Capítulo XXV – Tres

9 noviembre 2007

Pasaron por varios pasillos. Entraron a la sala de mando, donde Rufus estaba frente a una enorme pared de cristal divisando el horizonte en busca de Arma. En las mesas metálicas había decenas de ordenadores. Rufus ni siquiera se giró. Pasaron de largo. De nuevo pasillos. Bajaron y subieron escaleras. Si Heidegger quería despistarlos lo había conseguido. Llegaron a su destino algo sorprendidos.

Era una sala en la que había convocada una rueda de prensa. Scarlata hablaba a las cámaras en tono triunfante. Al verlos entrar se incorporó.

– ¡Bien! Ya los tenemos a todos. Estos son los culpables de la catástrofe que acaece en nuestro planeta – dijo señalando a los recién llegados.

Barret y Tifa vieron a los demás también esposados. Tifa pudo ver bajo las sillas algo pequeño y peludo que se movía.

– ¿Qué es todo este circo? – preguntó Tifa a quien le molestaba de veras todo aquel espectáculo. Bastante tenía con su pena.
– Oh, vamos a retransmitir vuestras penosas muertes por televisión – le explicó Scarlata. El cámara enfocaba a Tifa en primer plano.
– ¡Maldita seas! ¡No es culpa nuestra! – una pequeña llama volvió a arder en el corazón de la muchacha.
– ¡Guardias! Coged a la muchacha. Ella será la primera – Scarlata dibujó una sonrisa maliciosa.
– ¡Ni hablar! ¡Empezad por mí! – gruñó Barret intentando liberarse de las esposas.
– Cámara, graba esto. A la audiencia le chiflan las despedidas lacrimógenas.

Los guardias cogieron a Tifa y la arrastraron hacia una habitación contigua. Barret gritó desesperado. Yuffie se echó a llorar. Cid echaba realmente de menos tener las manos libres para fumarse un pitillo.

Scarlata entró en la cámara de gas. Tifa se resistía a que le abrocharan a la silla. La directora del departamento de desarrollo de armas de Shin Ra se acercó y le atestó una bofetada en la cara. Tifa quedó paralizada. La mejilla le quemaba, pero todavía le quemaba más la rabia que estaba creciendo por momentos. Los guardias aseguraron los grilletes con dos pernos de hierro.

– Bien. Cuando accione este botón empezará a salir gas por esos tubos de ahí arriba – Scarlata le señaló unos tubos atados de forma chapucera al techo -. Poco a poco ese gas irá sustituyendo al aire, hasta asfixiarte. Es una muerte lenta y dolorosa… – se movió hacia una esquina y activó un botón rojo lleno de grasa – Que te vaya bien, bonita.

Abandonaron la sala. Tifa se quedó prácticamente a oscuras. La única iluminación que tenía era la luz que había encima de la puerta. La luz de emergencia.

– La cuenta atrás ha em… ¡¡¡Joder!!! – Scarlata calló de golpe.

La alarma empezó a sonar por todo el recinto. Arma se acercaba de nuevo a Puerto Junon y se rogaba por megafonía la retirada de todo el personal no militar a los búnkers. Todos los periodistas y los curiosos echaron a correr. Cuando el barullo hubo acabado, quedaron los miembros de Avalancha, Scarlata, dos guardias y un hombre obeso que ni se había movido de la silla.

– ¡Mierda! ¿Tenía que ser precisamente ahora? – se quejó Scarlata con los brazos en jarra.

El hombre obeso se levantó de la silla y se dirigió hacia ella.

– ¿Qué hace? ¿No ve que estamos en peligro?
– Perdone, es que… – el hombre sacó un espray del bolsillo y lo vació en la cara de la mujer, que cayó al suelo gritando de dolor.

Los guardias tomaron las armas, pero Barret fue más rápido. Se agachó y dio media vuelta. Accionó su brazo arma y empezó a disparar a discreción.

– ¡Todos al suelo! – gritó.

Ambos quedaron como un colador en pocos segundos.

