Capítulo XXX – Tres

5 junio 2008

– ¡Mi cohete! – aulló Cid entre sollozos – ¡Van a destruir mi cohete!
– ¿En serio te preocupa tu cohete? – le preguntó Barret – ¿Y nosotros? Joder, ¡vamos a morir aquí!
– Y van a destruir una gran cantidad de Materia Enorme. Toda esa sabiduría se perderá para siempre – intervino Cloud, hablando para sí mismo.
– ¡Eh! – le contestó Cid – No me malinterpretes, niño, pero me da igual toda esa Materia. Mi vida entera ha sido volar. Surcar el espacio siempre ha sido mi sueño. Y ahora van a estrellar el único cohete que existe contra ese jodido Meteorito. ¡No es justo! ¡Ni siquiera he podido pilotarlo yo mismo!
– No es por estresaros – terció Red -, pero vamos directos hacia Meteorito. No sé si sois conscientes de que vamos a morir probablemente en vano.
– No vamos a morir, maldito gato. Hay una cápsula de emergencia – le explicó Cid.
– ¿¡Qué!? ¡Podrías haberlo dicho antes! – le espetó Tifa.
– Sí, bueno. ¿De qué me sirve salvarme si sé que el cohete va a estrellarse y que jamás podré realizar mi sueño? Os acompañaré a la cápsula.

Cloud agarró a Cid por el brazo y lo llevó junto al ventanuco. El cohete se había alejado lo suficiente como para ver gran parte del planeta contra un fondo negro estrellado.

– ¿Ves eso? Es lo que intentamos salvar. Quizás tu cohete sirva para darnos algo más de tiempo para destruir a Sephiroth y salvar este planeta. Necesitamos un piloto para Vientofuerte, y no hay ni un solo piloto en todo el planeta que lo sepa manejar mejor que tú. ¿No nos vas a ayudar a salvarlo?

El capitán se deshizo bruscamente de los brazos de Cloud. Miró unos instantes por el ventanuco. La visión era espectacular.

– Joder, ¿a qué estamos esperando? ¡Larguémonos de aquí!

Siguieron a Cid a través de varias compuertas. Debían avanzar en fila india por los estrechos pasillos del cohete. Descendieron por unas escaleras de mano y llegaron a la zona de los tanques. Cual fue la sorpresa de Cid cuando vio a una mujer castaña con el pelo recogido en una cola y grandes gafas revisando un tanque. Llevaba una bata blanca con el logotipo de Shin Ra S.A. Era Shera.

– ¡Shera! ¿Qué mierda haces tú aquí?
– Oh, hola Cid. Me alegra mucho verte. Verás, es que este tanque no acaba de funcionar bien. He preferido quedarme a repararlo.
– ¿Estás loca? Este cohete va directo hacia Meteorito. ¡Vas a morir!
– Moriré de todas formas si no detenemos ese meteorito.
– ¡No lo entiendes! No es un meteorito, es Meteorito. Sephiroth lo ha invocado, es mágico, ¡este cohete no lo detendrá! Debemos volver y destruir a Sephiroth.
– Lo siento, pero no entiendo nada de lo que dices. El señor Presidente de Shin Ra S.A. dice que lo detendremos porque llevamos una carga mágica a bordo.
– Shera, ¡eres idiota! Hazme caso, ese niñato no tiene ni idea. Nosotros tenemos los medios para salvar al planeta. ¿Ves a este tío? – dijo señalando a Cloud – ¡Es el único que puede acabar con Meteorito y con Shin Ra!

Shera miró a Cid con el ceño fruncido unos instantes.

– ¿Qué te ha pasado, Cid? Creí que para ti lo más importante era la tecnología de Shin Ra. No te reconozco – le dijo Shera extrañada.
– Shera, lo que me ha pasado es que he visto cosas que me han hecho abrir los ojos. ¡Confía en mí maldita sea! ¡Me lo debes!
– Está bien – dejó las herramientas y se sacudió la bata -. Confío en ti. Vayamos a la cápsula.

Avanzaron hacia la cápsula. Era un compartimento para seis personas. La forma era esférica y había dos bancos con capacidad para tres personas cada uno. Hacía frío en su interior, pero tenían una vista excepcional a través de un gran cristal redondo. Red se colocó entre los dos bancos, enroscado sobre sí mismo. El fuego de su cola les proporcionó calor.

Salieron disparados en la cápsula de escape. Vieron como el cohete Shin Ra nº26 se alejaba directo hacia Meteorito. Cid se incorporó y pegó su cara al cristal. Una lágrima cayó por su mejilla mientras veía como su cohete marchaba hacia su destrucción. «Mi cohete…», sollozaba. Shera posó su mano sobre el hombro del capitán y éste la aferró con firmeza. Finalmente se abrazaron mientras observaban el diminuto cohete perdiéndose en la inmensidad. Meteorito se les antojaba enorme comparado con el Shin Ra nº26, que ya no podían ver. Tras largos instantes de incertidumbre, el cohete colisionó contra Meteorito. Hubo un un destello blanco que cegó a todos los habitantes del mundo. Ni siquiera la polución de Midgar pudo evitar que los habitantes de la placa quedaran totalmente deslumbrados durante el instante de la explosión.

La cápsula brivó con fuerza y el grupo se echó al suelo instintivamente. Los ojos de Red fueron los únicos capaces de soportar la luz emitida por la explosión. Vincent miró a través de su capa y golpeó el suelo. No podía creer que les hubiera dejado marchar hacia su destrucción.

Tras la luz llegó el sonido. Un estruendo colosal que hizo temblar al planeta entero. Los que no pudieron agarrarse a algo cayeron al suelo. Los animales corrían despavoridos de un lado a otro. Los monstruos se ocultaron en sus cuevas y sus madrigueras. El mundo entero se estremeció. Rufus observaba el cielo desde su despacho, esperando no volver a ver a Meteorito cuando la luz se apagase. Pero no fue así.

El aspecto que presentaba Meteorito tras la explosión era más desolador. La explosión había quebrado la parte delantera, pero los trozos de roca ardiente no se perdieron en el espacio. Continuaban unidos a Meteorito mediante unos rayos violetas. Ahora tenía un aspecto más parecido a un cometa. Habían reducido su velocidad, pero no habían conseguido desviarlo ni mucho menos. Avanzaba lenta pero inexorablemente hacia su objetivo.

– ¡Mierda! – exclamó Rufus. Se sentó frente a su ordenador.

La cápsula entró en la atmósfera y se incendió. Ninguno se atrevió a mirar a través del cristal, pero si lo hubieran hecho habrían visto el mundo acercarse cada vez más. La sensación de velocidad les estrujó el estómago. Yuffie se había desmayado y Barret la sujetaba entre sus enormes brazos. El fuego se disipó y la cápsula cayó al mar. Tras hundirse varias decenas de metros, invirtió el sentido de su marcha y empezó a emerger. Finalmente acabaron en la superficie, a la deriva.

– Genial, ¿qué vamos a hacer ahora? – preguntó Barret.

Una respuesta to “Capítulo XXX – Tres”

  1. Kuraudo said

    «Shera miró a Cid con el ceño fruncido unos instanteS.»

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