Capítulo XX – Ocho

9 noviembre 2007

Yuffie se había descalzado y quitado los calentadores. Se había remangado la malla de su pierna izquierda y se había introducido en la orilla de la playa. Le gustaba notar como el agua le cubría hasta las pantorrillas. Hacía calor, y eso le aliviaba los pies. Hundío el pie derecho en el fondo y notó como la arena se le colaba entre los dedos del pie. Sintió cosquillas. Se preguntó cuánto duraría aquel viaje y cuándo podría llevar a cabo su plan. Pensó que, si no existía otro plan, propondría al grupo una parada en Wu-Tai. Una vez allí, sería pan comido.

– ¡Eh! ¡Eh!

Se sobresaltó con los gritos de Barret. Venía con el resto del grupo. Se dirigían al potrillo.

– Cálzate, niña. Nos vamos.
– ¿Adónde? – preguntó contrariada.
– Al norte. Ve despidiéndote de este calorcito.

La idea no le agradó demasiado, y ese sentimiento se reflejó en su cara.

– Vamos, mujer. En el norte hace frío, pero tampoco es para ponerse así.

Cuando hubieron subido todos al potrillo iniciaron el viaje. Fue un viaje largo y pesado. Bordearon todo el continente del oeste. Tuvieron que acampar una noche. Al día siguiente, pasaron frente a Costa del Sol. Muchos tuvieron deseos de hacer una parada, pero sabían que eso les entretendría demasiado. Llegó la noche. Se encontraban en mitad del oceano. Cid decidió entonces reducir un poco el ritmo. Ya había forzado mucho al potrillo. Nunca creyó que pudiese surcar el mar a esa velocidad.

Durante el viaje se habló de muchas cosas. Algunas triviales y otras no tanto. El tema de Cait Sith fue el preferido, pues se abandonó y se retomó varias veces. Barret estaba preocupado por Marlene. ¿Cómo podía confiar en que estaría bien a manos de un traidor como Sith? Fuera como fuere, no había nada que él pudiera hacer por salvarla. Se encontraba muy lejos y, aunque hubiera podido llegar a Midgar, no hubiera podido pasar el control de identidad externo. Antes de poner un pie sobre la primera calle de la ciudad ya estaría arrestado. Además, no debía anteponer sus problemas personales a la lucha por el planeta.

Cloud le preguntó a Vincent por su salud, pues la última vez que lo había visto estaba desmayado. Vincent explicó que su metabolismo era inestable. Dijo que era el precio que había que pagar por ser un guerrero de Shin Ra. A Cloud le inquietó aquella frase, pero decidió esperar a estar a solas con el ex-Turco para charlar.

En la última hora del viaje, empezaron las conjeturas acerca de Aerith. Intentaron hallar respuesta a preguntas como «¿Cómo podía haber llegado allí ella sola?» o «¿Llegarían antes que Sephiroth?». A Cloud le molestaba un poco esta última cuestión. Tenía miedo de no poder llegar a tiempo para prevenirla.

El ojo penetrante de Red vio algo en el horizonte.

– Tierra – anunció.

Efectivamente, a los pocos minutos todo el mundo vio aproximarse el continente del norte, el más frío de los tres. No era un continente muy grande. A decir verdad, ninguno de los tres lo era. Pero sí era especialmente frío. El ambiente era seco y les rodeaba un silencio inquietante, sólo quebrado por el ronroneo del motor del potrillo, que ya empezaba a parecerse más a una queja que a un rugido.

Atracaron en la playa.

– ¿Qué hacemos ahora? – preguntó Barret.

(Hacia el norte)

«¿Qué?»

(La entrada al Bosque Dormido se encuentra en Ciudad Huesos, al norte)

Cloud echó un vistazo hacia el horizonte y pudo distinguir lo que parecía ser un enorme esqueleto de algún animal muerto años ha. «Ciudad Huesos, qué original», pensó.

– Es por ahí – dijo señalando hacia el norte con la cabeza.

Cid amarró bien el potrillo. Partieron hacia el norte. Se adentraron en un bosque frondoso. Los ojos de Red pudieron ver algún que otro goblin curioso que los observaba. Había todo tipo de criaturas extrañas. En las copas de los árboles había apostadas unas bestias que ninguno de ellos había visto jamás.

– Este sitio me da un poco de yuyu – dijo Yuffie. Se agarró al brazo de Vincent.

Los matorrales se movían a su paso. Los árboles parecían inclinarse sobre ellos. Parecían observarles. Se sintieron intrusos. Aunque no fueron atacados en todo el trayecto, todos sintieron la hostilidad del ambiente. Llegaron a Ciudad Huesos. Se sorprendieron de que aquello pudiera recibir el nombre de ciudad.

Había un pequeño campamento bajo las enormes costillas del esqueleto. Pudieron ver varios agujeros en el suelo, junto con maquinaria pesada de excavación marca Shin Ra S.A. No había duda de que se trataba de paleontólogos o arqueólogos. Unas escaleras de mano permitían subir al lado de la calavera gigante, que aun conservaba una expresión furiosa. Un hombre gordo y barbudo se encontraba sentado en la puerta de la cabaña. Estaba fumando y llevaba puesto un casco de protección amarillo.

– ¡La hórdiga! Que me parta un rayo ahora mismo – exclamó tan sorprendido que el cigarro se le cayó al suelo -. No ha pasado nadie por aquí en años y en dos días se ha convertido en un lugar de paso.
– ¿Ha pasado más gente por aquí?
– Así es, muchacho. Supongo que buscáis el Bosque Dormido, ¿No es así?
– Exacto.

4 respuestas to “Capítulo XX – Ocho”

  1. Kuraudo said

    …»pudo distinguir lo que parecía ser un enorme esqueleto de algún animal muerto_hacía_años»

  2. tuseeketh said

    Kuraudo,

    me temo que «años ha» es correcto. Significa «hace años», es otra forma de escribirlo.

    Saludos.

  3. Wutai said

    «Cloud le preguntó a Vincent por su salud, pues la última vez que lo había visto estaba desmayado. Vincent explicó que su metabolismo era inestable. Dijo que era el precio que había que pagar por ser un guerrero se (de) Shin Ra.»

  4. tuseeketh said

    Wutai,

    gracias por la corrección.

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