Capítulo XXV – Cuatro

9 noviembre 2007

Los vítores fueron ensordecedores en la sala de mandos. Rufus sonreía y todos sus súbditos le aclamaban. Shin Ra había aniquilado a una de las Armas, una hazaña digna de mención en los libros y que haría parecer más poderosa a Shin Ra de lo que era. Rufus ordenó a las unidades de costa que intentaran remolcar el cuerpo de la criatura hacia el fondo, antes de que toda aquella mole empezase a pudrirse en las narices de Junon.

– ¡Sí! Somos los mejores. Matemos a todas las otras – exclamó Heidegger.
– Eres más tonto de lo que pensaba, si cabe – repudo el presidente -. A este Arma la hemos aniquilado fuera de su hábitat y gracias al cañón de Junon. ¿Cómo piensas aniquilar al Arma voladora? ¿Y la del desierto? Más nos vale no toparnos con ninguna de ellas en… ¿Qué está pasando? – Rufus se exaltó cuando las persianas se abrieron. No podía creer lo que acababa de ver.

Gracias a la enorme sacudida, el grillete de la silla se había acabado de desencajar. Tifa liberó uno de sus brazos y forcejeó con el otro. No hubo manera. Encontró un barrote de hierro que se había caído del techo. Con una pose algo ortopédica se escurrió hacia abajo y pudo arrastrar el palo hacia ella con la punta del pie. Lo tomó con la mano e hizo palanca con todas sus fuerzas. ¡Clec! El grillete salió por los aires. La muchacha se tocó las muñecas doloridas.

– ¡Eh! ¿Qué pasa ahí dentro? ¿Has muerto ya? – era la voz apagada de Scarlata al otro lado de la puerta. Al parecer se le había pasado el efecto del espray.
– ¡Pues claro que no! – le soltó Tifa en tono burlón.

Calculó la distancia hasta el techo y brincó. Se encaramó por la brecha que había dejado el disparo de Arma y tomó aire. Le pareció tan reconfortante que pronto olvidó los momentos de angustia que había sufrido. Oyó el chirriar de la puerta de la cámara. Miró hacia abajo y vio a Scarlata que no podía creer lo ocurrido.

– ¡No escaparás!

Tifa se deslizó por el caparazón exterior de Puerto Junon. El friegue con el metal en sus piernas le lastimaba, pero su instinto de supervivencia era más fuerte. Echó un vistazo atrás y vio como Scarlata había logrado salir también por la brecha. Anduvo por una pequeña pasarela que formaba un pliegue en el metal hasta la parte frontal. Ahora se encontraba en el nacimiento del cañón. Scarlata se deslizó de la misma forma, rasgándose el caro vestido de seda de color vino. «Pagarás por esta humillación», pensó la Shin Ra. Tifa corrió hacia la punta del cañón a toda prisa. Fue tarde cuando se dio cuenta de que su plan no había sido muy inteligente.

Scarlata sacó un arma pequeña y la apuntó. Andaba hacia ella lentamente.

– No has muerto en la cámara de gas, pero morirás ahora arrojándote al vacío. Me gusta más, es más trágico – el moño rubio de la mujer se había desecho un poco con tanto ajetreo y ahora algunos mechones sueltos le ondeaban al viento.

Cuando Tifa iba a contestar la interrumpió un sonido sordo de motores. Se tapó los oídos. Entonces una sombra se proyectó sobre todo el cañón. Era Vientofuerte. La enorme nave hacía girar sus hélices con fuerza. Se elevaba lentamente por encima del nivel del cañón, majestuosamente. A pesar de sus enormes proporciones, sus movimientos eran precisos y elegantes. En la parte más baja, en la cesta, había alguien agitando los brazos. Era grande y de tez oscura. Inconfundible. Era Barret. Tifa comprendió lo que debía hacer. Sin pensárselo dos veces corrió hasta el final del cañón. Escuchaba las balas chocar contra el metal del cañón. El aire que provocaban las hélices no dejaba apuntar a Scarlata. Tifa saltó y por un momento miró el vacío. El mar quedaba muy abajo. El tiempo pareció detenerse. El gran brazo de Barret se estiró y la agarró por el antebrazo. Ella chocó contra la carcasa.

– Te tengo, princesa.

Vientofuerte remontó el vuelo. Junon ya sólo era una mancha en el paisaje.

– ¿¡En qué demonios estabas pensando, maldito inepto!? – Rufus cogió a Heidegger por la barba – Eso que acabo de ver pasar era nuestro crucero aéreo. Nos han robado – el presidente maldijo a Avalancha.

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