Capítulo XXVII – Ocho

9 noviembre 2007

Se dirigieron a una de las partes más profundas del fuerte. Había allí una vasta estancia repleta de hombres y mujeres armados, entrenando. No era un gran ejército, de hecho había gente demasiado mayor y demasiado joven, y las armas eran algo arcaicas. Pero había valor y sed de venganza. Barret lo notó. De repente sintió la necesidad de hablarle a toda aquella gente.

– ¡Escuchad todos! – anunció el hombre que los había recibido – En este momento de necesidad han venido a nosotros estos bravos guerreros, enemigos de los Shin Ra y dominadores de la Materia. Han vencido a nuestros enemigos en numerosas ocasiones y han venido a ayudarnos.

La multitud los miró durante un rato y luego estallaron los aplausos. Barret, que se estaba emocionando, se subió a una roca y empezó a gritar.

– ¡Escuchadme gente de Fuerte Condor! Yo soy el líder de Avalancha, el grupo rebelde que Shin Ra tanto odia. Desde que se fundó, Avalancha ha entorpecido las acciones de Shin Ra allí donde ha ido. Hemos destruido a sus máquinas de asalto, e incluso hemos aniquilado a algún miembro de SOLDADO – cara de asombro entre la multitud -. Contamos con un ex-miembro de Los Turcos – señaló hacia Vincent – y con Materia de gran poder. Esta noche os ayudaremos a combatir a esos Shin Ra que vienen aquí a perturbar la paz. ¡Acabaremos con todos ellos!
– ¡¡¡SÍ!!! – gritó la muchedumbre al unísono alzando los brazos.
– ¡Vamos a hacer que se le quiten las ganas de seguir metiéndose en asuntos que no les conciernen!
– ¡¡¡SÍ!!!

En ese momento Vincent subió a la palestra junto a Barret y se dirigió al pueblo.

– Escuchad. Debemos idear una estrategia para la batalla de esta noche. Conozco el ejército de Shin Ra y cuales son sus métodos. Debemos adelantarnos a todos sus movimientos.

Así empezaron a trazar el plan. Ellos tenían una posición privilegiada. Taponarían la entrada a los túneles, con lo que la única entrada al fuerte quedaría en la cima. Colocarían sus catapultas en lo más alto y a sus arqueros apostados tras las rocas. Utilizaron Materia de barrera para cubrir con un escudo mágico a cada uno de los soldados del fuerte. Durante un tiempo serían inmunes a las balas. Por último, cuando los soldados de Shin Ra que sobrevivieran llegasen a media altura de la montaña, saldría la infantería armada con espadas, sables y lanzas. Vincent dirigiría la ofensiva desde arriba y Barret lideraría la infantería. Y entonces, el ataque sorpresa de Cid.

El sol se había escondido. Vincent y Barret estaban junto al líder de Fuerte Cóndor en lo más alto, oteando el horizonte. Era una noche templada y apenas corría el aire. Vieron aparecer los primeros carros de Shin Ra que se acercaban a toda velocidad. Eran cuadrados y con seis ruedas. Vincent calculó que habría unos dieciséis soldados por carro. No sabían cuantos miembros de SOLDADO habrían enviado. Lo más probable era que Shin Ra hubiese subestimado la fuerza del ejército de Fuerte Cóndor. No contaban con que Avalancha se encontraba allí para entorpecer sus planes una vez más.

Los carros se apostaron alrededor del fuerte, rodeándolo. En total había veinte carros, lo que hacía unos trescientos soldados. «Nada mal», pensó Vincent. A Shin Ra debía interesarle de veras aquella Materia Enorme. El cóndor gigante dormía plácidamente en lo alto del reactor.

Los carros abrieron sus compuertas y las tropas de Shin Ra se pusieron en formación. Los generales empezaron a hacer señas. Empezó la batalla.

– ¡Disparaaaad! – aulló Vincent.

Los arqueros del fuerte aparecieron tras las rocas y provocaron una lluvia de flechas. Los soldados de Shin Ra permanecieron impasibles, viendo como las flechas rebotaban en sus escudos mágicos.

– ¡Joder, tienen escudos! – gritó el líder.
– Lo suponía – repuso Vincent con una ligera sonrisa -. Por suerte cuento con esto – sacó una pequeña esfera verde -. Materia destructiva. Elimina los escudos enemigos.

Con su capa ondeando, Vincent corrió hasta el límite de la cima. Extendió ambos brazos. Una neblina verde recorrió todo su cuerpo. Entonces una onda de color blanco brotó de él, expandiéndose en círculos. Cuando alcanzó a los soldados de Shin Ra, estos pudieron ver durante un pequeño instante como sus escudos mágicos emitía un leve destello y se desintegraban sin más.