– ¡Maravilloso! – gritó el hombre obeso haciendo un baile algo ridículo.
– Mira tío, no sé quien eres, pero gracias – le agradeció el hombretón.
– ¿No sabes quien soy? – la cabeza del hombre se abrió plegándose en el cuello. Todos dieron un paso atrás. Un pequeño gato de peluche con una corona asomó por el agujero hueco del cuello.
– ¡Cait Sith! – exclamó Yuffie que había dejado de llorar.
– ¡Ja! Tócate los huevos – este era el modo de expresar la alegría para Cid.
– Pero, ¿No quedaste prisionero en el Templo de los Ancianos? – le preguntó Barret.
– Bueno, aquello sólo era un robot. Yo sigo en el cuartel general, ¿Recuerdas? Cuando supe que os iban a ejecutar… me hice con otro robot y me embarqué hacia aquí. Me alegro de haber llegado a tiempo.
– Pero, ¿Por qué nos ayudas? ¿Acaso no eres un Shin Ra?
– Digamos que estoy en contra de las ejecuciones públicas – Cait Sith dio orden de que el muñeco guiñase el ojo -. Pero bueno, no hay tiempo que perder. Tened, vuestras armas – el gato se internó en el cuerpo del hombre robótico. La barriga se abrió y todas las armas que les habían confiscado cayeron al suelo -. Lo siento, no he podido recuperar mucho más.
– Has hecho un buen trabajo, Sith – Barret acababa de perdonarle sus fechorías pasadas.
– Gracias. Venid, os quitaré esas esposas.

Se libraron de las esposas y se equiparon con sus armas. Barret picó a la puerta de hierro tras la que se encontraba Tifa.

– ¡Tifa! ¿Estás bien?
– ¡Barret! ¡Sálvame!
– ¡Lo haré princesa! – Barret se alejó un poco de la puerta y la ametrelleó. Nada. Estaba blindada, era físicamente imposible destrozarla – Mierda… si Cloud estuviera aquí.
– Barret – Vincent le cogió por el brazo -. Siento ser yo quien te lo diga, pero no podemos hacer nada por Tifa. Junon está construido en su totalidad por un metal prácticamente indestructible.
– ¡No pienso irme de aquí sin ella! – se lamentó Barret.
– Ninguno queremos… – Vincent pensó algún argumento convincente – Quizá el mecanismo que abre la puerta de la cámara de gas se encuentra en algún lugar de las instalaciones.
– ¡Pues busquémoslo! – Barret se acercó a la puerta de metal – ¡Tifa! ¡Aguanta!
– ¡No sé cuanto más podré soportarlo! ¡Empieza a faltarme el aire!
– Ilusos… – dijo Scarlata desde el suelo – Ya he accionado el botón. Le quedan pocos minutos de vida. Jamás lo conseguiréis.
– ¡Maldita zorra! – Barret apuntó a su cabeza, pero Cid le retiró el brazo.
– Eh, grandullón, guarda esas balas para salir de aquí.

Salieron corriendo de la habitación. Tras subir unas escaleras, Cait Sith pudo ver el cartel que indicaba donde se encontraba el aeropuerto. Tuvo una idea.

– ¡Por aquí!
– ¿Seguro?
– ¡Confiad en mí!

Salieron al aeropuerto. Había decenas de soldados de Shin Ra. En cuanto se dieron cuenta de la amenaza empezaron a disparar a discreción. El grupo se dividió. Después de la experiencia en combate aquellos guardias no suponían ningún obstáculo. Vincent volaba de un lado a otro disparando su escopeta mientras las cabezas de los Shin Ra estallaban. Red lanzaba enormes fogonazos que calcinaban al instante a todo el que se interponía. Rugió con furia y los soldados tuvieron miedo. Yuffie enviaba cortes a diestro y siniestro mientras hacía piruetas aéreas. Los soldados se partían en dos, cuando eran afortunados. Otros, perdían las piernas y algún brazo y quedaban en el suelo esperando la muerte. Cid, con un cigarro recién encendido, esquivaba las balas con el cuerpo de un soldado que había empalado nada más salir. Eran imparables. Pronto los soldado se retiraron. Nadie osó volver a interponerse ante ellos. Su furia era terrible.

– ¡Moriiiiiid! – Barret seguía vaciando sus cargadores sobre las espaldas de los fugitivos. Red le tironeó del bajo del pantalón.
– Debemos continuar.

