugar donde centenares de hombres y mujeres han perdido la vida creyendo en una leyenda fruto de todo lo anteriormente mencionado.
– Nadie lo había intentado antes con un chocobo – repuso Cloud.
– ¡No! Eso desde luego – dijo sonriendo Sabio. La nube pasó de largo y la luz volvió a bañar la estancia -. Y no he de sufrir por mi chocobo, pues si el mar os tragase él sería capaz de volver a mí. Pero, ay, vosotros. Ojalá mis temores sean infundados, pero poco futuro veo en la misión. Muy desesperado debía estar Buggenhagen para dar el beneplácito en esta cuestión.
– O muy seguro de la persona a quien se la ha encomendado.

Sabio Chocobo miró largo rato a Cloud con sus pequeños ojos escrutadores.

– ¡Ja, ja, ja! Por supuesto, por supuesto. Tu mirada es especial, sin duda. Has visto más que la mayoría de mortales a tu edad. Esos ojos me dicen que te has asomado al otro lado del dosel que da la bienvenida al otro plano del mundo. Sí, quizás seas la persona adecuada. Pero, hijo… ándate con cuidado. Él – le dijo señalando al chocobo dorado con la cabeza – cuidará de ti en tu viaje, pero no sé qué puede esperarte al otro lado de la tormenta.
– Tranquilo – le dijo Cloud posando su mano en el hombro del anciano -, estoy preparado para enfrentarme a lo que sea. El Planeta está de mi lado.

Con estas palabras zanjaron la conversación. Meteorito acechaba en el cielo y no había tiempo que perder. Sabio habló con el chocobo dorado en un idioma que solo él dominaba, y el chocobo parecía entenderle perfectamente. Tras recibir las instrucciones lo sacaron del establo y montaron sobre él.

– Que los hados os protejan – se despidió Sabio Chocobo.

A su señal, el chocobo dorado echó a correr. En un momento Sabio Chocobo era solo una mota en la lejanía. De la aceleración, Tifa estuvo a punto de caer, pero el chocobo había abierto su cola emplumada en forma de abanico para evitarlo. Parecía un asiento confortable. La muchacha se cogió a Cloud y admiró la destreza del animal.

Clavando sus enormes y robustas garras en la piedra y la nieve, el chocobo escaló sin ningún tipo de problemas la ladera de la montaña. Ningún precipicio era lo suficientemente inclinado. Llegaron a una zona en la que una pared totalmente vertical de piedra se alzaba ante ellos. Por un momento pensaron que el chocobo la rodearía, pero cuando adivinaron las intenciones del animal se aferraron a su plumaje con fuerza. De forma casi mágica, el chocobo subió la pared como si la gravedad no existiese para él. Sus garras perforaban la roca como si fuese molla de pan, dejando los agujeros de sus dedos marcados en ella.

Una vez en la cima empezó el descenso, que no fue menos intenso. El chocobo agachó la cabeza y tras un graznido sus piernas patearon tan rápidamente el suelo que apenas podían verse. Cloud y Tifa intentaron mirarse pero el viento era demasiado fuerte como para abrir los ojos. Se agarraron fuerte y confiaron en su suerte.

Tras un rato de subidas y bajadas vertiginosas a la velocidad del rayo llegaron al mar. El chocobo no detuvo la marcha ni un momento. «¿Se cansará en algún momento?», se preguntó Cloud. Cuando llegó al agua el mismo empuje que llevaba hizo que caminase sobre la superfície. La pareja de humanos notó el chapoteo del agua fresca y salada en sus mejillas. Tifa alzó un brazo y gritó llena de júbilo. Aquel viaje en chocobo dorado estaba siendo una de las experiencias más sensacionales de su vida.

El chocobo dorado iba dejando una estela en el mar mientras lo atravesaba. Cloud entreabrió los ojos y oteó una nubes negras en el horizonte. Se agarró con fuerza al recio cuello del chocobo y le señaló hacia las nubes al grito de «¡allí!». El chocobo asintió y viró ligeramente sin perder ni una pizca de velocidad. El oleaje era cada vez más pronunciado, pero el chocobo subía hasta la cresta de las olas igual que lo hacía con las montañas. Empezó a llover y los primeros truenos sonaron con estrépito. Cloud cogió la mano de Tifa.

