Capítulo XVI – Tres

9 noviembre 2007

Esa noche no necesitaron encender una hoguera, se reunieron alrededor de la Llama de Cosmo. Todos miraban hacia la llama, que parecía proyectar sus recuerdos más recónditos sobre sus mentes. Todos los demás sonidos se apagaron, sólo se oía el crepitar del fuego.

Cloud empezó a sentir dolor de cabeza. Vio a Sephiroth. Aquel fuego le recordaba al fuego de Nibelheim. Apartó la vista hacia el cielo y volvió a oír el sonido de los grillos y demás sonidos de la noche. La temperatura era agradable frente a la llama. Miró a los demás. Todos miraban como hipnotizados hacia la Llama de Cosmo. Incluso Cait Sith parecía estar recordando cosas, aunque eso era del todo imposible. Cloud había llegado a la conclusión de que aquel robot imitaba la conducta de los seres humanos que lo rodeaban.

Se levantó y se dirigió hacia Aerith. Se sentó a su lado. La muchacha salió de su ensimismamiento.

– Una noche algo mágica, ¿No crees?
– Sí.
– Podría ser más mágica todavía… pero, ¿Qué le vamos a hacer?

Cloud no entendió qué quería decir Aerith con esa frase. A veces hablaba de cosas que sólo ella parecía entender.

– A lo mejor es verdad que este sitio es especial, ¿No?
– Es posible.
– ¿Sabes? He estado pensando… sobre los Cetra. Un día habitaron este planeta y ahora… estoy sola.
– Estamos nosotros.
– No me refiero a eso. Me refiero a que soy la última. Me quedan tantas cosas por descubrir…

Aerith volvió a quedarse absorta frente a la llama. Cloud miró a Tifa que le indicaba que se acercara.

– ¿Cómo estás, Cloud?
– Bien.
– ¿Has pensado en Nibelheim?
– Sí.
– Verás… hace cinco años… – Tifa se movía nerviosa – Me da miedo preguntar.
– ¿Preguntar qué?
– Da igual, déjalo.

A Cloud le pareció que todos se comportaban de una forma un tanto extraña. Barret seguía murmurando para él cosas acerca Avalancha y el planeta. Yuffie se había quedado dormida. Se reunió con Red.

– Solíamos reunirnos aquí a menudo – explicó Red sin que Cloud le dijera nada – La última noche estuve aquí con mis padres. Cuando pienso en mi madre me lleno de orgullo, pero cuando pienso en el cobarde de mi padre…
– ¿Qué ocurrió?
– Cuando la tribu Gi atacó el cañón todos lo defendieron, pero mi padre huyó, abandonando a mi madre a la muerte. ¡Qué desdicha ser el hijo de tan cobarde padre!
– ¿Todavía piensas eso de tu padre? – dijo una tercera voz a sus espaldas.

Todos se sobresaltaron. El viejo Bugenhagen había aparecido de la nada tras Red.

– Red, debo enseñarte algo. Tengo miedo, pero debe ser así. Él lo merece.
– ¿De qué hablas, abuelo?
– Acompáñame.

Bugenhagen y Red subieron hacia lo más alto del cañón. El grupo se quedó intentando adivinar en vano qué era aquello que Red iba a presenciar. El anciano se situó frente a un portón metálico que parecía muy robusto.

– ¿Sabes lo que es esto, Nanaki?
– Sé que es una gruta y que la entrada está prohibida.
– Ahí abajo yacen los restos de la tribu Gi. Ha llegado la hora de que les hagas frente tú solo y contemples la verdad.
– ¿Que les haga frente?
– Como siempre he dicho, Nanaki – explicó Bugenhagen con ternura en la voz -, existen excepciones en la teoría de la Corriente Vital. Los espíritus de la tribu Gi quedaron atrapados en este lugar y no pudieron volver al planeta. Debes hacerles frente y derrotarlos de una vez por todas. Sólo tú eres capaz de ello.

Red se sintió importante. Por fin podía hacer algo por Cañón Cosmo. Aunque no pudo hacer nada cuando la tribu Gi atacó, ahora era la ocasión de aportar su granito de arena y limpiar el nombre de la tribu Nanaki.

– Será peligroso, Nanaki. ¿Estás preparado?

Red asintió con la cabeza.

– ¡Pues adelante, Nanaki! – el anciano abrió el portón y una bocanada de aire frío subió arrastrando los aullidos de los muertos – ¡No mires atrás!¡No tengas miedo!¡Confía en ti mismo!

