Capítulo XVIII – Tres

9 noviembre 2007

Pasaron horas intentando buscar un plan alternativo, pero no se les ourría nada. Al norte sólo quedaba el oceano, y volver hacia el sur y atravesar de nuevo el monte Nibel no era algo que estuvieran dispuestos a aceptar fácilmente.

Finalmente decidieron ir a casa de Cid y pedir de nuevo el potrillo y, si las cosas se ponían feas, robarlo. Esto no era algo que agradara a Cloud, pues crearse enemigos gratuitamente no era una gran filosofía dada su situación.

– Está abierto – respondió una voz femenina desde dentro.

Entraron. La casa de Cid era modesta, pero acogedora. Había una gran alfombra con un estampado que había pasado de moda hacía mucho tiempo. La cocina y el comedor eran una misma cosa. En el fregadero había una montaña de platos y cacharros sucios. Podían ver el potrillo por la puerta que llevaba al patio trasero, que estaba abierta.

– Hola, venimos…
– Lo siento – interrumpió la mujer, que siguió lavando los platos -, no depende de mí dejaros el potrillo. Es propiedad de Cid Vientofuerte y si se enterase de que lo han robado mientras yo estaba aquí…
– Lo entendemos, pero es una cuestión de vida o muerte – insistió Cloud.
– Podemos recompensarte – le sugirió Barret pícaramente.
– Lo dudo. No estoy interesada en el dinero, y mucho menos en la Materia. Aquí tengo todo lo que necesito.

La puerta se abrió de un porrazo y todos se sobresaltaron. Apareció Cid con una botella de licor en una mano.

– Menuda panda – dijo para sí mismo observando a todos y cada uno del grupo -. Habéis venido a por el potrillo, otra vez, ¿No?
– Me temo que sí, Cid – le dijo Cloud -. Se lo devolveremos sano y salvo en unos días. Es una promesa.
– Puedes meterte las promesas por el culo, chaval. No le dejo mi potrillo a nadie, y menos a una panda de pringaos como vosotros. Pero, no os enfadéis, tomad café y charlemos – Cid se giró hacia Shera – Tú, pasmarote, ¿No ves que hay invitados? Haz el favor de servir café, coño.
– Ya voy – dijo sumisamente Shera mientras se secaba las manos con un paño de cocina.
– Voy afuera un momento a tomar el aire y a ver como está el potrillo – dijo Cid atravesando el comedor -. Joder, estoy borracho – dijo para sí mismo.

Cloud, Tifa y Yuffie tomaron asiento. El resto se quedaron de pie.

– Es un poco grosero contigo, ¿No? – le dijo Aerith a Shera, en un intento de conseguir enfrentarla a él para que les dejara el potrillo.
– Bueno, él es así – dijo ella forzando una sonrisa.
– No sé como lo soportas – intervino Tifa que se había dado cuenta de la jugada de Aerith.
– En realidad me lo merezco.
– ¿Que te lo mereces? – exclamó Aerith mirándola con cara de incredulidad.
– Sí, veréis… – Shera dejó la encimera y se acercó a la mesa. Retiró una silla con lentitud y se sentó en ella – Yo soy la culpable de que el cohete nunca despegara.
– ¿En serio? – exclamaron varios a la vez.
– Yo trabajaba como ingeniera para Shin Ra, en aquella época. Apreciaba, y aprecio, mucho a Cid, y quería que el lanzamiento del cohete fuera perfecto. Pasé días enteros revisando los motores, los circuitos, la carcasa… Aquél era el sueño de Cid, y debía salir todo perfecto.

«El día del lanzamiento, Cid estaba muy emocionado. Todo el personal de a bordo le saludaba cuando él pasaba. Es un gran piloto, el mejor que pisa la tierra, y Shin Ra lo sabía. Todavía recuerdo su cara de felicidad cuando me dijo «Shera, me voy hacia las estrellas». Yo pasé todo el día revisando los detalles. Minutos antes del lanzamiento, encontré una pequeña avería en un tanque de oxígeno. Lo arreglé, pero entonces decidí revisar el resto de los tanques.

«Empezaron la cuenta atrás, pero yo todavía no había terminado mi trabajo. Sonó la alarma, y entonces Cid preguntó por el altavoz quién se encontraba allí. Le dije que era yo, que debía asegurarme de que todo marchaba bien. Él se enfadó mucho. Me dijo que si no salía de allí iba a morir calcinada con el calentamiento del motor, pero a mí me daba igual. Sólo quería que todo fuese perfecto. Finalmente el cohete empezó a despegar y empecé a sentir mucho calor. Oí la voz de Cid «Maldita sea, Shera, ¿Quieres convertirme en un asesino?». Detuvo el lanzamiento en mitad del proceso, de modo que el cohete se torció y… así es como lo véis hoy día.

