Capítulo XXVII – Seis

9 noviembre 2007

Cid se metió en la cabina y examinó el sistema de palancas. Barret estaba a su lado.

– ¿Qué? ¿Sabes como va, no? Tú eres piloto.
– Si, llevar una avioneta es igual que llevar un tren, no te jode – se encendió un cigarrillo.
– Y, ¿qué vamos a hacer?
– Probar.

El capitán tiró de una palanca. El tren aceleró tanto que casi se caen de espaldas. «Veamos…», dijo mientras buscaba otra palanca. Tiró de otra que era negra y más alargada. Se oyó un chirrido por la parte de la izquierda. El tren empezó a temblar peligrosamente.

– ¡Coño! Tiene un freno para cada lado. Estos Shin Ra son muy raros.

Buscó otra palanca que se pareciese a la anterior. Tiró de ella y comprobó que era el freno del otro lado. Sacó todo el humo de sus pulmones y tiró de las palancas con todas sus fuerzas. El chirrido era insoportable, pero no podía taparse los oídos. El tren empezó a frenar. Red rodó sobre sí mismo hacia delante, y luego se agarró con sus garras. Frenaban deprisa, pero ciudad de Corel se acercaba peligrosamente. Los habitantes de ésta se acumulaban en la fronteras y miraban atónitos el bólido que se les acercaba. Barret pensó en qué ocurriría si volviera a acaecer una desgracia en la ciudad y él estuviese involucrado.

– ¡De ninguna manera!

El hombretón se encaramó por fuera y se posó en la parte delantera del tren. Veía pasar los tablones de la vía del tren rápidamente. Sin pensárselo dos veces, se agarró con fuerza con su enorme mano y estiró las piernas hacia la vía. Los tablones empezaron a partirse al chocar contra sus pies. «¡¡¡Aaaaaah!!!». El dolor era insoportable. Con cada tablón que partía le parecía que sus piernas iban a saltar en pedazos. Su propia sangre empezó a salpicarle en la cara. Sus pies se estaban quedando en carne viva y las astillas de madera se clavaban cada vez más profundamente.

– ¡¡¡Por Coreeeeeeeeeeel!!! – aulló.

Los habitantes de Corel que veían la escena se quedaron boquiabiertos. El tren frenaba cada vez más, pero aun así Barret ya podía ver las primeras tiendas que se venían encima. Casi por instinto, alzó un brazo y un resplandor verde surgió de él. Un bloque de roca surgió de ninguna parte y se interpuso entre el tren y el pueblo. Chocaron de frente y Barret quedó aplastado brutalmente, quedando incrustado en la roca. Pudo sentir como sus costillas se partían una tras otra. Perdió el conocimiento.

Un rayo de luz. Era cegador. De repente, decenas de miradas posadas sobre él. No podía verles, pero las sentía. La imagen se fue haciendo nítida. Era la cara de Yuffie. Tenía las mejillas negras. A su izquierda, Vincent aplicaba Materia curativa sobre él. Se incorporó.

– ¿Qué ha pasado?
– ¿No lo recuerdas? – le dijo un hombre mayor que le observaba unos metros más allá – Has salvado a Corel de otra destrucción. Jamás vi a nadie tan valiente como tú.
– Sí, ¡eso mismo! – gritaron algunos al fondo.
– ¡Viva Barret!
– ¡Viva!

Los habitantes alzaron a Barret y le vitorearon. Tras esta pequeña celebración, Barret miró a sus compañeros.

– Aun no sabes lo mejor: – le dijo Yuffie – el tren estaba LLENO de Materia.

Barret se dirigió a uno de los vagones y asomó la cabeza. Jamás había visto tantas esferas de colores juntas. Cogió un puñado con la mano. Una sonrisa se le dibujó de oreja a oreja.

– ¡Esto es increíble!

Llenaron las mochilas de Materia y se equiparon con la más valiosa que encontraron. Yuffie no cabía en sí de júbilo. «Cometa, Fuego, Todos, Sellar, Super Mente, Corte cuádruple…» Iba enumerando toda la Materia que cogía. Entonces vio una diferente a las demás. Era verde, como cualquier otra Materia elemental, pero esta tenía un brillo y un fulgor que la hacía única. Extendió su brazo y la tomó con la mano. Entonces escuchó cientos de voces en su cabeza. No podía entender nada, pero cada vez se sentía más mareada. Sintió un pinchazo en la sién y entonces soltó la esfera y lanzó un grito de dolor.

– ¿Qué ocurre? – le preguntó Vincent.
– Na… nada. Esa Materia… es realmente rara.

Vincent se agachó y examinó la esfera. La recogió con cuidado. Su rostro se tensó. Abrió el compartimento de su rifle y la metió dentro.

– ¿Qué es? – preguntó la joven ninja, ansiosa.
– Es una Materia muy especial. Se llama «Última». Creí que era una leyenda. Se dice que cuando el planeta presiente que su fin está cerca crea este tipo de Materia. Está cargada con el poder del mismo planeta – Vincent miró hacia el suelo -. Es como si nos estuviera dando las armas para destruir al germen que le está provocando la enfermedad.
– ¿Qué germen? – le preguntó Barret.
– El germen es Jénova.

Se hizo el silencio. Cid tiró el cigarrillo al suelo y se preparó para encender otro. El PHS sonó. Vincent descolgó y esperó a que su interlocutor hablase.

– Soy Caith – dijo una voz ronca.
– Hola, Sith. Al habla Vincent Valentine.
– Vincent. Escucha: debéis largados de ahí. Los Shin Ra se dirigen a Corel con un séquito de SOLDADO. Coged la Materia Enorme y volad. Id hacia el este. Me pondré en contacto de nuevo con vosotros – colgó.

Vincent giró sobre sí mismo, haciendo ondear la capa. Se dirigió al último vagón y rompió la lona. Allí vio lo más raro que había visto en su vida. Había una piedra de varios kilos, semitransparente y reluciente. Era Materia, pero era tan grande que una persona normal apenas podría haberla transportado en brazos. Se preguntó de dónde habría salido.

– Debemos irnos con esto. Los Shin Ra vienen hacia aquí.

4 respuestas to “Capítulo XXVII – Seis”

  1. Kuraudo said

    Los tablones empezaron a partirse al chocar contra sus pIes.

  2. Yomi said

    Este Barret… mira que intentar frenar un tren con las piernas… xDDDDDDDDDD Vaya tela, jajajaja.

  3. Zipo said

    “¡¡¡Aaaaaah!!!&qu ot;. El dolor era insoportable. (…)»
    No se que errata sera esa, pero supongo que sera un error de escritura en html.
    Saludos

  4. tuseeketh said

    Zipo,

    efectivamente, se me fue la pinza con el HTML. Gracias por avisar.

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