Capítulo XVI – Dos

9 noviembre 2007

Pasaron algunas horas en una habitación bastante confortable. Tanto el suelo como las paredes estaban hechos de madera. No era costumbre allí proveer las estancias de sillones o sillas donde sentarse. En vez de eso, los habitantes de Cosmo preferían enormes cojines alrededor de las paredes. La sala estaba iluminada por una pobre lámpara de aceite en el centro, que iluminaba lo justo para saber por donde andaban. Esta parecía ser la tónica allí. Fuera como fuere, les pareció un ambiente realmente acogedor.

Cuando hubieron descansado, fueron a una posada llamada Starlet, situada justo enfrente de la Llama de Cosmo. El posadero, un anciano con aspecto gentil, les invitó a un «Llama de Cosmo», el cóctel especial de la casa. Tal como el jugo pasó a través de sus gargantas, se sintieron despiertos y llenos de vitalidad. Todos empezaban a pensar que parar en Cañón Cosmo había sido una de las mejores ideas que habían tenido nunca. Se sentían tan bien allí, que les hubiese gustado quedarse eternamente.

El grupo se dispersó. Había mucho que ver en Cosmo y nadie quería perderse nada. Quedaron en reunirse cuando la noche cayera en lo alto de la torre principal. Cloud paró en la armería y encargó unos guantes nuevos para Tifa. Al lado del mostrador vio un cartel que le resultó familiar, aunque no pudo recordar por qué. Decía: «¡En busca de alguien que pueda aguantar horas de aburrimiento! Para más detalles, pónganse en contacto con el pub El paraíso de las tortugas’.»
Cuando hubo dado algunas vueltas al aire libre para despejar su mente, Cloud volvió a la posada. No fue el único que tuvo esa idea. Barret se encontraba ya allí, jugueteando con un vaso de madera con una botella de alcohol al lado.

– Oh, eres tú – dijo estirando la comisura de la boca -. ¿Sabes? Aquí tienen un licor muy bueno.
– ¿Estás bien? – Cloud sentía que últimamente todo el mundo tenía problemas y que le tocaba a él prestar ayuda psicológica. Algo que odiaba, por cierto.
– Claro que sí. Es sólo… – Barret inspiró tan hondo que su pecho se hinchó. Luego expiró prolongadamente – ¿Sabes? Después de lo ocurrido en Corel estudié todo lo que tenía que ver con los reactores de Shin Ra y el makko. Mis investigaciones me llevaron aquí. Pasé una larga temporada estudiando el origen de la vida y todo lo que tiene que ver con la vida del planeta. Fue frente a esa llama de ahí fuera donde decidí fundar Avalancha. Pensé que alguien debía hacer algo contra ese abuso. ¡Qué iluso fui! – Barret reía nerviosamente – Lo único que conseguí es la muerte de muchas personas. Jesse… Biggs y Wedge…
– Avalancha no ha dicho su última palabra aún.
– ¿Tú crees? Yo creo que Shin Ra es indestructible. Nada podemos hacer por salvar este planeta.
– ¡Oh, está anocheciendo! – anunció el posadero – Una noche estrellada la de hoy.
– Será mejor que subamos.

Esperaban en lo más alto del cañón. Allí se hallaba el observatorio del viejo Bugenhagen. Era un pequeño habitáculo con una cúpula de la que salía un telescopio gigante. La puerta se abrió y todos pasaron dentro.

Un anciano les esperaba sentado sobre un cojín con las piernas cruzadas. Miles de arrugas cruzaban su rostro. Sus cejas, muy pobladas, se elevaron un poco al verlos entrar. Sus ojos parecían estar formados por alguna sustancia acuosa que no dejaba de fluir en círculos. Vestía una bata de color violeta. Las mangas se ensanchaban al final y no dejaban ver sus manos. Sus pantalones eran verdes.
El anciano empezó a levitar sin descruzar las piernas. Todos lo miraron bastante sorprendidos.

– Sed bienvenidos, bravos guerreros. Yo soy el viejo Bugenhagen.
– Es mi abuelo. Es increíble, lo sabe todo. Podéis preguntarle lo que queráis.
– Disculpad a Nanaki… – dijo sonriendo afablemente – Es todavía un adolescente. He oído que habéis cuidado bien de él, eso está bien.
– Por favor abuelo, ya tengo 48 años.

Todos miraron extrañados a Red al enterarse de su edad. No podían creer que Bugenhagen lo hubiera llamado «adolescente».

