Capítulo XX – Dos

9 noviembre 2007

Algunos dudaban que Aerith realmente conociera el camino. A decir verdad, ni siquiera ella lo creía. Simplemente se dejaba llevar por su sexto sentido. Era una filosofía totalmente contraria a la de Cloud, pero a ella le funcionaba. Cloud, a pesar de todo, confiaba ciegamente en el criterio de su amada.

Barret no dejaba de refunfuñar. Estaba empezando a cansarse de subir y bajar escaleras, de atravesar arcos, de doblar esquinas. «Ya hemos pasado por aquí», gruñía a menudo. Pero él no era el único que se empezaba a cansar de aquello. A Cid se le estaba acabando el paquete de cigarrillos, y eso le ponía nervioso. No quería ni imaginar como se pondría cuando realmente no tuviera nada que fumar.

– Un momento – susurró Aerith haciendo un gesto con el brazo para que el grupo se detuviera. Parecía mirar algo que el resto no veía.

Todos miraban en la misma dirección que ella, pero veían lo mismo que en cualquier otra dirección: escaleras y plataformas de piedra clara.

Aerith avanzó lentamente y se agachó frente a algo que, al parecer, sólo ella veía. «Se le ha ido la olla», farfulló Barret. Aerith extendió la palma de su mano y, ¡pluf!, apareció un pequeño ser. Parecía una persona diminuta, con una larga barba gris y con un cuerpo totalmente redondo. Aerith balbuceó algo que nadie pudo entender. El hombrecillo miró con sus pequeños ojos cristalinos al resto del grupo. De pronto, todos se sintieron reconfortados. Sentían una energía renovada que recorría cada parte de sus cuerpos. El hombrecillo desapareció de nuevo.

– Increíble, ¿No? – dijo Aerith dándose la vuelta. Tenía una sonrisa de oreja a oreja.
– ¡Ya lo creo! – exclamó Cid. Se notaba que la frase que vendría a continuación estaría cargada de ironía, como así fue – Un enano gordo y viejo ha aparecido delante de ti y luego se ha esfumado. Hacía tiempo que no me ocurría algo tan increíble.
– Era un anciano – dijo llena de júbilo, haciendo caso omiso del comentario de Cid -. Bueno, este es el aspecto de muestran después de la muerte, en el templo.
– No me gustaría ser de tu tribu si tuviera que acabar así – repuso Cid -. ¡Ni siquiera podría llegar al estante de la mermelada!
– ¿Qué te ha dicho? – le preguntó Cloud.
– Me ha dicho…

El grupo esperaba la respuesta de Aerith, pero ésta no llegó.

– ¡Creo que ya sé por donde es! – exclamó. Echó a correr.

Todos la siguieron. Dobló un par de esquinas hacia la izquierda y luego bajó por unas escaleras. Abajo había un descansillo medio tapado por una plataforma que había encima. Un arco conducía a algún lugar oscuro.

– ¡Por fin! – exclamó Yuffie.

Atravesaron el umbral. Apenas podían ver por donde caminaban. La plataforma de piedra parecía levitar en mitad de ninguna parte. Era como andar en medio de la nada. Hacía frío. Podían ver a mitad del camino una especie de pozo enorme con un líquido viscoso que no dejaba de burbujear.

Aerith marchaba en cabeza. Les condujo frente al pozo. De pronto, el líquido empezó a burbujear con fuerza, como si la presencia de Aerith hubiera activado un fuego bajo el pozo. Aerith acercó su oreja al borde.

– ¿Cómo? ¿Qué quieres decirme?

De pronto el líquido hirvió con fuerza y empezó a evaporarse. El humo les rodeó. Se arremolinaba alrededor de ellos, impidiéndoles ver más allá. Entonces, como si de una proyección holográfica se tratase, el humo se transformó en un escenario etéreo. Junto a Tifa apareció una columna. Intentó tocarla pero sólo logró que el humo se arremolinara, haciendo que la imagen de la columna se deformase por un momento.

Se encontraban en mitad de una sala con dibujos en las paredes. Parecían ser pinturas muy antiguas, aunque se conservaban realmente bien. Una serie de personas parecían reunirse en torno a un objeto. Pronto dejaron de prestar atención a las pinturas, pues vieron como Zeng y Elena entraban en la sala.

– ¡Zeng! ¿Ya se ha recuperado? – preguntó Barret.
– Pues claro que no, idiota – le respondió Yuffie. Le encantaba insultar a Barret para sacarle de sus casillas -. Esto es una visión de lo que ha pasado ahí dentro.
– ¡Idiota lo será…!
– Silencio – ordenó Cloud.

Zeng admiraba las pinturas. A Elena, en cambio, no parecían interesarle lo más mínimo. Parecía estar buscando algo.

– ¿Qué miras? Tenemos que encontrarla – le espetó ella.
– Se supone que soy yo quien da las órdenes – repuso Zeng de forma tranquila.
– Sí, sí… claro. Perdón, Zeng.
– Ja, ja, tranquila. Por cierto, Elena… ¿Te apetece que cenemos juntos esta noche?
– ¿Cómo? – Elena no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Se sentía atraída por Zeng, aunque no esperaba que éste le correspondiera – Claro, señor.. digo, claro, Zeng. Será un placer.

El grupo vio pasar de forma borrosa una silueta. Era una silueta que Cloud conocía muy bien. La forma que dibujaba aquella espada era inconfundible. Sephiroth apareció en mitad de la habitación, arrodillado. Zeng lo miró con indiferencia. No se pudo decir lo mismo de Elena.

– Habéis abierto la puerta. Eso está bien – dijo Sephiroth.
– Dime, Sephiroth – le respondió Zeng como si cada día tuviera la oportunidad de hablar con la resurrección de la persona más poderosa del mundo -, ¿Qué significa esto? – señalaba las pinturas.
– Una fuente de conocimiento infinita… reunida en un sólo lugar. Pronto, reunida en un solo ser.
– ¿Qué quieres decir?
– Mpfff – Sephiroth emitió un sonido que denotaba su desprecio hacia el Turco -. Pronto me reuniré con el planeta, y me fundiré con todo ese conocimiento. Me siento en comunión con el planeta – Sephiroth tenía la mirada perdida. Parecía haberse olvidado de su interlocutor.
– ¿Puedes hacer eso? – preguntó Zeng. Se encontraba entre la incredulidad y la congoja.
– Ignorante… a vosotros, seres inferiores, sólo os espera la muerte. Pero no sufras. La muerte sólo es un camino de vuelta. Finalmente formaréis parte de la unión.

Sephiroth se incorporó y se encaró a Zeng. Como un relámpago, desenfundó su espada y propinó a Zeng un corte desde el abdomen hasta el hombro. Zeng cayó al suelo, desmayado.

El humo se desvaneció, y de nuevo se encontraron frente al pozo. La visión que acababan de tener no les auguraba un final feliz, cuando por fin llegasen adondequiera que debían llegar.

Una respuesta to “Capítulo XX – Dos”

  1. Zipo said

    »- Era un anciano – dijo llena de júbilo, haciendo caso omiso del comentario de Cid -. Bueno, este es el aspecto de (que) muestran después de la muerte, en el templo.»
    Otra erratilla jefe.
    Saludos

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