– ¡Prepárate!

Tifa asintió y se agarró fuerte a su amigo de la infancia. Las olas ganaban altura y las constantes subidas y bajadas empezaron a marear a la muchacha. Un rayo cayó justo donde estaban ellos, pero el chocobo lo esquivó con un movimiento fugaz, casi imposible. Esto sumó más malestar al de Tifa que notó como la sopa de verduras de Sabio Chocobo se deslizaba por su garganta en sentido opuesto al habitual. Y, de repente, un torbellino. Las nubes se arremolinaron y el cielo silbó de forma cruel. El agua daba vueltas mientras subía hacia el cielo. Era un enorme tifón. Pero aquel solo fue el primero. En el horizonte pudieron ver a duras penas como decenas de tifones se elevaban desafiantes. Un relámpago imprimió en las retinas de Cloud aquel montón de columnas negras a contraluz.

La enorme ave dorada brincó de forma espectacular y se apoyó levemente sobre un lado del tifón, que lo despidió con fuerza. Aprovechó este empuje para llegar hasta el tifón más cercano y repitió la operación. Por increíble que pudiera pareciese el chocobo estaba brincando de tifón en tifón sin dejarse llevar por los vientos huracanados. No tenían ya ninguna duda de que algo mágico habitaba en el interior de aquel ser. Aun así, Tifa no pudo resistir más y se desmayó. Soltó a Cloud y se cayó del chocobo.

– ¡¡¡Tifa!!! – gritó Cloud mientras veía a su amiga de la infancia perderse entre el oleaje.

Ya estaba a punto de lanzarse cuando el chocobo graznó de forma que Cloud, inexplicablemente, entendió como una orden. El chocobo plegó las alas y se precipitó hacia el mar. Cloud notó el helor del agua por todo el cuerpo. Abrió los ojos y vio como el chocobo nadaba igual de rápido en el agua que corría en tierra. Alcanzó a Tifa y la agarró con una de sus garras. Volvió a la superficie donde el sonido atronador de la tormenta les dio la bienvenida de nuevo. El chocobo lanzó el cuerpo de Tifa hacia Cloud y éste la atrapó sin problemas. La sentó entre el cuello del chocobo y él mismo. Volvió a agarrarse fuerte. El chocobo repitió su danza aérea.

Pasados unos cientos de metros la tormenta empezó a amainar. Las olas eran cada vez más bajas y el cielo empezó a clarear. Cloud giró la cabeza y vio la tormenta alejarse. No podía creerlo, habían atravesado aquel tramo maldito. ¡Eran los primeros en hacerlo!

Un graznido del chocobo sacó a Cloud de su ensimismamiento. Oteó el horizonte y vio como la sombra de un islote empezaba a dibujarse, igual que se dibujó una sonrisa en sus labios.

6 respuestas to “Capítulo XXXIII – Los caballeros de la Mesa Redonda”

  1. KRITOANGEL said

    Hola amigo muxas muxas graxias por continuar la historia, cada día esta mejor!!!!
    Oie y si es posible una vez que termines esta historia si tienes tiempo crees que podrias hacer una historia igual para el juego de crisis core????
    Espero tu respuesta, Over^^

  2. tuseeketh said

    KRITOANGEL,

    cuando termine con esta me pondré con la de Final Fantasy X. Quizás cuando acabe la de FFX haga la de Crisis Core ;)

    Por el momento no estoy interesado.

    Saludos.

  3. KRITOANGEL said

    Cuando tendras el prox. capitulo? Saludos ^^

  4. tuseeketh said

    KRITOANGEL,

    lo tengo casi listo. Durante esta semana seguramente lo colgaré.

    Saludos.

  5. Saex100 said

    esta muy genial esta grandisima historia, ojala puedas terminarla lo antes posible (deberias publicarla en una editorial, seria grandioso ^^)
    muchas felicidades por tu boda…y que puedas escribir mucho mas para tus fans ^^.

  6. tuseeketh said

    Saex100,

    muchas gracias. ¡Me alegro de que te guste tanto!

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