«Destrocé su sueño, y desde entonces se ha vuelto un poco grosero con la gente. Es un pobre infeliz. No me importa vivir mi vida por él ahora. ¿Qué menos puedo hacer?

Todos se quedaron en silencio asimilando la historia de Shera. Debía sentir devoción por Cid para intentar sacrificarse a cambio de realizar el sueño de éste. De ningún modo conseguirían que le traicionara y les dejara el potrillo. Ahora lo veían con total claridad.

Cid hizo aparición de nuevo, con otro portazo.

– ¡Joder, Shera! ¿Aún no les has servido café? No sé si eres sorda o gilipollas. ¡Mueve el culo, cojones! – Shera se levantó deprisa y empezó a preparar café. Cid se sentó en una silla y apoyó ambos piés sobre la mesa – ¿No os sentáis? Qué pasa, ¿Os parece poca hospitalidad?

Picaron a la puerta y Cid se levantó de un respingo.

– ¡Debe ser Rufus! ¡Por fin!

Tras unas cuantas miradas, el grupo se dispersó rápidamente. Se escondieron en distintas habitaciones.

– Pero qué… bah, no importa – Cid abrió la puerta. Palmer, el director del departamento tecnológico de Shin Ra S.A., estaba plantado allí fumándose un puro. Antaño Cid y Palmer habían tenido buenas relaciones, pues Palmer era el máximo impulsor del plan espacial de Shin Ra S.A. Después del lanzamiento fallido, Palmer dejó de tomar interés y Cid le cogió verdadera manía – Mira a quien tenemos aquí: el gordo de Palmer.
– Te he dicho muchas veces que no me llames gordo, Cid.
– CAPITÁN para ti, gordo. Dime, por qué has venido… ¿Se retoma el proyecto?
– ¿El proyecto? Oh, el cohete… el espacio… sí, ya… oye, Rufus está ahí fuera, ¿Por qué no le preguntas a él? Si no te importa yo tomaré café con Shera, ya que se está tomando la molestia de prepararmelo. ¡Todo un detalle! Por cierto, no te olvides de ponerle azúcar, miel y, sobretodo, mucha manteca.
– Qué asco de gordo – exclamó Cid para sí mismo -. Bien, voy a hablar con el niñato ese.

Cid salió al exterior y se encontró con Rufus. Observó con una mirada de superioridad al hijo del difunto presidente mientras expulsaba el humo de su cigarro lentamente. Rufus avanzó hacia él, haciendo que su abrigo blanco y largo ondeara con el viento.

– Hola, Cid – le saludó.
– Capitán para ti, chavalín – le repuso echándole el humo en la cara. Rufus apartó el humo con la mano.
– Veo que los modales no son tu fuerte.
– Mi fuerte es volar, no gastarme el dinero en trajes cutres como esa mierda que llevas puesta.
– Bien, iré al grano – a Rufus no le estaba gustando la conversación con Cid -. Precisamos tu potrillo.
– ¿Qué? – Cid no podía creer lo que acababa de oír. Empezó a gritar – ¡No sólo no venía a retomar el proyecto, sino que además me queréis robar mi potrillo!
– Verás, estamos siguiendo a un hombre muy peligroso llamado Sephiroth. Seguía esta ruta, pero de repente se ha marchado hacia el oeste, a un lugar llamado El Templo de los Ancianos. ¿Te suena?
– Nunca he oído hablar de ese sitio.
– Lástima. El caso es que no es imposible seguirle sin un medio de transporte aéreo. Tenemos la nave en Puerto Junon, así que necesitamos tu potrillo.
– ¡Y una mierda! Ya puedes irte por donde has venido, chavalín. Primero el cohete, luego la nave… y ahora me queréis quitar mi potrillo.

Los gritos de Cid hicieron que Palmer se levantara de la silla y se fuera hacia el patio trasero. Cloud y los demás salieron al comedor.

– ¿Habéis oído los gritos de Cid? – preguntó Yuffie.
– Para no oirlos. Le van a requisar la nave – dijo Tifa.
– Típico de Shin Ra – apuntó Barret, dando un puñetazo contra la pared.
– No si nosotros lo impedimos – terció Cloud -. Shera, nos vamos a llevar el potrillo.
– De acuerdo – respondió -, pero, por favor, llevaos a Cid. No podría vivir sin su potrillo.
– Está bien.

Salieron al patio trasero. Allí estaba Palmer, dentro de la cabina. El motor del potrillo rugía con fuerza. Palmer, al oír el alboroto, se giró.