– Veréis – explicó Bugenhagen adivinando el desconcierto general -, la tribu Nanaki tiene una longevidad extraordinaria. Sus 48 años corresponden a unos 15 o 16 años de un humano.
– Pero ya soy mayor. Puedo proteger el cañón.
– ¡Silencio Nanaki! Todavía no puedes valerte por ti mismo. Miraste tanto las estrellas que quisiste apagar todas las demás luces de ciudad de Midgar tú solo. Lo siento, miras el mundo desde demasiado alto todavía y pierdes la perspectiva.

Todos observaban la curiosa regañina del anciano. Bugenhagen tenía una voz que hacía creer a cualquiera que lo que decía era cierto. De pronto, un sonido agudo y desagradable hizo que todos se alertaran y miraran a todos lados. Aerith, Red y Bugenhagen se quedaron impasibles.

– ¿Qué es eso? – preguntó Yuffie.
– ¿No los habíais oído nunca antes? – todos negaron con la cabeza – Muy sordos queríais estar para no oírlos. La gente de hoy día ya no se preocupa por estas cosas…
– Sí, pero… ¿Qué es? – volvió a preguntar.
– Son los gemidos del planeta. Está agonizando. No le queda mucho.
– ¿Cómo sabe usted eso? – preguntó Cloud de forma desafiante. Él no creía en todas esas historias de la vida del planeta. Los gritos que oía ahora, no obstante, le hacían sentirse triste, aunque no comprendía la razón.
– Quizá le quede un año. Quizá cien. En todo caso, el planeta agoniza. Si le prestas atención, tú también podrías entenderle.
– ¿Entender a quien?
– Al planeta.

Cloud se cruzó de brazos y se repaldó en su cojín. «Todo esto no son más que pamplinas», pensó.

– Tranquilo – prosiguió el anciano – Estás en tu derecho de creer que son pamplinas.
– ¿Qué? – preguntó Cloud sorprendido. ¿Podía aquel anciano leer el pensamiento?
– En Cañón Cosmo se puede oír con más claridad que en ninguna otra parte lo que el planeta nos dice – prosiguió Bugenhagen sin hacer caso a Cloud – Lo sientes, ¿Verdad? – le preguntó a Aerith que había cerrado los ojos. Una lágrima resbalaba por su mejilla.
– Sí, claro que sí – respondió ella tristemente.
– Eres una chica muy especial…

Cloud sintió un dolor de cabeza terrible y cerró los ojos.

– Deberías echarte una novia – dijo la madre de Cloud. Estaba de pie al borde de la cama. Cloud estaba echado en ella – No sé. Una chica que fuera mayor que tú. Que cuidara de ti.
– No necesito a nadie.
– Eso es porque todavía no has encontrado a alguien que te guste. Algún día, encontrarás a una chica especial (especial, especial, especial…), una chica distinta a las demás (distinta, diferente, única…).

Abrió los ojos y se encontró de nuevo en el observatorio del viejo Bugenhagen.

– …distinta a los demás.
– Sí, no es usted el primero que me lo dice – dijo Aerith sonriendo bobaliconamente.
– Por favor, me gustaría que me acompañaseis.

El anciano levitó hasta una puerta y la abrió sin apenas tocar el mango de la puerta.

– ¡Guau! ¡Qué pasada! – exclamó Yuffie emocionada – ¡Cómo mola tu abuelo, Red!
– ¿Adonde vamos ahora? – preguntó Cloud.
– Ya lo veréis. Os va a gustar – dijo Red con una sonrisa en la cara.

Pasaron a la siguiente habitación. Allí había todo tipo de objetos relacionados con la investigación del universo, puestos en estanterías. La madera de esta habitación tenía un color más rosado. En medio, un círculo rojo con unas esferas en el medio llamó la atención de todos.

– Por favor, colocaos en mitad del círculo – les dijo Bugenhagen mientras toqueteaba unas palancas.

Hicieron lo que les ordenó y la habitación se quedó a oscuras. Notaron como el suelo se movía y subían poco a poco. Subieron hasta un lugar que parecía estar en mitad del universo. Millones de estrellas brillaban alrededor, incluso bajo sus pies. Vieron el astro que les daba luz en el centro y los planetas de su sistema dando vueltas a su alrededor. Daba la sensación de andar por el espacio.
Un cometa pasó frente a Aerith. Ella lo siguió con la mirada, maravillada. Barret intentó apartar con la mano un asteroide que iba directo hacia él, pero simplemente le atravesó.

