Capítulo XIX – El traidor

9 noviembre 2007

– ¿Adónde vamos ahora? – preguntó Barret.
– No lo sé – respondió Cloud mirando al horizonte -, no tengo ni idea de donde está Sephiroth. Es arriesgado, pero deberíamos volver y vigilar a Rufus de cerca.
– ¿Sephiroth? – le dijo Cid arqueando las cejas – ¿Vosotros también seguís a ese tipo?
– ¿Hablaste con Rufus de Sephiroth? – le preguntó Cloud extrañado.
– Sí, bueno… me dijo que necesitaba mi potrillo para seguir a ese tío porque se había ido lejos, al este… ¡A un templo!
– Está bien, pon rumbo al este de inmediato. Les llevamos ventaja – Cloud tenía la sensación de que esta vez podrían llegar a Sephiroth sin la intervención de Shin Ra.
– Creo que se te olvida algo, zoquete.
– Eh… de acuerdo. Por favor, rumbo al este, capitán.
– ¡Eso está mejor! Agarraos fuerte, porque voy a tener que tomar el río a contracorriente.
– ¡Eso es una locura! – repudo Barret con cara de pánico.
– Quizá prefieras bordear todo el continente y que nos adelanten los Shin Ra – dijo Vincent sin tan siquiera mirarle.

El potrillo marchó a toda máquina por la orilla del mar. Entraron por el delta del río. A lo lejos, Cloud pudo ver las montañas grises y puntiagudas del Monte Nibel que sobresalían sobre la niebla. Se le ensombreció el corazón al recordar el dantesco espectáculo que presenció allí. Esperó que Sephiroth pudiera darle una explicación coherente a todo aquello.

Cuando llevaban unas horas surcando el río, empezaron a sentirse incómodos y húmedos. De vez en cuando, el ala del potrillo se sumergía en el agua y les empapaba por completo. Peor aún era, por cierto, soportar las constantes quejas de Barret. De tanto en tanto, Vincent desaparecía y volvía al cabo de un rato con noticias acerca de lo que se avecinaba.

Llegó un momento en que al potrillo le costaba luchar contra la corriente. Cid ordenó a todo el mundo asirse fuerte a lo que tuvieran más cerca. Una oleada les golpeó tan fuerte que Cait Sith cayó hacia atrás. Se salvó en el último momento gracias a los reflejos de Red, que mordió su capa al vuelo. La calma llegó de repente. Se encontraron en un lago perfectamente circular, rodeado de montañas. Pudieron ver una manada de chocobos salvajes bebiendo en la orilla.

– ¡Es precioso! – exclamó maravillada Aerith.
– ¿Por qué no descansamos un rato? – propuso Barret. El grupo accedió.

Dejaron el potrillo cerca de la orilla y secaron sus ropas. La temperatura les pareció agradable comparada a la que habían tenido que soportar al norte del continente. Además, la visión de aquel espectáculo natural reconfortaba sus corazones. Cuando hubieron descansado, charlado y llenado sus pulmones de aire fresco, decidieron continuar la marcha. Se encontraban en una de las zonas más altas del continente. A partir de entonces, la marcha sería mucho más calmada, pues tomarían la misma dirección que el río del este y ya no tendrían que navegar contracorriente. Cid llevó el potrillo hasta el nacimiento del río y desconectó los motores. «Debemos administrar bien el combustible», dijo.

Pasaron unas horas más dejándose llevar la corriente. A diferencia que en el tramo anterior, esta vez cantaron y rieron. El tiempo mejoraba notablemente y el humor del grupo, también. Barret ya no refunfuñaba y Cid parecía haber olvidado la catástrofe de su avioneta.

Tras pasar por un valle estrecho, salieron a campo abierto. Pudieron ver el desierto lejos al norte. Aunque nadie dijo nada, todos recordaron al enorme gusano del desierto y la huída en el buggy. Parecía increíble como podían estar atravesando el continente en tan poco tiempo. Cuando se acercaban al delta del río, recordaron el momento en que tuvieron que atravesarlo con el buggy y casi se les lleva la corriente.