– ¡Eh! Vuestras caras me suenan…
– Sal de ahí, Palmer. El potrillo es nuestro – le espetó Cloud.
– Tenéis mucho que aprender, chavales – Palmer sacó una pistola con un cañón enorme.
– ¡Dispersaos! – gritó Cloud al ver la pistola que blandía Palmer.

Vincent desapareció tras su capa. Red y Barret saltaron hacia delante y Cloud dio un brinco espectacular que acabó sobre el tejado. Yuffie y Aerith entraron de nuevo en la casa y Tifa y Caith Sith corrieron hacia su derecha. Palmer disparó, y provocó un enorme boquete frente a la salida del patio.

– ¡Es una pistola de makko! – les explicó Cloud a voces – ¡Puede usar Materia sin necesidad de tener ningún conocimiento!
– ¡Eso es! – exclamó Palmer entre carcajadas – Y, ¡Ahora os voy a freir con una tormenta eléctrica! – les anunció mientras toqueteaba algo en su pistola.
– ¡No lo creo! – repuso Yuffie que había salido de la casa y corría hacia el potrillo.
– ¡Ahora lo creerás!

Palmer disparó y un enorme rayo brotó de su pistola hacia Yuffie. El rayo impactó de lleno en la muchacha que se quedó paralizada donde estaba. Cuál fue la sorpresa de Palmer cuando el rayo fue absorbido por la muchacha.

– ¡Pero qué…!
– Soy descendiente ninja de Wu-Tai. ¡Tengo la protección de los dioses! – gritó Yuffie, triunfante.
– El tetraelemental… – dijo Cloud en voz baja, con una media sonrisa. «Brillante», pensó.

Vincent apareció tras Palmer sin que éste pudiera tan siquiera olerle. Le rodeó el cuello con su frío brazo dorado y le apuntó con su rifle.

– Suelta el arma, Palmer, o te volaré la cabeza.
– Está bien, está bien. Vosotros ganáis – Palmer soltó el arma -. Ningún potrillo vale mi vida.

Vincent le dio un puntapié en la espalda que le hizo sobrevolar el patio, haciendo aterrizaje sobre un arbusto en una pose más que ridícula.

– ¡Montemos! – ordenó Cloud subiéndose en la cabina.

Red se subió tras él, y a su lado Tifa y Aerith. Vincent se quedó de pie junto al morro y Barret se agarró como pudo en el ala derecha.

– ¿Sabes llevar eso? – preguntó Yuffie con voz temblorosa.
– No – respondió Cloud sinceramente -, pero no tenemos elección.
– Yo no subo. Me dan miedo las alturas.
– No digas tonterías. Rufus y los guardias de SOLDADO aparecerán en cualquier momento. ¡Vamos!
– ¡No!

Cloud movió una palanca y tiró del manillar. El potrillo empezó a moverse describiendo un círculo.

– ¡Vamos, Yuffie!
– ¡Un momento! Yo no quepo – dijo Cait Sith.
– Yuffie, si no subes acabarán contigo – le advirtió Cloud a Yuffie, haciendo caso omiso de Cait Sith. Debían alzar la voz, pues el motor del potrillo sonaba muy fuerte.
– ¡AAAAAAAAAH! – Yuffie se encogió en el suelo y se echó a llorar.
– ¡Maldita sea! – exclamó Cloud – Que alguien pilote esto, voy a cogerla.

El potrillo empezó a elevarse y a caer de nuevo, haciendo surcos en el suelo del patio trasero de Cid con las ruedas. Red saltó desde atrás y se colocó en la cabina del piloto.

– Pero, ¿Qué hace el gato este? – preguntó Barret con cara de anonadado, mirando a las muchachas, que le respondieron con cara de incredulidad.
– Alguien tiene que llevar esto, y yo soy el que está más cerca – explicó Red mientras clavaba una zarpa sobre el manillar. El potrillo giró bruscamente y Cloud casi pierde el equilibrio – ¡Agarraos! – gritó Red. Barret se agarró con más fuerza al ala. No sabía como se hacía, pero empezó a rezar por su vida. El potrillo empezó a elevarse.
– ¡Yuffie!

Cloud se colgó con las piernas de las ruedas. Yuffie alzó la cabeza y vio como el potrillo empezaba a alejarse.

– ¡Corre!

Yuffie se incorporó y se decidió a correr, pero la manaza del moguri obeso controlado por Cait Sith la detuvo.

– ¿Qué hay de mí?
– ¡Súbete a mi espalda!
– ¿Y mi moguri?
– ¡Me da igual tu moguri! ¡Elige!

