Capítulo XXII – Tres

9 noviembre 2007

Cloud intentó con decenas de palabras relacionadas con la nieve, el frío, etc. Probó con el nombre de la mujer del vídeo, con «laboratorio» y con otras cuantas palabras más que solían usarse como contraseña habitualmente (según sus enseñanzas en Shin Ra). Nada resultó. El ordenador siempre le devolvía a la pantalla de introducir contraseña.

Dio un paseo por el laboratorio y hojeó varios libros intentando encontrar en vano un papel con la palabra mágica escrita en él. Echó un vistazo afuera. Seguía nevando sin parar. «Es Planeta no quiere que estemos aquí», pensó. Eso era lo que hubiera dicho Aerith también, estaba seguro. Se preguntó si Aerith sabría algo sobre Arma y todo aquel asunto.

Sin darse cuenta, Cloud estaba de nuevo enfrente del ordenador. Suspiró hondo. Escribió «Aerith» lentamente y pulsó el botón. Se apoyó contra el monitor para meditar. Aquel había sido un acto irracional impropio de Cloud, pues era harto improbable que la contraseña fuera el nombre de su amada. Era una muestra de que había cambiado.

– ¿Qué haces, Prof… cariño?

Cloud se sobresaltó. Buscó alrededor la procedencia de aquel ruido. Miró la pantalla, pero seguía negra.

– Nada, es que quiero filmar pero… – Cloud cayó en la cuenta: la pantalla estaba negra, ya no pedía contraseña – parece que la cámara está rota.

¿Era aquello alguna especie de broma? ¿Había acertado la contraseña?

– ¿Qué ocurre ahora? ¿Acaso no te he contado suficientes cosas ya?

Eran sin duda las voces de la mujer y el hombre de los vídeos anteriores.

– Sí, no es eso. Quiero filmar a nuestra bella hija. Cuando duerme parece un angelito, ¿no te parece?
– Ya lo creo.
– Tiene tus ojos.
– Antes de filmarla deberíamos encontrar un buen nombre para ella.
– En realidad… yo había pensado en uno, pero no sé si te gustará.
– No lo sabremos si no lo dices.
– Aerith.

Aquel nombre retumbó en los oídos de Cloud. Aerith. La hija de Ifalna y el hombre misterioso se llamaba Aerith. Ifalna era una Anciana. ¿Cómo no lo había imaginado antes? De modo que Aerith había llegado al mundo en esa misma aldea en la que se encontraban. A Cloud le molestó la crueldad del destino que le hizo presenciar la muerte de Aerith y que le había llevado más tarde a ese laboratorio. Miró la pantalla negra.

– Es un nombre muy bonito, incluso para haber salido de una cabeza loca como la tuya.
– Entonces, ¿le llamamos Aerith?

El vídeo terminó y el ordenador volvió a mostrar:

«1 Décimo día
2 Vigésimo día

option?[1]:»

Si la cámara estaba rota, ¿por qué había otro vídeo? Cloud se preguntó si iba a ver a Aerith recién nacida. Era una situación surrealista. Se encontraba en un laboratorio perdido en mitad de las montañas nevadas del norte observando vídeos de… «¿mis suegros?». Finalmente la curiosidad y sus ansias de volver a ver a Aerith con vida, aunque sólo fuera un bebé, vencieron a todas sus dudas. Pulsó la tecla «2» y se preparó para presenciar el último vídeo.

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