Capítulo XX – Seis

9 noviembre 2007

– Muy bien, Sith: puedes empezar – Cloud colgó el PHS sin esperar respuesta siquiera.

Nadie dijo nada durante un buen rato. Se habían alejado del templo y habían encontrado una pequeña colina. Barret había transportado a Vincent sobre su espalda y lo había dejado a la sombra de un árbol. Cada uno había buscado un sitio más o menos cómodo para observar el templo.

Al cabo de unos minutos Barret empezó a impacientarse y a maldecir a los Shin Ra (nadie entendía por qué era esa vez, pero tampoco les importaba). Aerith comprobó varias veces la salud de Vincent, pero no tenía por qué preocuparse. Sólo dormía.

Un ligero movimiento de tierra hizo que se tensaran los músculos de todo el grupo. Con los ojos clavados en el templo, todos miraban fijamente, esperando el milagro. Algunos intentaban respirar lo mínimo para poder escuchar cualquier señal.
El sismo de pronunció y todos, excepto Vincent, se incorporaron. El PHS sonó y todos se sobresaltaron. Cloud descolgó.

– ¡Listo! – dijo la voz distorsionada de Cait Sith – Os deseo suerte en vuestra empresa. Espero haber sido de ayuda y… perdonadme algún día.

El Templo de los Ancianos empezó a menguar. Las rocas se deshacían y volvían a solidificarse a un ritmo frenético. Daban la sensación de estar dando vueltas sobre sí misma. Empezó a formarse un enorme hueco alrededor del ya reducido templo. Se hizo tan pequeño que desapareció de la vista de todos.

Red echó a correr, y Cloud le siguió. Luego Tifa y Cid. Barret recogió a Vincent de nuevo y se apuntó al carro. Yuffie y Aerith fueron las últimas.
Llegaron frente al enorme hueco. Muy abajo, había un pequeño objeto.

– Iré yo, no os mováis.

Cloud se dejó caer con estilo y fue derrapando por la pendiente, arrastrando consigo montones de tierra y de pequeños guijarros que se le metieron en el interior de los zapatos. Se agachó y recogió el objeto con sumo cuidado, como si fuera a quebrarse con el más mínimo zarandeo. «Increíble», pensó. Era una reproducción en miniatura del Templo de los Ancianos. Era más que eso: era el Templo de los Ancianos reducido. Era tan pequeño que cabía sobre la palma de su mano. «La Materia Negra… la magia de destrucción final». Se sintió poderoso. Por un momento, tuvo ganas de probar el poder de aquel raro objeto. Tuvo una pequeña visión de sí mismo como el señor absoluto del mundo gracias a ese gran poder. Cuando volvió en sí mismo, dejó ir el templo, que cayó sobre la tierra.

– Pero, ¿Qué cojones hace este tío? – se quejó Barret.
– Ha sentido miedo – le defendió Red -. Ninguno de nosotros está preparado para poseer un poder como ése.

Abajo, Cloud se había recuperado del shock. Recogió de nuevo el templo, pera esta vez con más cautela. Intentó cerrar su mente a ese tipo de pensamientos.

«¿Por qué…?», pensó.

(Porque es tu destino)

«¡Cállate! ¿Quién eres?»

(Pobrecito Cloud. Mírate no eres más que un niño)

«¡Déjame en paz! Sal de mi cabeza…»

(Será mejor que esa Materia la cuide alguien con poder suficiente)

– ¿Qué le pasa a Cloud? – preguntó Tifa angustiada.
– Joder, ya le ha dado otro de sus chungos.
– Está oyendo voces – terció Red -. Mirad, está hablando solo.
– Voy a bajar.

La tierra empezó a arremolinarse frente a Cloud. Una cabellera blanca surgió poco a poco. Luego, unos intensos ojos verdes le miraron y le helaron el corazón. La figura de Sephiroth se apareció ante él.

– Dámela.
– ¡NO! ¡Argh! – Cloud se sujetó la cabeza. Le dolía en extremo. Apenas podía manetenerse en pie.
– Vamos, sé buen chico – la voz de Sephiroth parecía amable.
– ¡Déjame! – Cloud se arrodilló en el suelo sujetándose la cabeza. Caían lágrimas de dolor por sus mejillas.

Sintió mucho dolor. Sintió como si su alma se desgarrara. Parecía estar partiéndose en dos. Entonces vio borroso como su brazo se separaba de él. Luego el otro y finalmente el torso. Veía a su cuerpo alejándose de donde se encontraba él.

– Buen chico…

Estaba contemplando su propio cuerpo avanzando hacia Sephiroth, pero él no podía controlarlo. Sephiroth le había despojado de su cuerpo. Sephiroth extendió la mano y el cuerpo de Cloud le entregó la Materia Negra. Sephiroth la aferró con fuerza, se inclinó y se marchó a toda velocidad por los aires.

Nada de eso le importaba en ese momento a Cloud. Sólo quería recuperar su cuerpo inmóvil. Intentó moverlo con el pensamiento, pero era imposible. Entonces, el cuerpo de Cloud se giró y lo miró. Su mirada era fría y sin vida. Sintió terror. ¿Cómo podía estar contemplándose a sí mismo? El cuerpo de Cloud empezó a menguar, y su ropa se aclaró. Se convirtió en el niño que Cloud fuese antaño. Se vio a sí mismo como era hacía cinco años. El niño empezó a caminar hacia él.

Se desmayó.

Una respuesta to “Capítulo XX – Seis”

  1. Kuraudo said

    «Al cabo de unos minutos Barret empezó a impacientarse Y a maldecir a los Shin Ra»

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