Capítulo XX – Tres

9 noviembre 2007

Tenían un enorme reloj hecho con agujas de madera justo enfrente. Acababan de abandonar la estancia del pozo. El reloj estaba bajo sus pies y, bajo éste, sólo podían ver el vacío. La estancia parecía ser una torre circular muy alta, y se encontraban en lo más alto. Los números que daban las horas estaban tallados en la roca alrededor del reloj. Bajo cada número, había una entrada. La única forma de pasar de una puerta a otra parecía ser caminar sobre las agujas del reloj, pero en ese momento el reloj marcaba las 2 en punto.

– ¿Vamos a tener que esperar a que sean menos diez para poder pasar? – preguntó Barret, que ya se había percatado que se encontraban bajo el número X del reloj.
– Eso si es la puerta II la que debemos seguir – apuntó Cloud.

Vincent dio uno de sus ingrávidos saltos envuelto en su capa. Dio la sensación de que cambiaba varias veces de rumbo en mitad del vuelo. Finalmente aterrizó en el centro en el que convergían todas las agujas. Notaron un ligero temblor.

«Yo soy el Guardián del Tiempo.» dijo una voz profunda que parecía venir de abajo «¿Deseas que el tiempo pase más deprisa?»

– No – respondió Vincent de forma seca. El resto del grupo lo miró atónito.
– ¿Cómo que no? – le gruñó Barret.

Haciendo caso omiso del líder de Avalancha, Vincent brincó de nuevo hacia otra apertura. Aterrizó bajo el número V. Entró y salió rápidamente. Un nuevo brinco lo llevó bajo el número III. Apenas se había adentrado cuando una llamarada seguida de un gruñido hizo que volviera sobre sus pasos. Demostrando su agilidad una vez más, aterrizó bajo el número VI. Tras un tiempo no muy largo, el ex-Turco salió de nuevo y saltó, pero esta vez aterrizó de nuevo en el centro.

– Deseo que el tiempo pase más deprisa, Guardián del Tiempo – dijo con voz profunda.

Las agujas del reloj empezaron a moverse rápidamente. Los minutos se convirtieron en segundos; las horas, en minutos. Todos observaban maravillados el espectáculo, aunque todos se preguntaban exactamente lo mismo: «¿Estaría pasando el tiempo realmente tan deprisa?». Cuando la aguja que marcaba las horas se posó bajo el número VI, y la aguja minutera bajo el número X, Vincent se pronunció de nuevo.

– ¡Basta! – el reloj volvió a la normalidad. Vincent hizo un gesto con la mano indicando al resto del grupo que caminase por encima de las agujas del reloj para poder llegar a la entrada que él había descubierto.

Uno a uno fueron desfilando. Aerith pasó la primera. Le siguió Cloud, Barret y Cid. Yuffie era la que se encontraba ahora más pegada al borde.

– Pasa tú – le dijo a Red con una sonrisa nerviosa.
– ¿Te da miedo? – le preguntó el felino. Era capaz de oler el miedo humano a kilómetros.
– Pues claro que no – repuso ella.
– Ah. Pensaba dejarte montar en mi lomo, pero si no tienes ningún miedo… – echó a andar lentamente por encima del minutero. Yuffie se fijó en como la aguja se doblaba debido al peso de Red. Se oyó un crujido de madera.
– ¡Red!
– ¿Sí? – musitó el Nanaki, aunque sabía de sobra lo que iba a pedirle.
– ¿Puedes… venir un momento?

Con mucha paciencia el felino dio medio vuelta. Se agachó lo suficiente para que Yuffie se subiera a su lomo y luego reemprendió la marcha. Todos miraban la tierna escena con una sonrisa en la cara. Incluso Vincent parecía sonreir bajo el cuello de la capa que le tapaba la boca. Red había desarrollado una especie de instinto paternal con Yuffie que le estaba haciendo madurar. Sin duda, el viejo Buggenhagen estaría orgulloso del joven Nanaki. El siguiente turno fue el de Tifa, que llevaba a Cait Sith en brazos.

Pasaron a la siguiente estancia. Había un puñado de huecos en las paredes, pero sólo uno tenía una puerta. Había unas inscripciones justo encima. Decidieron pasar.
La estancia en la que se encontraban ya la habían visto anteriormente. Era una habitación bien iluminada, con las paredes llenas de pinturas antiguas. Cloud recorrió las pinturas con la mirada, pero la estancia era más larga de lo que parecía, así que echó a caminar. Las pinturas parecían representar a gente que se reunía alrededor de un pequeño objeto negro. Todos miraban al cielo, donde parecía haber algo brillante. Todo era muy esquemático, pero se entendía a la perfección. Un figura alta y esbelta apareció frente a ellos. Sintieron como sus corazones se oprimían. Era Sephiroth.