– Esto no es real, es una reproducción de nuestro sistema – explicó Bugenhagen -. Os voy a explicar los principios básicos del estudio del planeta. Bien… ¿Por donde empiezo? Sí. ¿Qué ocurre cuando un ser vivo muere? Se descompone y pasa a formar parte del suelo. Eso lo sabe todo el mundo, pero, ¿Qué ocurre con su alma, sus pensamientos, su espíritu? Lo mejor será que veáis esto.

Un planeta se acercó a ellos y se detuvo justo enfrente de Bugenhagen. Era su planeta. Era una visión preciosa la de los mares y los continentes tapados por cortinas de nubes que surcaban el cielo. Vieron aparecer a un hombre y un árbol en lo más alto. El tamaño de éstos era totalmente desmesurado. Eran, claramente, representativos.

El hombre envejeció y el árbol se marchitó. Ambos murieron. Una luz verde quedó en su lugar. Esa luz, penetró en el planeta y se unió a una corriente verdosa que circulaba por doquier. Entonces, en la otra punta del planeta, de esa misma luz se desprendieron dos pequeños haces que devinieron el nacimiento de un hombre y de un pequeño árbol.

– Los seres vivos se conciben porque son bendecidos con un espíritu, una parte de la Corriente Vital de este planeta. Durante su vida, el espíritu se enriquece con las vivencias del ser vivo y, cuando éste muere, vuelve al planeta y deposita su sabiduría en él. Esto es lo que ocurre con todos los seres vivos, aunque, claro, hay excepciones.

A Cloud le pareció ver algo minúsculo que llegaba del espacio y atravesaba la atmósfera. Levantó la mirada pero nadie más parecía haberse dado cuenta. Bugenhagen le echó una mirada escrutadora.

– La Corriente Vital – prosiguió – es el conjunto de todas esas almas que vagan por el mundo. Es la responsable de que el planeta sea planeta. Ahora, ¿Qué ocurre si esa Corriente Vital desaparece?

El anciano estiró su brazo derecho. Miles de haces luminosos fueron absorbidos por su mano. El planeta ennegreció y se resquebrajó.

– El planeta muere.

Todos atendían mudos a la explicación del viejo Bugenhagen.

– Cuando la Corriente Vital se extrae de este planeta y se manufactura, se cierra su ciclo y el espíritu no tiene salida. Las almas de los seres de este planeta son utilizadas y desechadas a cambio de comodidad y dinero. Me entristece decir que a este planeta no le queda mucha vida debido a estas cosas. Es por eso que le oís gritar.

Lo que el anciano acababa de explicarles era, como mínimo, para meditar. Allí, en mitad de el espacio infinito, con total silencio, a Cloud le asaltó una duda. ¿Era verdad lo que el viejo maestro Bugenhagen acababa de mostrarles? ¿Shin Ra le había mentido durante años acerca de la energía makko?

– Entonces – dijo -, si seguimos utilizando la energía makko… ¿El planeta morirá?
– En efecto. Me temo que ése es el destino que le ha tocado a este planeta.

Cloud necesitaba tiempo. Necesitaba estar a solas para poner en órden todas sus ideas. Había luchado durante mucho tiempo del lado de Shin Ra, defendiendo sus proyectos y sus reactores. ¿Había contribuido entonces a la muerte del planeta? ¿Era realmente estúpida la teoría de la vida del planeta? Cloud tenía dudas. No sabía qué creer.

Se hizo el silencio.

2 respuestas to “Capítulo XVI – Dos”

  1. Kuraudo said

    El posadero, un anciano con aspecto gentil, les invitó a un “Llama de Cosmo”…

    *el «a» intermedio

    – Veréis – explicó Bugenhagen adivinando el desconcierto general -, la tribu nanaki…

    *mayúscula en nanaki supongo

    de esa misma luz se desprendieron dos pequeños haces que devinieron el nacimiento de un hombre y de un pequeño árbol.

    *nunca había visto la palabra «devinieron», solo digo que tal vez sea «devinieron en el nacimento…»

    A Cloud le pareció ver algo minúculo que llegaba del espacio

    *minúsculo

  2. tuseeketh said

    Kuraudo,

    no entiendo qué me quieres decir en el primer apunte. Sea lo que sea, he releído el párrafo y es correcto. Gracias de todas formas.

    «Devinieron» viene del verbo «devenir», que significa convertirse en algo. Es correcto el uso que le he dado. Te recomiendo consultar la web de la Real Academia cuando te encuentras palabras que desconoces, a mí me resulta muy útil:

    http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=devenir

    La mayúscula y la s ya están corregidas. ¡Buen trabajo!

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