Capítulo XVIII – Cuatro

9 noviembre 2007

– ¡Mi potrillo! ¿Qué voy a hacer ahora? – se lamentaba Cid, desconsolado – ¡Seréis inútiles!¡Ladrones!
– Oye, tío – le repuso Yuffie -, si no llegamos a coger tu potrillo se lo hubiera llevado Palmer.
– ¿El gordo? ¡Será cabrón! – Cid apretó el puño y miró en dirección a Ciudad Cohete, como si pudiera ver a Palmer en la distancia – Pero eso no es lo que importa, lo que importa es que por vuestra culpa, el potrillo está en el agua y con la cola destrozada, ¡No va a volar nunca más!
– Que yo sepa – intervino Barret -, los tiros que han roto la cola de tu avioneta venían de rifles Shin Ra.
– Y vendrán muchos más si no nos largamos de aquí – terció Cloud -. Tenemos que encontrar la manera de alejarnos.
– Yo no me voy de aquí sin mi potrillo.
– Podríamos irnos con él – dijo Tifa.
– ¿Cómo? ¡La cola está rota! ¿Eres tan idiota que eres incapaz de entender que una avioneta sin cola no vuela?
– No, soy lo bastante lista como para saber que las hélices harán que surque el agua.
– Pero si… – Cid alzó el dedo índice y se quedó callado. Volvió a hablar tras una pausa – ¡Claro! Podríamos escapar de esos malditos Shin Ra usando el potrillo como bote.
– ¿Tú también huyes de los Shin Ra? – le preguntó Yuffie, extrañada.
– Después de lo que le he dicho a ese niñato de Rufus y de haberme largado con el potrillo que estaban a punto de requisarme… creo que sí.
– Pues vayámonos enseguida – propuso Red – ¡Agarraos! – dio un manotazo a los controles.
– ¡Pero si este lobo habla! – exclamó Cid asombrado.
– No es un lobo, es un gato – le corrigió Barret.
– En realidad no pertenezco a la familia de los canes ni de los felinos. Soy un nanaki, único en mi especie.
– Bueno, no importa. No pienso dejar que un perro de metro y medio pilote mi potrillo. ¡Sal de ahí!
– Como quieras, pero ya lo he hecho, y… no se me da tan mal… – dijo Red mientras salía de la cabina del piloto.
– ¡Tonterías! Nadie pilota esto mejor que… ¡Coño! ¿Pero que es esta mierda? ¡Me has arañado todos los controles!
– Lo siento, tenía algo de miedo – dijo Red tras un bostezo.
– Pues haberte cagado encima, chucho asqueroso, pero no…
– Será mejor que discutáis este tema luego – interrumpió Cloud -, porque ya vienen.
– ¡Eh, niñato! A mí no me da órdenes nadie – un bala atravesó la bufanda de Cid – ¡La ostia! ¡Agarraos!

Cid agarró el manillar con fuerza y el potrillo aceleró rápidamente. Se alejaron de la playa donde se quedaron los Shin Ra, impotentes, viéndolos marcharse. El potrillo no estaba mal, después de todo, como medio de transporte acuático. Cuando consideraron que se habían alejado una distancia lo bastante prudencial, Cid paró el potrillo en la orilla de la playa.

– Bien, chicos. Espero que tengáis suerte en vuestro viaje.
– ¿Cómo? – preguntaron algunos, extrañados.
– No pensaríais que os iba a llevar en mi potrillo hasta el fin del mundo, paquetes.
– Bueno, ¡Ya está bien! – gritó Aerith levantándose y encarándose con Cid – Mira, carroza, estoy harta de que nos faltes al respeto y de que ti rías de nosotros. Si tienes tu puta mierda de potrillo, es gracias a nosotros y si los Shin Ra no te han detenido, es gracias a nosotros también. Y, si pretendes volver a esa mierda de pueblucho inmundo que llamas «casa», te diré que los Shin Ra estarán esperando, ocultos, para meterte en el puto trullo para el resto de tu asquerosa vida. Nosotros luchamos contra los Shin Ra y, dada tu situación, creo que nos debes una. Puesto que puedes considerarte un enemigo de Shin Ra de ahora en adelante, creo que te conviene estar de nuestro lado. ¿Te enteras, payaso?
– ¡Eh! – gritó Cid poniéndose en pie – ¡Por fin alguien con dos cojones! – Cid sonreía – Creí que no érais más que unos patanes pero… – le echó un vistazo al grupo – hay que estar muy loco para enfrentarse a Shin Ra. ¡Me gusta! De momento os acompañaré, me habéis caído bien. De ahora en adelante llamadme «capitán».

El grupo se miró con cara de circunstancias.

– Sí, capitán – dijo Yuffie llevándose la mano a la frente.

El resto aceptaron el trato de capitán, pues necesitaban su avioneta-lancha para poder proseguir su viaje.

– ¿Cómo lo has hecho? – le preguntó Tifa a Aerith en voz baja.
– Eh, crecí en los suburbios, ¿Recuerdas? Sé hablar el idioma de esta gentuza.

Ambas rieron sinceramente.

Y así fue como Cid, el mejor piloto del mundo, se unió al grupo de Cloud y los demás. Pero lo que él no sabía, es que acababa de dar el primer paso para contribuir a la salvación del planeta.

2 respuestas to “Capítulo XVIII – Cuatro”

  1. Zipo said

    Jajajajaja, buenísimo, me encanta esa humanización de los personajes que has echo, en el juego se veían como muy «Artificiales», aqui se ven muchisimo mas humanos, y creo que en el caso de Cid y Aeris es mas que palpable.
    Saludos y sigue así maquina.

  2. tuseeketh said

    Zipo,

    me alegro de que te guste la inyección de personalidad que le he dado a los protagonistas :)

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