– La Materia Negra – dijo éste, mirando las pinturas -. Sabiduría infinita. Pronto me fundiré con ella. Me siento en comunión con el planeta.

Cloud pensó que Sephiroth deliraba. Era un discurso muy parecido al que le había soltado a Zeng. Quizá todo aquello no era más que la obsesión de un lunático. Un lunático muy poderoso y potencialmente peligroso, no obstante.

– ¿Cómo piensas fundirte con todo ese conocimiento, Sephiroth? – le preguntó Cloud serenamente. Por una parte tenía miedo, pero por otra se sentía tranquilo, pues en el fondo pensaba que Sephiroth le recordaba y que no podía hacerle daño.
– ¿Es que no tienes ojos? – le repondió Sephiroth señalando las paredes, a la vez que retrocedía sobre sus pasos. Quería mostrar a Cloud una pintura que había un poco más adelante.

El grupo avanzó lentamente, empujados por la curiosidad. La siguiente pintura era más explícita. Se veía claramente un gran objeto circular que caía del cielo sobre la gente. Nadie supo qué significaba aquello, aunque Sephiroth parecía encontrarlo evidente.

– Meteorito – dijo finalmente -, la magia de destrucción final.
– ¿Qué tiene que ver esto con fundirse con el planeta?
– Absolutamente todo – repuso con voz cansada Sephiroth -. Cuando el planeta recibe una herida – clavó su espada en el suelo con furia para hacer más gráfica su explicación -, éste acumula energía vital en ella para sanarse. ¿Qué ocurriría si la herida fuese de tal magnitud que atentara contra la vida del planeta? – removió su espada en el suelo – ¡Imagínate la cantidad de energía vital que se reuniría en un mismo lugar! Y yo estaría allí, en mitad de esa herida – Sephiroth sonreía con la mirada perdida -. De ese modo abandonaría mi existencia actual, para convertirme en un ser superior. ¡Me convertiría en un Dios omnisciente, capaz de gobernar sobre todas las almas! – estalló en carcajadas. Cuando se le pasó, se evaporó, literalmente.

Se quedaron mirando la pintura. Ahora veían con toda claridad cuales eran los planes de Sephiroth. Su única obsesión había sido siempre conseguir la llave para el templo de los Ancianos, para así conseguir la Materia Negra. Su intención era invocar a Meteorito, y fundirse en la corriente vital cuando el planeta intentase sanar la herida mortal que Meteorito le infligiría. Era un plan absolutamente perverso y delirante.

Cloud miró a Aerith, que estaba llorando.

– ¿Qué ocurre?
– Una herida capaz de matar al planeta – respondió ella quedamente. Tenía la voz entrecortada -. Es lo más cruel que he oído en mi vida.
– Debemos detenerle, Cloud – intervino Red -. Sephiroth ha enloquecido. Si no le detenemos, este planeta quedará destruido.
– ¡Casi hubiera preferido que la Materia Negra hubiera caído en manos de Shin Ra! – exclamó Barret.

Cloud miraba la pintura. De pronto empezó a sonreír y a convulsionarse. Alarmados, sus compañeros intentaron sujetarle, pero era demasiado tarde. Cayó al suelo con la mirada perdida. Murmuraba cosas que sólo él entendía.

– ¡Cloud! – gritaron Tifa y Aerith al unísono.
– ¿Cloud? – respondió él – Yo soy… Cloud. Ahora… ahora lo veo. Veo mi camino.
– ¿Qué diablos está hablando? – preguntó a gritos Barret mientras sujetaba el brazo y el pecho del ex-SOLDADO – ¿No me jodas que también se ha vuelto loco?

Dejó de convulsionarse. Quedó tendido unos segundos antes de abrir los ojos. Entonces miró a su alrededor.

– ¿Qué ocurre?
– Nada – se adelantó Aerith -. No ha ocurrido nada. Todo está bien – lo abrazó.

Oyeron un rugido en el fondo de la sala. Fuera lo que fuere, debía ser una criatura enorme, pues el suelo temblaba con cada paso que daba. Cuando salió de las sombras, pudieron ver a un enorme dragón. Sus fosas nasales expulsaban pequeñas llamaradas hacia el techo.
Cloud se incorporó rápidamente y miró al dragón sin poder dar crédito. Aquel dragón era el mismo que Sephiroth había matado años atrás antes de llegar a Nibelheim. Cloud recordaba con absoluta claridad aquella bestia.

– Tenemos problemas – dijo.

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