Red se lanzó por el agujero. No había otra luz para guiarle que la de su propia cola. Bajó cientos de metros arrastrándose por la pared, descansando en los salientes. Los aullidos de los muertos eran cada vez más audibles. Podía oír claramente la palabra «venganza». Al fin pareció llegar a tierra firme.

Una gruta descomunal apareció frente a él. El frío y la muerte estaban presentes. No sabía por qué, pero notaba que él no pertenecía a aquel entorno. Se sentía un ente extraño penetrando un mundo diferente al suyo. Se sentía observado.
Había un complejo de agujeros interconectados. Se detuvo para poder oler. Red poseía un olfato mucho más desarrollado que el de cualquier ser humano. Podía saber cual era la ruta óptima sólo con olfatear. Creyó encontrar el camino cuando algo dio de lleno en su nariz. Era un dardo. Alguien lo había lanzado con una cerbatana. Unos cuantos trajes de piel se elevaron frente al animal. Aunque estaban vacías, las pieles dibujaban el contorno de los miembros de la tribu Gi.

Red se sacó el dardo con su pata derecha y se encaró hacia los espíritus.

– ¿Dónde está vuestro jefe?
– ¿Por qué has venido, Nanaki?¿Quieres morir? – la voz del fantasma era terrorífica. Sonaba como si tuviera la tráquea agujereada y desgarrada. Además, era imposible determinar cual de ellos hablaba.
– He venido a saber la verdad.
– ¡La verdad! – los fantasmas rieron, pero las risas no eran divertidas, sino terroríficas – ¡La verdad es que perecerás aquí abajo!¡Como todos los de tu tribu!

Los espíritus sacaron unas lanzas de bajo tierra y se lanzaron contra Red. El animal rodaba sobre sí mismo de un lado al otro intentando esquivarlos. Era una lucha difícil. Los fantasmas no seguían los movimientos lógicos de un ser vivo. Subían y bajaban a placer, planeando en el aire sin ningún esfuerzo. Un lanza alcanzó a Red en el lomo. Aulló de tal forma que los espíritus se echaron atrás. Para sorpresa de Red, su aullido fue contestado por otro aullido. Los espíritus miraban a un lado y al otro, haciendo ondear las plumas de sus gorros de piel. Cuando se recuperaron del susto, arremetieron de nuevo contra Red, mucho más furiosos.

Sacaron unas dagas que brillaban con una luz fantasmagórica. Red intentaba morderles, pero sólo alcanzaba la piel de sus trajes. Eran imbatibles. Entonces tuvo una idea. Usó su Materia para dirigir varios torrentes de fuego contra sus adversarios. Sus trajes empezaron a arder y huyeron despavoridos.

(Adelante, hijo)

El animal echó a correr sin pensar en el rumbo que tomaba. Seguía su olfato. De vez en cuando podía oír un aullido que le indicaba el camino a seguir. Sabía quien aullaba. Era su padre. ¿Podía estar vivo su padre? Sus ojos estaban cansados de intentar penetrar la oscuridad. De vez en cuando una lanza caía cerca de él, pero los espíritus no se dejaban ver. Tenían miedo.

Cuando Red creyó que quedaba poco, algo horrible ocurrió. Cayó preso en una enorme telaraña que no pudo ver. Los hilos eran tan gruesos como las patas de un chocobo. Intentó liberarse en vano, pero lo único que consiguió fue enredarse todavía más. Quedó prácticamente inmóvil.

Las horribles risas de los espíritus empezaron a oírse por doquier. Se acercaban. A Red se le aceleró el corazón. Si no hacía algo estaría a merced de todos ellos. No pudo hacer nada. Los espíritus aparecieron, rodeándolo. Sus lanzas, afiladas como cuchillas, empezaron a agujerearle la piel. Una tras otra, las lanzas entraban y salían de su cuerpo, desgarrándole la piel y haciendo brotar la noble sangre de su tribu. Se sentía impotente. No existe palabra para definir el dolor que Red sintió en aquellos momentos. Una lanza le atravesó el cuello, cerca de la tráquea. Empezaba a desangrarse. Notó como otra lanza le atravesaba una pata trasera, desgarrándole el tendón. Red se retorcía de dolor. Se preguntaba por qué su abuelo lo había mandado a tan infausto destino. ¿Creería su abuelo que era más poderoso de lo que en realidad era? Se sentía desfallecer. Su cola empezaba a apagarse. Oyó una voz.

(Hijo mío, no son rival para ti. ¡Abrásalos!)

