Capítulo XVII – Cinco

9 noviembre 2007

– Has vuelto a pasarte, ¿Quieres dejarme a mí? – gruñó Barret.

Yuffie se empeñaba en ser ella quien abriera la caja, pero introducir los cuatro códigos en veinte segundos sin pasarse no era tan sencillo como parecía.

– Cállate, grandullón. Ahora sí que me va a salir – Yuffie empezó de nuevo la combinación. Cuando le quedaba poco para introducir el último número, la risa maligna le indicó que el tiempo había expirado – ¡Mierda!
– ¿Me permites? – le dijo Cloud poniéndole la mano en el hombro.

Cloud se situó frente a la caja fuerte, con las piernas flexionadas. Puso los dos dedos en la rueda y respiró hondo. Echó un vistazo al papel donde habían apuntado la combinación y, con movimientos rápidos y precisos, introdujo el código en menos de diez segundos.

– Increíble – murmuró Yuffie.

La puerta de la caja fuerte se abrió. No pudieron ver nada, pues la habitación se llenó de humo, que había salido del interior de la caja. Cuando se disipó un poco pudieron ver a una criatura horrible tras ellos. Era una bestia amorfa. Un trozo de carne asimétrico con cuatro extremidades desiguales. Su piel estaba llena de protuberancias supurantes y sus ojos estaban podridos.

– ¡Pero qué…! – gritó Barret cargando su brazo-arma.
– ¡No le miréis! – ordenó Cloud – No os podrá hacer nada si no le hacéis caso.
– ¡Es asqueroso! – dijo Tifa rascándose el cuello, como si aquella criatura le hubiera infectado con su mera visión.
– ¡Queréis dejar de hacerle caso! Se alimenta de vuestros sentimientos negativos. Si le seguís haciendo caso, tendremos problemas.

No muy convencidos, se dieron la vuelta e intentaron ignorar a la criatura, que empezó a dar golpes y a respirar de forma dificultosa. Los golpes que daba rompían la madera de las paredes y el suelo, pero, tal como acababa, la madera se reconstruía.

– Bien, veamos que hay aquí dentro – Cloud sacó una bolsa de piel que contenía algo esférico en su interior. Era Materia de invocación.
– ¡Os lo dije! – dijo triunfante Yuffie.
– Nunca lo negamos – le respondió Cloud -. Toma, es tuya – Yuffie cogió la Materia con ambas manos y se fue a otro lugar a admirarla – Esta debe ser la llave del sótano – prosiguió Cloud blandiendo una llave dorada.

Bajaron de nuevo al sótano oculto de la casa. Los murciélagos parecían algo nerviosos. Se plantaron frente a la puerta, iluminados por una lámpara de aceite que habían tomado de la habitación anterior. Cloud metió la llave en la cerradura y, sin que él hiciera nada, la llave giró varias veces sobre sí misma, luego salió del cerrojo y volvió a toda pastilla hacia la caja fuerte. La puerta se abrió con un chirrido bastante desagradable.

Dentro de la estancia hacía mucho frío. Las paredes eran de roca dura, ni siquiera se habían molestado en darle una forma cuadrada. En mitad de la estancia había un ataúd con un logotipo de Shin Ra bastante antiguo.

– ¿Tenemos que despertar a un muerto? – preguntó Yuffie que temblaba de arriba a abajo.
– No está muerto – se apresuró a responder Aerith -, aún no ha vuelto al planeta.
– Silencio – ordenó Cloud.

Avanzó hacia el ataúd. Levantó la tapa poco a poco. Dentro vio a un hombre de pelo largo y lacio. Estaba pálido como la luna y tenía la cara llena de derrames. Se retorcía y murmuraba. Parecía tener pesadillas. Súbitamente, abrió los ojos y los clavó en Cloud. Sus ojos eran anaranjados. Cloud dio un paso atrás. El hombre se incorporó lo justo para ver a los demás.