– ¡Ahoraaa!

Una segunda ráfaga de flechas alcanzó de lleno a las tropas Shin Ra, que permanecían en estado de shock. Esta vez las flechas atravesaron limpiamente las partes del cuerpo que no cubrían las armaduras del traje oficial. En poco tiempo, decenas de soldados se revolcaban por el suelo de dolor, intentando extraer las flechas de su cuerpo. Pero eran muchos. Disparando sus rifles sin parar, los soldados se abrieron paso por encima de los cuerpos de sus compañeros, abatiendo a los arqueros que se ponían a tiro.

Se oyó un aullido terrorífico. No era un lobo, ni un monstruo. Había un animal con la cola en llamas en lo alto del fuerte. A su lado, unas catapultas se posaron lentamente al borde, apuntando hacia ellos. Red vomitó llamas que encendieron con un fuego rabioso los enormes proyectiles, y las catapultas empezaron a disparar. Ante el pánico, los soldados de Shin Ra se esparcieron, desordenados, intentando evitar que un enorme proyectil ardiente les cayese encima. Pero no todos tuvieron suerte. Muchos soldados fueron impactados de lleno por las bolas de fuego, y arrastrados hacia abajo, llevándose consigo a más soldados. Las bolas de fuego con cadáveres calcinados adheridos llegaron a la falda del fuerte y arrollaron los carros de Shin Ra. Los generales las esquivaban como mejor podían.

– Están desorientados. Es hora de entrar en acción – le susurró Vincent a Barret.
– Se…

Barret salió a la carrera, y tras él más de cien soldados fuerteños.

– ¡A por elloooos!

Los soldados de Shin Ra no tardaron en reaccionar y en empezar a disparar sus rifles. Los escudos de Materia aguantaban durante un rato, hasta que finalmente se desintegraban. Antes de que hubiesen abatido a no más de treinta, se produjo el choque. Las espadas fuerteñas empezaron a rebanar cuellos y a atravesar estómagos. Pero no amedrentaron al ejército de Shin Ra. Los rifles agotaron sus balas, y las espadas cobraron protagonismo. Barret estaba disfrutando eliminando a tantos Shin Ras como podía. Cuando veía a un grupo con problemas, utilizaba su Materia elemental de tierra para provocar un corrimiento que aplastase a los enemigos. Justo cuando acababa de partirle el cuello a un soldado desprevenido con sus propias manazas, notó algo frío en su nuca.

– Despídete de la vida, grandullón – le dijo el soldado.

Entonces el rifle cayó al suelo y Barret oyó un sonido de desgarramiento. La cabeza del soldado que acababa de amenazarle estaba en la boca de Red; el cuerpo, en el suelo con un zarpazo que había desparramado sus entrañas.

– ¡Gracias!

La lucha continuó. Barret y Red quemaban y aplastaban sin parar, mientras el ejército fuerteño se comportaba mejor de lo esperado. Pero no era suficiente. Una segunda fila de soldados de la gran compañía entraron en acción. Vincent alzó el rifle y disparó al aire. Era una señal para Cid.

Vientofuerte no tardó en aparecer. El sonido ensordecedor de sus hélices captó la atención de todo el mundo. Descendió hasta colocarse a ras del fuerte. Entonces un nuevo grupo de fuerteños liderados por Yuffie saltaron por la borda, aterrizaron y atacaron por la retaguardia. Yuffie no tardó en lanzar cortes cuádruples que inutilizaron gran parte de los rifles. Hubo muerte en ambos bandos. La lucha se alargó más de lo deseable y el olor a cadáver empezaba a infectar el escenario de la batalla. Vincent se había unido a la batalla y ahora parecía que la balanza empezaba a decantarse hacia Fuerte Cóndor. Los soldados de Shin Ra empezaban a verse en minoría y cundió el pánico. Algunos gritaron «¡Que vengan ya!». Y vinieron.

Dos miembros de SOLDADO bajaron de uno de los carros, tranquilamente. Uno de ellos eran muy corpulento, más que Barret. Era calvo y de piel morena. Tenía una cicatriz en el cuello. Sostenía una enorme alabarda. El otro, era un hombre bastante normal. Tenía el pelo negro y llevaba un corte de pelo más digno de un ejecutivo. Su única arma era una cadena. Ambos iban vestidos de negro.

– De esto nos encargamos nosotros – dijo Vincent.

Los cinco dejaron la batalla y se plantaron enfrente de los miembros de SOLDADO. El más bajo de los dos sonrió levemente.

– Empecemos a jugar.

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