Cait Sith saltó y se agarró a la espalda de Yuffie como una garrapata. Yuffie echó a correr con todas sus fuerzas. Podía ver el cuerpo de Cloud, colgado del revés, con los brazos extendidos. El potrillo se había elevado bastante. Yuffie flexionó las piernas y apoyó ambas manos en el suelo. Estiró las piernas con tal potencia que dejó dos socavones en el lugar donde se habían apoyado sus piés. Se elevó a gran velocidad. Cloud estaba cerca. Le faltaba muy poco. Al fin agarró su mano.

– ¡La tengo! – exclamó éste.

Red dio un manotazo en el manillar y movió la palanca de un mordisco. El potrillo se elevó y atravesó las nubes.

– Debemos recoger a Cid – le dijo Vincent a Red, de forma calmada, como si estar de pie en el morro de una avioneta a cientos de metros del suelo con un animal cuadrúpedo como piloto fuera lo más normal del mundo.
– Un momento, me estoy haciendo ya con los controles – le respondió Red que iba tocando botones con el morro y dando zarpazos por todos lados – Ah, tiene que ser aquí.

El potrillo empezó a dar vueltas sobre sí mismo y a caer en picado. Barret seguía rezando cosas extrañas, mientras se agarraba con todas sus fuerzas a el trozo de metal que tenía entre los brazos. Yuffie gritaba a todo pulmón. Le mareaban las alturas, y si estaba cogida al brazo de un hombre que iba colgado de la rueda de la avioneta que pilotaba un nanaki, todavía más.

Se acercaban Ciudad Cohete a toda velocidad. Allí estaban Cid, Rufus y su séquito mirando al cielo.

– ¡Tranquilos! – gritó Red que tiró de una palanca que aún no había descubierto.

El potrillo se estabilizó en el último momento, pasando a ras del suelo, y volvió a coger altura.

– ¡Yuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu uuuuuuuuuuujuuuuuuuuu! – gritó Red que le estaba cogiendo el gustillo a lo de pilotar.
– ¡Eso no ha estado nada mal, muchacho! – exclamó una voz ronca desde la parte trasera del avión.

Tifa y Aerith miraron hacia atrás y vieron a Cid agarrado a la cola del potrillo.

– ¿No pensaríais que iba a dejar que mi potrillo se fuera sin mí?
– ¡Vaya reflejos! – algo sacudió el potrillo – ¿Qué…?
– ¡Cuidado! Esos Shin Ra están disparando a discreción.

Vincent se agachó todo lo que pudo, y Cid trepó contra el viento hasta donde se encontraban Tifa y Aerith. Barret siguió rezando por su vida con la frente apoyada en el potrillo y algunas lágrimas asomándole por la mejilla. Yuffie empezó a vomitar, dejando parte de su almuerzo sobre Cait Sith.

– ¡No vamos a poder aguantar mucho más! – advirtió Cloud, cuyas piernas empezaban a flojear.

Llegaron a la playa. Todos se sintieron reconfortados por un corto instante al contemplar la inmensidad del océano. Pero en ese preciso momento, un cañonazo impactó en la cola del potrillo, destrozándola por completo. Empezaron a describir un movimiento en espiral que hizo que Cloud y Yuffie salieran despedidos. Finalmente el potrillo cayó en el agua, zambuyéndose sin remedio. Por suerte, nadie salió herido, salvo la avioneta.

4 respuestas to “Capítulo XVIII – Tres”

  1. Kuraudo said

    » Todavía recuerdo su cara_de felicidad cuando me dijo “Shera, me voy hacia las estrellas” »

    «- Mi fuerte es volar, no gastarme el dinero eN trajes cutres…»

    «Cloud estaba cerca. Le faltaba muy poco. Al fin agarró la mano de Cloud.»

    (En vez del segundo «Cloud»…»la mano del ex-SOLDADO» o algo así, por la repetición ^^¡)

    «- Debemos recoger a Cid – le dijo VIncent a Red, de forma calmada…» (Vincent, la i mayúscula)

    «Por suerte, nadie salió herido, salvo el potrillo.» («salvo la avioneta», otra repetición en los sujetos)

    ^_^

  2. tuseeketh said

    Vaya, estuve sembrado este día. Debí olvidarme el café de la mañana. He corregido todos los errores. He aceptado tu propuesta para el final y he cambiado el segundo potrillo por avioneta.

    Gracias por todo una vez más.

  3. Yomi said

    «Cuál fue la sorpresa de Palmer cuando el rayo fue absorvido por la muchacha.»

    Absorber se escribe con B en las dos ^_^

  4. tuseeketh said

    Yomi,

    por supuesto, error de tecleo. ¿A quién demonios se le ocurrió la brillante idea de poner la B y la V juntas?

    Ya está corregido. Saludos y gracias.

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