– He despertado de mi pesadilla – la voz grave de aquel hombre parecía venir de ultratumba -, decidme, ¿Qué queréis de mí?
– No parece estar muy agradecido… – le susurró Yuffie a Red.
– Quiero hablar contigo – le dijo Cloud con autoridad.
– ¿Quién eres?
– Cloud Strife, ex-miembro del cuerpo SOLDADO de Shin Ra S.A.
– Shin Ra… – repitió el hombre con la mirada perdida – Yo trabajaba para Shin Ra. Trabajaba en el departamento de fabricación en investigación administrativa.
– Eras uno de Los Turcos.
– Trabajabas en Shin Ra, dices. ¿Conociste a Lucrecia? – le preguntó el hombre sin prestar atención a su aclaración
– ¿Lucrecia? Nunca oí ese nombre. ¿Quién es?
– Es la asistente del profesor Gast – en la voz amarga del hombre se percibía tristeza.
– ¿Tan importante es la asistente del profesor? – preguntó Cloud a quien no le pareció oportuno mencionar la muerte de Gast. Este hombre vivía en el pasado.
– Ella dio a luz a Sephiroth.

El grupo entero dio un respingo.

– ¡Oye, Cloud! Nos dijiste que la madre de Sephiroth era aquella cosa que vimos en el cuartel general – le reprochó Barret a Cloud. Después de la historia de Nibelheim, sólo le faltaba esto para no confiar más en las historias de Cloud.
– Jénova – le aclaró Cloud al hombre, que lo miraba extrañado.
– Cuando el proyecto Jénova se aprobó, necesitaron a una huésped que engendrara a la criatura y le diera nacimiento. Lucrecia se ofreció. Intenté disuadirla, pero no pude. Todavía tengo pesadillas por culpa de estos acontecimientos. Nunca me lo perdonaré.

No hizo falta una confirmación para entender que aquel hombre amaba a Lucrecia y de que algo horrible había ocurrido.

– ¿Qué queréis? – preguntó el hombre con un tono desagradable.
– Sephiroth ha vuelto – Cloud no se andó con rodeos.

El hombre se incorporó del todo.

– ¿Qué?
– Lo que has oído. Ya lleva algunas muertes a su cargo. Ha rescatado el cuerpo de Jénova y juntos están tramando algo. Algo sobre una Unión.
– ¿Por qué me lo habéis dicho?
– ¿Cómo? – preguntó Cloud. De todas las reacciones posibles, aquella era la más inesperada.
– Estoy obligado a tener pesadillas durante algunos años más. Todo lo que acontece en esta casa sólo me trae pesadillas.
– Lo mismo digo… – dijo Cloud cabizbajo.
– Ahora que sé que el mal aún no se ha destruido, debo dormir.
– Nosotros vamos tras Shin Ra y Sephiroth. ¡Debes ayudarnos! – Cloud no podía dejar de intentar de obtener un aliado tan poderoso como un ex-Turco que poseía tanta información acerca de los proyectos científicos que envolvían a Sephiroth.
– Lo siento. Dejadme dormir.

El hombre se echó de nuevo en el ataúd y la tapa se cerró sola. Cloud intentó abrirla sin resultado. Estaba herméticamente sellada.

Salieron de la casa. Aunque no habían conseguido reclutar al ex-Turco, habían conseguido algo de información. Sephiroth era en realidad medio humano. Atravesaron las puertas. Cait Sith se subió en el moguri mecánico. Se dispusieron a reanudar la marcha hacia el monte Nibel.

Una ventana se rompió en la segunda planta y un amasijo de tela roja apareció moviéndose ingrávidamente de un lugar para otro. No sabían bien qué era aquello. Tras caer al suelo, la ropa giró sobre sí misma varias veces y dibujó la silueta de un hombre delgado. Un brazo dorado apartó la capa y allí estaba el ex-Turco, con su capa roja ondeando al viento.

– Si voy con vosotros, ¿Veré al profesor?
– Verás al profesor Hojo. Él es ahora el jefe del departamento de investigación científica.

El hombre asimiló la noticia sin mostrar ninguna expresión. Cogió una gran cinta roja y se la enrolló en la frente, sin mostrar ningún cuidado por los mechones de pelo negro que quedaban atrapados entre las arrugas.

– Mi nombre es Vincent Valentine.

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