Tifa empezaba a sentir como la desesperación corría por sus venas. El nerviosismo empezaba a apoderarse de cada parte de su mente. Su muerte era inminente. Empezó a tirar con fuerza de los grilletes. El tintineo del metal se le antojaba aborrecible en esos momentos. Tiró con tanta fuerza que uno de los grilletes cedió un poco. Su corazón se aceleró. Intentó escurrir su mano pero seguía siendo demasiado pequeño.

– El cañón ya está armado, señor – informó Heidegger. Rufus miraba el horizonte. Ya podía ver la enorme aleta de Arma.
– Disparad.

El enorme cañón de Puerto Junon disparó una gran bola de fuego que fue directa hacia arma. Impactó y una enorme ola se propagó por el mar y bañó el pueblo de Junon. Calma.

– ¡Sí! – Heidegger bailaba – Hemos acertado de lleno.

Pero Rufus no apartaba la vista del agua. Algo no marchaba bien. Si habían acertado, ¿Dónde estaba Arma? Entonces la vio, varios metros más adelante. Se había sumergido y seguía avanzando a toda velocidad hacia Junon. Pretendía cargar con todo su peso contra ellos, lo cual equivalía a una fuerza nada desdeñable contando con la envergadura de la criatura.

– ¡Maldita sea ese bicho! – se quejó el gordo oficial.
– ¿A qué velocidad avanza? – preguntó Rufus que ya estaba haciendo cálculos de cabeza.
– Em… 50 nudos, y subiendo.
– Maldición. Cargad de nuevo el cañón.
– Tardará un rato en volver…
– ¡Ya lo sé! ¡Cárgalo maldita sea! – le espetó el presidente.
– Sí, señor.

Arma volvió a asomar a la superficie. Su enorme cola se movía de un lado a otro con gran agilidad.

– 80 nudos, señor.
– Cerrad las persianas. Sacad toda la artillería y hacedle frente.

Las persianas se cerraron. El cristal quedó tapado por un caparazón metálico. Afuera, centenares de soldados Shin Ra armados con bazookas salieron al encuentro de Arma. De las paredes surgieron cañones y metralletas. Los miembros de SOLDADO estaban apostados en posición de ataque.

– 100 nudos, señor.

Rufus se agachó y el impacto tuvo lugar. Arma chocó violentamente contra el caparazón, que se abolló ligeramente. Los ordenadores cayeron al suelo, la gente salió disparada. Muchos se fracturaron huesos al salir disparados contra las paredes. El pueblo de Junon tenía miedo. Arma se sacudió la cabeza y se incorporó lentamente. Cascadas de agua surgían de entre sus aletas. Era más alta que las instalaciones de Shin Ra.

Era el Arma zafiro. Su cuerpo estaba recubierto por un caparazón de zafiro. Tenía dos grandes aletas que crecían cerca de los omoplatos, y otras dos que crecían en sus costados. Una enorme cola que se ensanchaba al final le servía para impulsarse. Era un Arma acuática. Su cara cilíndrica era terrible. Tenía un gran pincho que le crecía en la coronilla. Dos grandes ojos felinos de color amarillo inspeccionaban la situación en busca de vida que destruir.

Los cañones menores empezaron a acribillarla mientras los miembros de SOLDADO se lanzaban a la carga. El Arma empezó a sacudir los brazos, aplastando decenas de personas cada vez. Emitió un rugido que se escuchó en todo el planeta. Las balas le rebotaban y las espadas se quebraban al chocar contra su caparazón. La Materia apenas le afectaba.

Entonces abrió su boca y un resplandor blanquecino cegó a todo el que lo miró. Se inclinó ligeramente hacia delante y un rayo salió disparado desde sus entrañas. El rayo impactó de lleno en Puerto Junon y abrió una enorme brecha de forma transversal.

– ¡El cañón está listo!

El cañón giró y su boca se colocó justo enfrente de la cara de Arma. Dispararon y la cabeza Arma reventó y la sangre verdosa chorreó a raudales. El cuerpo inerte cayó pesadamente y aplastó a muchos de los que miraban la escena. Todo el suelo tembló y una nueva oleada afectó al pueblo de Junon.

Tifa miró al techo. ¿Qué había sido todo ese alboroto? No podía creerlo: una brecha se había abierto en el techo. El aire fresco entró de nuevo en la habitación. Debía liberarse y escapar.

Una respuesta to “Capítulo XXV – Tres”

  1. Kuraudo said

    Cascadas de agua surgíaN de entre sus aletas.

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