Capítulo XXXII – Cuatro

27 diciembre 2008

El robot rojo empezó a patear el suelo, intentando aplastar a Yuffie y Cloud. Con cada nuevo pisotón el suelo de la ciudad temblaba una vez más, y un nuevo socavón se abría en el asfalto. La aborrecible risa de Heidegger sonaba por algún altavoz con cada ataque. Cloud pronto trazó un plan. Se reunió con Yuffie y le dijo:

– Escúchame, quiero que tengas preparado tu shuriken para lanzar un corte con todas tus fuerzas contra la rodilla cuando yo te lo indique. ¿Lo has entendido?

Yuffie asintió con la cabeza. Cloud se plantó frente al robot y adoptó su posición de ataque. La risa de Heidegger tornóse más estridente. El robot alzó el pie metálico y pisó con fuerza, aplastando a Cloud. La joven ninja quedó petrificada. Buscó a Cloud con la mirada, pero estaba del todo segura de que en el momento en que el pie bajaba, Cloud se hallaba justo ahí. De pronto, lo impredecible: el pie del robot empezó a levantarse lentamente. Cloud estaba arrodillado, con ambos brazos hacia arriba, sujetando la planta del pie robótico. Se incorporó con un grito de dolor y el robot se balanceó hacia atrás. Para no perder el equilibrio, Heidegger hizo que su máquina de asalto apoyase la rodilla derecha en el suelo, quedando el robot semiarrodillado.

Sin perder ni un segundo, Cloud saltó al reluciente muslo de la pierna izquierda, que estaba flexionada formando un ángulo de noventa grados. La placa que protegía la articulación sobresalía por la parte más alta, pero esto ya lo había previsto el ex-shinra, pues formaba parte de su plan. Agarró dicha placa protectora con ambas manos y tiró de ella con todas sus fuerzas hasta que la arrancó de cuajo y el mecanismo que proporcionaba movilidad a la articulación quedó al descubierto. Yuffie entendió perfectamente entonces cuál era el plan y, antes de que Cloud se lo indicase, lanzó un poderoso ataque a la rodilla izquierda. El mecanismo saltó en pedazos y la pierna del robot quedó partida en dos. El robot se desestabilizó y nuevamente Heidegger se vio obligado a tomar medidas rápidamente, colocando los brazos de la máquina delante para sostenerse. Su risa fue sustituida por un grito de furia.

– ¡Malditos seáis! ¡Este robot es invencible!

El láser del hombro empezó a moverse y a disparar en todas direcciones. Los edificios circundantes sufrieron grandes daños. Mientras tanto, el puño derecho intentaba aplastar a sus contrincantes, que eran demasiado rápidos. Cloud buscaba un nuevo punto débil en aquel enorme robot semiarrodillado. Debía encontrar la forma de abrir la cúpula que se hallaba en el lugar de la cabeza, pues en su interior encontraría a los restos de la dirección de Shin Ra. Se encaramó por la espalda y, haciendo uso de su espadón, empezó a hacer palanca sobre todas las fisuras que encontraba, que no eran demasiadas. Mientras tanto, la mano del robot alcanzó a Yuffie y la agarró con fuerza. La muchacha lanzó justo a tiempo un hechizo de barrera física que la protegió de morir aplastada, pero si la situación se alargaba demasiado no podría resistirlo. Sin más recursos, gritó «¡AUXILIO!».

Heidegger vio un punto negro en el cielo que se aproximaba a toda velocidad hacia la cúpula translúcida que le protegía. El punto pronto se convirtió en un cuerpo. Finalmente el rostro de Ruda se aplastó contra la cúpula. Estaba inconsciente, en el mejor de los casos. El sobresalto hizo que Scarlata, que también viajaba en el interior del coloso mecánico, moviese instintivamente los brazos para protegerse y tocase los controles del robot. El puño derecho se abrió y Yuffie quedó liberada. Una sombra con capa roja cruzó rápidamente el aire y salvó a la joven de la caída. Vincent se posó sobre un quiosco cercano y dejó ir a Yuffie.

– ¿Estás bien?
– Sí, gracias Vincent.
– Debemos ayudar a Cloud.

Dicho esto se lanzaron al ataque de nuevo. Frenaron de repente al ver una explosión a la altura de la cintura del robot. La cintura había reventado, literalmente, desde el interior. Cloud brotó de entre todo aquel humo y se reunió con sus compañeros.

– El robot no tiene apenas movilidad. Solo debemos destruir la cúpula para llegar hasta Heidegger – les dijo Cloud.

Aun en el suelo y sin apenas movilidad, el láser del robot intentaba alcanzarles. Se separaron y la indecisión de Heidegger sumado a los ladridos de Scarlata hizo que desesperase y acabase lanzando sus ataques de forma aleatoria. Cloud golpeó con todas sus fuerzas la cúpula, que empezó a requebrajarse. Cuando Vincent llegó, clavó su garra dorada y la atravesó. Heidegger y Scarlata corrieron al otro lado de la cabina, temblorosos de ver aquel brazo tanteando el interior de la cabina, en busca de un cuello que estrujar. Estaban acabados. Cuando la cúpula reventó, no pudieron hacer nada para evitar el espadón de Cloud.

Se felicitaron brevemente y Cloud recapituló.

– El presidente de Shin Ra S.A. está muerto. También lo están el Jefe de sus ejércitos y su procuradora de armas. El resto de la dirección son inofensivos. Solo nos queda un elemento peligroso que destruir.
– Hojo – apuntó Yuffie. Tanto Cloud como Vincent apretaron sus puños.
– Acabemos con ese cáncer de una maldita vez – les dijo Vincent.
– Encontremos a los demás, y marchemos al cañón – propuso Cloud.

Volvieron al escenario inicial de la lucha. Ya solo quedaban escombros. Sobre un trozo de autopista que todavía aguantaba en pie se hallaban Red y Barret, sentados al borde. Saludaron alegremente de lejos, como si acabasen de recibir una grata visita en su casa de campo. Saltaron y se reunieron con ellos. Estaban explicándoles cómo habían acabado con el ejército meca cuando de debajo de la autopista salió una silueta femenina de pelo largo y lacio. Tifa andaba cojeando. Tenía el cuerpo lleno de heridas y un ojo morado. Su aspecto era lamentable. Aun así, dibujó una sonrisa al ver a Cloud. Alzó el brazo derecho e hizo el signo de la victoria con los dedos índice y corazón. Interpretaron con ese gesto que Elena había sido abatida. Cloud corrió a su encuentro.

– Lo he hecho – le dijo ella -. He vencido a un Turco.
– Así es. Los Turcos están acabados. Has sido muy valiente.
– ¿Y Zeng? ¿No es también de Los Turcos?
– Zeng no me preocupa. Aerith no quiso quitarle la vida en el pasado. Lo consideraba una buena persona. Y yo también. No todo el mundo en Shin Ra es malo – le dijo mientras miraba hacia el Cuartel General, donde se hallaba Cait Sith, encerrado.
– Supongo que tienes razón, como siempre.

Se abrazaron. Cuando se reunieron con los demás y curaron sus heridas con Materia de curación enfilaron el cañón. Allí estaba Hojo, ensimismado en su proyecto, toqueteando los controles del cañón. Pronto iba a comprobar que sus actos pasados tenían consecuencias; algunas de ellas, muy vengativas.

Una respuesta to “Capítulo XXXII – Cuatro”

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