– ¡Estamos de nuevo aquí! – exclamó Tifa.
– La de cosas que nos han pasado… – dijo Aerith
– ¿Recordáis cuando Barret se convirtió en una rana? – dijo Yuffie entre risas.

Todos rieron menos Barret, Vincent y Cid.

– Sí, pero yo os salvé el culo en el Monte Corel.
– Muy cierto, ¿Qué haríamos sin ti? – preguntó Yuffie irónicamente.
– ¿Qué es aquello? – preguntó Vincent señalando al sur.

Había una casita hecha de madera, al lado del delta del río. Salía humo por la chimenea y había luz dentro.

– Podríamos parar… quizá nos den de comer – dijo Yuffie tocándose la barriga.
– Sí, seguramente nos están esperando para celebrar un banquete, no te jode – le repuso Barret.
– Yo creo que deberíamos para a preguntar – dijo Cloud.

Cid arrancó los motores y llevó el potrillo fuera del río. Bordeó un macizo de rocas y llevó el potrillo hasta la playa. Cuando hubo atracado, todos bajaron y agradecieron pisar tierra firme. Caminaron hasta la casa y picaron tres veces a la puerta. Un hombre con la cabeza afeitada y una cola de pelo negro en la cocorota les abrió la puerta. Tras echar un vistazo al grupo les hizo un gesto para que entraran.

– Habéis elegido un sitio lejano, pero no os arrepentiréis.

Iban a preguntar a qué se refería, pero cuando vieron el interior de la casa lo comprendieron. Las paredes estaban totalmente forradas de armas de todo tipo. Hachas, espadas, shurikens, lanzas, sables, puñales… todo lo que quisieran.

– En realidad no hemos venido a por armas – le explicó Cloud.
– Entiendo… – dijo el hombre sentándose en un taburete. Ahora parecía más viejo que antes – No me lo digáis, venís a por la piedra angular.
– ¿Perdón? – dijo Cloud extrañado.
– ¿Me equivoco? Lo siento. Es que llevo todo el día recibiendo a personas extrañas que vienen en busca de la piedra.
– ¿Qué tipo de personas? – preguntó Cloud intrigado.
– De todo tipo. ¡Incluso han venido Los Turcos!

Cloud se giró e intercambió una mirada de circunstancias con Red.

– Lo siento, qué maleducado soy. Parecéis muy cansados. ¿Estáis en mitad de un viaje?
– En realidad nuestra vida se ha convertido en un viaje.
– Bien, eso está bien. Me gusta la gente aventurera. Por lo que veo vais bien armados, déjame ver… – el hombre rodeó a Cloud y echó un vistazo a su espada – ¡Qué maravilla! No creí que la fuera a volver a ver.
– ¿Ya había visto esta espada anteriormente?
– Muchacho, YO hice esta espada. Soy el mejor armero de este continente y del otro (y del continente del norte si me apuras, pero no conozco tanto aquello como para asegurarlo) – el hombre le guiñó el ojo.
– Extraña coincidencia – le dijo Cloud.
– No tan extraña. Trabajaste para Shin Ra, ¿Verdad?
– Sí.
– Sí… tus ojos…
– ¡Ejem! – Barret emitió un gruñido.
– Oh sí, sí. Por favor, poneos cómodos. Traeré algo de comida. Podéis usar el baño si queréis.

El suelo era de moqueta hecha a base de piel de animales. Todos se sentaron alrededor de una pequeña mesa y comieron algo de carne a la brasa.

