Capítulo XXIII – Cinco

9 noviembre 2007

Habían perdido la cuenta de los días de marcha. El frío era cada vez más insoportable y el viento aullaba cruelmente. No había atisbo de vida en aquel lugar. Sólo nieve. Nieve por todas partes. Por suerte, llevaban mejores ropajes y abundantes provisiones calóricas para no morir en el intento. Cloud odió a Shin Ra por el mero hecho de poder desplazarse de un lugar a otro en transporte aéreo.

Fueron días cortos y noches largas. Nadie contó ninguna historia ni hizo ninguna pregunta. El grupo iba sumido en sus propios pensamientos. ¿Dónde demonios se encontraban los Shin Ra? Había algo en aquel desierto helado que requería la presencia de los Turcos. Debían averiguarlo.

– ¡Ya hemos pasado por aquí! – se quejó Barret, rompiendo el largo silencio.
– Es cierto – le secundó Red -. Mi olfato está algo mermado por el frío, pero este olor lo he sentido antes.

Cloud paró y miró a su alrededor. ¿Cómo demonios iba a saber el camino? Sólo veía nieve allá donde mirase. El viento se hizo todavía más fuerte. La noche se acercaba. El ojo avizor de Vincent les sacó del aprieto.

– Veo algo allá al fondo.
– ¿En serio? – exclamó Yuffie entusiasmada. El mero hecho de ver algo significaba mucho en mitad de ninguna parte.
– Creo que es humo, pero no puedo asegurarlo.
– Son buenas noticias de todas formas – dijo el viejo capitán -. Deberíamos tomar rumbo hacia lo que sea que ha visto el larguirucho.
– Me parece bien – dijo Cloud.

Se pusieron en marcha una vez más. La euforia del hallazgo duró poco, pues todavía quedaba mucho por delante. Demasiado. Algunos empezaban a sentir que sus piernas estaban cansadas de hundirse en la nieve. Necesitaban una chimenea. Ni siquiera Red era capaz de mantener un fuego más de unos segundos. El esfuerzo mental que requería era excesivo.

– Si lo miramos por el lado bueno… – masculló Tifa – seguro que no nos atacará nadie. Aquí no hay más vida que nosotros.

Cloud miró a su amiga con ternura. Siempre le sorprendía el optimismo de Tifa. Daba igual que estuvieran a punto de morir; Tifa siempre descubría un rayo de esperanza. Cloud pensaba que una persona así, capaz de incendiar los corazones cuando todo está perdido, era necesaria en un viaje sin retorno como en el que se encontraban sumergidos.

El camino empezó a subir. Se encontraban a la falda de una enorme montaña. Se dieron cuenta de que sería muy difícil atravesarla. Era imposible rodearla. El camino torció a la derecha y descubrió algo impensable: una cabaña. Había una cabaña de madera en mitad de Iciclos, a la falda de la montaña. Había luz dentro.

– ¡Hurra! ¡Estamos salvados! – exclamó Yuffie.
– No te precipites – le dijo Cloud -. No sabemos a quien pertenece.
– ¡Me da igual! – la muchacha echó a correr.

Sin que pudieran detenerla, Yuffie se metió en la cabaña. Había una chimenea enorme. La temperatura era agradable. Se deshizo del equipaje y se sentó frente a la chimenea. Estiró los brazos y notó el calor de las llamas. Sintió alivio. El resto del grupo entró poco a poco. Cid se deslizó hacia otra estancia.

– ¡Menuda sorpresa! – dijo una voz desde arriba.

Cid miró hacia arriba. Había un hombre en la buhardilla. Era viejo pero tenía un aspecto jovial. Tenía un tono de piel bastante saludable y una complexión atlética.

– Hola… eh… sentimos molestarle.
– En absoluto. No recibo muchas visitas aquí – el hombre bajó de un salto. Cid se sorprendió – ¡Vaya! Sois una buena panda. ¿Os apetece escuchar una historia de alpinistas?

El hombre los invitó a sentarse y preparó algo de leche caliente para todos. Fuera el temporal seguía igual, pero ahí dentro se estaba realmente bien. El hombre se sentó en el centro y empezó a hablar.

– Me llamo Holzoff, hace veinte años que vivo aquí. Me gusta dar asilo a los escaladores que intentan subir ahí arriba. Veréis… hay una leyenda que dice que un día cayó algo del cielo, justo tras esta montaña. Yamski y yo escalamos la montaña para ver qué había, pero no estábamos preparados para hacerlo. El frío ahí arriba es inhumano. Cuando casi habíamos llegado a Yamski se le rompió la cuerda y… bueno – el hombre hizo una pausa -. Desde entonces me afinqué aquí, para dar asilo y consejo a los futuros escaladores. En fin… ¿vais a subir?
– Sí – afirmó Cloud.
– ¿Por qué razón?
– Curiosidad.

Holzoff miró a Cloud a los ojos.

– ¡Ja! Ya veo, si no quieres contármelo, tú mismo.

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