Capítulo XXIII – Seis

9 noviembre 2007

La escalada se estaba volviendo realmente dura. Ni siquiera los ropajes de Iciclos podían aislar aquel frío inhumano. Para Red, el ascenso era mucho más penoso que para el resto. Barret cargó con él durante buena parte del ascenso, aunque luego se repartieron el trabajo Vincent y Cloud. «Esas garras sirven de poco cuando escalas una pared helada», le dijo Cloud. Red no contestó, estaba frustrado.

Tras un largo tramo sin pausa, encontraron algo que les hizo recobrar la esperanza.

– ¡Una cueva!

En mitad de la pendiente había un agujero que parecía conducir al interior de la montaña. Tras discutir cortamente acerca de si tomar aquella ruta o no, decidieron entrar. Como mínimo, pensaban descansar un rato resguardándose del viento y la nieve.

Cuando entraron en la cueva quedaron maravillados. Las paredes estaban heladas y el techo estaba repleto de estalactitas. La temperatura era fría, pero ellos la encontraron agradable. Decidieron sentarse en mitad de la cueva y hacer un fuego.

Apenas había prendido la leña cuando la montaña empezó a rugir. Cloud echó mano de espadón y miró alrededor, buscando a la criatura; pero el ataque no vino de ninguna criatura, sino de la misma montaña. Las estalagtitas del techo empezaron a caer a toda velocidad. A Barret, que estaba sentado, le cayó una justo entre las piernas. «¡Coño!». Recogieron las cosas y echaron a correr rápidamente hacia la salida. Una estalagtita enorme cayó frente al agujero, taponándolo.

– ¡Genial! ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Yuffie.
– ¿A ti qué te parece? – le contestó Cid que ya corría a toda leche en dirección contraria.

El grupo echó a correr mientras esquivaban las estalagtitas. Cloud tuvo que cortar en dos una especialmente grande que se le venía encima a Tifa. Red lanzaba llamaradas a diestro y siniestro, sin reparar mucho en si eran de utilidad o no. Llegaron a un lago helado. Pasaron no sin llevarse más de un golpe que más tarde lamentarían.

El camino les condujo por un pasadizo que conducía de nuevo al exterior de la montaña. Había un camino estrecho pegado a la montaña que siguieron en fila india sin preguntarse adonde llevaría. Tras subir unos cuantos metros, volvieron a dentrarse en una nueva cueva. Pararon.

– ¡Joder! ¿Es que no existe algún sitio en el que no estemos en peligro de muerte? – se quejó Barret.
– Me temo que no – le dijo Cid -. Yo seguiría con la marcha. Cuanto antes dejemos estas montañas malditas mejor.

Nadie opinó de forma distinta. Siguieron por un pasadizo que llevó a otra sala amplia repleta de estalagmitas que brotaban del suelo. Escucharon un rugido.

– No, otra vez no… – balbuceó Tifa.
– Esta vez es algo vivo – explicó Vincent.

Dos largos cuellos que sostenían dos cabezas se alargaron al fondo. Era un dragón bicéfalo. Una de las cabezas era roja con escamas puntiagudas hacia atrás y dos cuernos retorcidos como los de Ifrit. La otra cabeza estaba recuebierta de vello azul y mostraba unos colmillos dignos de mención. Ambas cabezas rugieron a la vez. Una de ellas vomitó una lengua de fuego mientras la otra expiró un aliento helado.

– No tenemos tiempo… ¡Corred! – exclamó Cloud.

El grupo echó a correr perseguido por el enorme dragón. Las estalagmitas, cada vez más grandes, conformaban un pequeño laberinto. El dragón avanzaba y podían oir como las estalagmitas saltaban en pedazos al chocar contra su pecho escamoso. Ahora que estaba más cerca pudieron ver que su cuerpo era verdoso y bastante grasiento. Sus patas eran planas y anchas, como las de un elefante. Era sin duda el dragón más extraño que habían visto jamás.

Las enormes patas del dragón seguían aplastando estalagmitas mientras ellos corrían esperando no ser lo próximo que se interpusiera entre el sus patas y el suelo. La imagen se veía distorsionada a través de las estalagmitas, lo que provocó la desorientación del grupo. Cloud paró en seco.

– ¡Parad un momento!

Lanzó un haz con su espada que partió por la mitad un gran número de estalagmitas. Ahora podían ver lo que había más allá. Vieron una salida, un pequeño agujero. Nadie lo dijo, pero era evidente lo que debían hacer. Con energías renovadas el grupo corrió hacia la salida. El dragón cada vez estaba más cerca. Alargó uno de sus largos cuellos hacia delante y Tifa pudo notar el frío y pestilente aliento en su nuca. Por suerte, una estalagmita enorme se interpuso en su camino. Tifa la rodeó, pero el dragón la embistió sin éxito. Quedó algo aturdido, pero no tardó en iniciar de nuevo la marcha.

Empezaron a llegar a la salida. Yuffie, Cid y Red fueron los primeros en salir. Mientras, Cloud aguardaba al resto. Al salir, el camino torcía bruscamente a la izquierda. Ya sólo quedaban Tifa y Cloud. El dragón le pisaba los talones a la muchacha.

– ¡Puedes hacerlo!

Al llegar, Cloud le tendió la mano. Tifa la cogió con fuerza y ambos atravesaron el agujero al mismo tiempo que el dragón impactaba de lleno con un alarido. La pared de roca cedió y el dragón la atravesó, pero Cloud y Tifa ya estaban a salvo con el resto. El dragón no pudo evitar resbalar y caer al vacío. El estruendo de la caída fue sobrecogedor.

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