– ¿Nos puedes hablar de esa piedra?
– Se la llama la piedra angular. La tengo desde hace mucho tiempo, la encontré en un lugar que no os podríais imaginar.
– Lo siento, no tenemos mucho tiempo. ¿Sabes para qué la querían los Shin Ra? – le interrumpió Cloud.
– Oh, pues… decían que era de vital importancia porque abría la puerta a un templo – todos se miraron -. El Templo de los Ancianos, decían. ¡Ja! Eso es sólo una leyenda.
– El Templo de los Ancianos… – Cloud tenía la mirada perdida. ¿Qué querría hacer Sephiroth en aquel templo, si es que existía. ¿Acaso no era tan solo una leyenda? Cloud recordaba haber oído algo alguna vez, pero no le dio mucha importancia.
– ¡No te comas la cabeza, muchacho! Es sólo una leyenda. La gente de hoy día se aburre mucho.
– ¿Recuerda la leyenda? – le preguntó interesado.
– Mmmmh… no muy bien. Era algo así como que una magia de destrucción final aguardaba dentro del Templo de los Ancianos, esperando a que alguien la liberara y sembrara el caos en el mundo. ¡Magia de destrucción final! Qué estupidez.
– Nos ha dicho que no se la llevaron Los Turcos. Entonces, ¿Quién se la llevó?
– Se la vendí a Dio, el dueño de Gold Saucer. Ese tío tiene mucha pasta, ¡Me pagó 10000 guiles por la piedra! ¿Quién pagaría ese dinero por una maldita piedra?
– ¡Genial! – exclamó Barret – La piedra la tiene Dio, el mismo tío que nos envió a la cárcel de arena por un crimen que no habíamos cometido.
– Pero reconoció su error y nos regaló el buggy, recuérdalo – le dijo Tifa poniéndole la mano sobre el hombro.
– Sí, bueno.
– ¿Le dijo para qué quería la piedra? – preguntó Cloud, arriesgándose a ser pesado con el hacedor de armas.
– Sí, para exhibirla en su museo, como todo lo demás. Es un loco del coleccionismo.
– Muchísimas gracias por todo – dijo Cloud incorporándose. Los demás le imitaron – Debemos marcharnos de inmediato.
– ¿No pensarás ir a pedirle la piedra a Dio? Con lo que ha pagado por ella, no te la va a dejar así como así.
– Quizá, pero merece la pena intentarlo.
– ¡Te meterás en problemas!
– Estamos acostumbrados – al resto del grupo se le dibujó una sonrisa.
– ¡Ja! Este tío es la leche – exclamó Cid -. Me gusta el plan.

Salieron de nuevo. El hombre se quedó en la puerta para despedirles.

– ¡Adiós! Y recordad: si necesitáis armas, yo soy el mejor.
– Lo tendremos en cuenta – le dijo Cloud.

Volvieron a montar sobre el potrillo. Debían remontar el río hasta la zona de Corel, aunque les esperaba una buena caminata. Ninguno sabía como podrían coger la piedra de Dio, aunque estaban preparados para lo peor.

4 respuestas to “Capítulo XIX – El traidor”

  1. Kuraudo said

    «(y del continente del norte si me apuras, pero no conozco tantO aquello como para asegurarlo)»

    «La tenía desde hace mucho tiempo, la encontré en un lugar que NO os podríais imaginar.»

    «- Se la VENDÍ a Dio, el dueño de Gold Saucer…. »

    «…nos regaló el buggy, recuérdalo – le dijo Tifa poniéndole la mano sobre el hombrO»

    ^_^

  2. Yomi said

    «PEOR aÚn era, por cierto, soportar las constantes quejas de Barret.»

    En mayúsculas lo corregido^_^

  3. tuseeketh said

    Gracias a ambos por las correcciones, ¡sois unos cracks!

  4. Zipo said

    »Llegó un momento en que al potrillo el (le) costaba luchar contra la corriente (…) Una oleada les golpé (golpeo) tan fuerte que Cait Sith cayó hacia atrás.»
    Corrígeme si me equivoco pero creo que son erratas.
    Saludos

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