Red abrió los ojos, que mostraban un fulgor renovado. Aulló con fuerza y su propio cuerpo se convirtió en una llama. La telaraña se rompió y los fantasmas profirieron gritos de terror. Algunos, ardiendo, salieron corriendo. Otros, sin saber qué hacer, se quedaron observando la llama andante que tenían delante. Entonces, algo aún más horrible ocurrió. La dueña de la telaraña bajó furiosa en busca de una explicación. Era una araña de largas patas de dos metros de altitud. Sus abominables ojos miraban a Red, iracundos. La llama desapareció y el dolor de las heridas y cicatrices se hizo presente de nuevo. Red no pudo soportarlo y se dejó caer. Vomitaba sangre. Tenía varias lanzas atravesadas en su cuerpo. Miró a la araña que se acercaba, pero su vista se nublaba. Ya no tenía fuerzas.

Un grito desgarrador hizo que reaccionara una vez más. La araña había desaparecido. En su lugar, el jefe de la tribu Gi se alzaba triunfante con la araña ensartada en su lanza. No era un espíritu como los demás. Era un espíritu de tamaño desmedido. decenas de pieles eran necesarias para rodear su enorme pecho. Su lanza iba a juego con su tamaño. A diferencia del resto, éste sí tenía cara. Una cara horrible y deforme. La cara de la muerte. La piel putrefacta, llena de brechas, dejaba ver la calavera podrida que había detrás.

– ¿Qué haces aquí, Nanaki? No eres bienvenido.
– Ya me he dado cuenta – dijo Red intentando incorporarse en vano. Sabía que estaba a merced del jefe Gi, pero no perdía su compostura.
– Has venido a reunirte con tu padre.
– ¿Mi padre… sigue vivo? – preguntó Red. El aire se le escapaba. Sus pulmones empezaban a fallarle.
– ¿Vivo? – el espíritu estalló en carcajadas – ¡Está muerto!¡Cómo tú!

El fantasma alzó su enorme lanza y apuntó a Red. Bajó el brazo decidido a acabar con él definitivamente. Pero, de nuevo, algo ocurrió. Esta vez, por cierto, algo bueno. El suelo se abrió frente a Red y un torrente de llamas se interpuso entre ambos. El jefe Gi se echó atrás. Las llamas seguían brotando y rodeando a Red que apenas podía respirar. De entre las llamas, asomó una cabeza. Era una criatura horrible, parecida a un demonio; sin embargo, Red sabía que estaba de su parte. La había visto en sueños. Era Ifrit, la criatura encerrada en su Materia de invocación. Ifrit asintió con la cabeza y desapareció.

Red no supo muy bien qué ocurría. Podía oír gritos y alaridos por todas partes. Sentía mucho calor. De vez en cuando veía a Ifrit aparecer por la cortina de llamas y desaparecer de nuevo en el otro lado. El jefe Gi apareció envuelto en llamas frente a él. Su cara expresaba desesperación. Alzó de nuevo su lanza pero Ifrit apareció tras él y le atravesó el cráneo con su garra. El jefe Gi se movió espasmódicamente y cayó al suelo.

Las llamas cesaron e Ifrit se arrodilló frente a Red. El animal asintió levemente para mostrarle su gratitud. No era capaz de nada más. Los ojos ardientes del demonio se cerraron y todo su cuerpo se prendió. En unos segundos el fuego se apagó y ya no quedaba nadie más allí. Sólo Red. Volvía a hacer frío, pero ya no sentía la presencia de la muerte.
Echó un vistazo alrededor. Todos los espíritus Gi parecían derrotados. Las pieles calcinadas yacían sobre el suelo negro. Las llamas de Ifrit habían acabado con todos. Sonrió y apoyó la cabeza en el suelo.

Se quedó dormido.

2 respuestas to “Capítulo XVI – Tres”

  1. Kuraudo said

    – ¿Todavía piensas eso de tu padre?

    Todos se sobresaltaron. El viejo Bugenhagen había aparecido de la nada tras Red.

    * lo personal me tardé en entender que ese dialogo no era de Cloud =P tal vez falte un «dijo una voz anciana» o algo asi…sugerencia ^^¡

    ahora era la ocasión de aportar su granito de arena y limpiar el nombre de la tribu nanaki.

    – ¿Por qué has venido, nanaki?¿Quieres morir? – la voz del fantasma era terrorífica.

    * «Nanaki»

    Miró a la araña que se acercaba, pero su vista de nublaba. Ya no tenía fuerzas.

    *»se» nublaba

    – Has venido a reunirte con tu padre.

    *Pregunta, tal vez («¿?»)

    My-God. Me quedé sin palabras…

  2. tuseeketh said

    Corregido todo, muchas gracias.

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