Capítulo XXVII – Siete

9 noviembre 2007

– Mira, mira, ahí, entre las nubes – Yuffie estaba en lo cierto, lo que asomaba era Fuerte Cóndor.

Habían atravesado el océano una vez más, pero esta vez con Materia Enorme en la bodega de Vientofuerte. Caith Sith había vuelto a establecer un breve contacto con ellos y les había ordenado dirigirse a Fuerte Cóndor. Por lo visto, otro pedazo de esa Materia Enorme se hallaba en el reactor de aquel lugar y Shin Ra se proponía recuperarlo. Pero no lo tendrían fácil.

Fuerte Cóndor siempre había sido un pueblo luchador. Jamás aceptaron las leyes de Shin Ra aunque finalmente fueron forzados a aceptar la construcción de un reactor makko. A Shin Ra le costó muchas muertes hacerse con aquel fuerte y, una vez conseguido, de poco les sirvió la toma. El fuerte era un enorme peñasco en mitad de un desierto rocoso al sudeste de Puerto Junon. Parecía una montaña a la que un gigante le hubiese cortado la cima con su enorme hacha. Su gente había excavado túneles con gran habilidad cual hormiguero humano. En lo alto, un cóndor gigante tenía su nido. Un nido que ya estaba allí mucho antes que Shin Ra y mucho antes que los humanos. Y fue este cóndor quien desbarajustó los planes de Shin Ra de extraer todo el makko de aquella región, pues nunca toleró la profanación de su nido. Atacó sin descanso a todo humano que pisase su nido y lo destartaló. Picoteó y arañó las instalaciones hasta que la situación se volvió insostenible y Shin Ra lo dejó por imposible. Eran tiempos más felices. Hoy día Shin Ra había bombardeado al cóndor hasta la muerte, sin duda. Pero el fuerte no era interesante. Por lo menos hasta ese momento.

La posible aparición de aquella Materia tan extraña en el reactor abandonado había puesto a Fuerte Cóndor en el punto de mira. Shin Ra había seguido todos los pasos necesarios para tomar aquella Materia por las buenas, poniéndose en contacto con el pueblo del fuerte e informando de que se personarían allí para «hacer unas comprobaciones»; pero habían recibido un no rotundo y ahora los fuerteños desempolvaban sus rifles y sus granadas, y se orgnizaban rápidamente anticipándose a la ofensiva de Shin Ra.

Vientofuerte aterrizó a una distancia prudencial del fuerte, por la parte trasera. Caminaron durante un rato sobre el suelo árido de aquella zona. A decir verdad, Barret agradeció el clima del otro continente. Había llegado la tarde y el sol se alzaba rojo. Quietud.

Cuando llegaron a la entrada del fuerte, varios hombres armados aparecieron de ninguna parte, apuntándoles.

– ¿Quiénes sois y qué queréis?
– Somos Avalancha – contesto Barret -. Y estamos aquí para recoger algo.
– ¿Recoger qué? – el hombre empleaba un tono hostil.
– Algo que Shin Ra quiere. Queremos alejarlo de ellos.
– ¿No sois Shin Ra?
– Te lo dije – intervino un tercer hombre más joven -. No tienen pinta de Shin Ra. Además Shin Ra enviará un ejército.
– ¿Sabéis por qué viene Shin Ra? – les preguntó el hombre, en un tono más amable.
– Así es. Es más, hace unas horas les arrebatamos otro de estos objetos. Tenemos a un infiltrado que…
– No es sensato hablar de estos asuntos al aire libre. Subamos al fuerte.

Subieron por interminables túneles que se retorcían y se bifurcaban sin parar. Tuvieron que echar mano de algunas escaleras de mano que los habitantes del fuerte les tendieron después de escuchar una contraseña. Era obvio que era un pueblo que había vivido siempre a la defensiva, esperando un ataque. Al fin llegaron a una estancia amplia con una gran barra de bar y mesas. El hombre les indicó que se sentasen y pidió algo de beber en la barra. Les explicó cómo estaba la situación y lo que se les venía encima.

– Tenemos un ejército, sí… aunque está algo desentrenado. Y la maquinaria de Shin Ra es demasiado avanzada. No creo que podamos hacer nada.
– ¡Maldita sea! – gritó Barret golpeando la mesa – Vamos a ayudaros. Les patearemos el culo a los Shin Ra y les dejaremos claro que no son bienvenidos.
– ¿Ah sí? ¿Vamos a luchar? – preguntó Cid con sorna.
– Gracias muchachos, es muy loable por vuestra parte, pero no creo que la ayuda de cinco personas más decante la balanza a nuestro favor.
– ¿Está usted seguro? – intervino Vincent desarmando su rifle y mostrando la colección de esferas de colores. Yuffie, Red, Cid y Barret le imitaron. Los ojos del hombre no podían abarcar tanta Materia de una sola sentada. «¿Quién son esta gente?».
– Para su información – empezó a decir Barret quien se estaba poniendo algo gallito -, hemos vencido numerosas veces a Shin Ra. Hemos luchado contra miembros de soldado, destruido muchas de sus máquinas de asalto y tenemos a un ex-miembro de Los Turcos entre nosotros.
– ¿De Los Turcos? – al hombre empezaban a temblarle las manos de la emoción. ¿Cómo podía haber tenido la suerte de que un puñado de guerreros semejantes se hubiesen presentado en el último momento y estuvieran dispuestos a ayudarle? En realidad no era una cuestión de suerte. Se trataba de una llamada de un hombre que en este momento repiqueteaba con los dedos sobre su escritorio en el cuartel general de Shin Ra S.A.. Su nombre era Cait; su apellido, Sith.
– También tenemos Materia de invocación – añadió Yuffie.
– Muchachos – les dijo el hombre -, habéis venido como un regalo del cielo. Venid a ver a nuestras tropas. Vamos a machacar a esos canallas.

2 respuestas to “Capítulo XXVII – Siete”

  1. Zipo said

    «pues nunca toleró a (la) profanación de su nido.»
    Saludos

  2. tuseeketh said

    ¡Esa ele que se me escapó!

    Gracias.

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