Capítulo XIX – Cuatro

9 noviembre 2007

Cloud miraba por la ventana de su habitación. Las gotas de la simulación de lluvia del área del terror de Gold Saucer chocaban contra el cristal. Tenía en la mano un vaso con varios cubitos de hielo. Se dirigió al minibar de la esquina de la habitación, lo abrió, y extrajo otro botellín de una bebida extraña que contenía mucho alcohol. Virtió el contenido en el vaso y echó un trago. Notó el resquemor bajando por su garganta y aterrizando en su estómago. Llevaba cuatro vasos y empezaba a hacerle efecto.

No podía comprender como podía haber recuperado su espada cuando él mismo la vio explotar en pedazos. «Nada de lo que ocurre ahí dentro es real», le había explicado Dio. No lo entendía.

Se sentía un luchador mediocre. Ni siquiera había conseguido superar el tercer combate. Sephiroth había logrado superar los ocho. Según le había dicho Dio, si superabas los ocho aun tenía lugar un último combate. Pero aquella situación se dio tan solo una vez. Cloud había estado leyendo los ránkings del área de batalla y había encontrado a muchos luchadores que habían sobrevivido mucho más que él. Pensó que, si quería detener a Shin Ra y a Sephiroth, debía entrenar mucho más. Debía reunir mucha más Materia. Se planteó iniciar la búsqueda de Los Caballeros de la Mesa Redonda, pero pronto recordó que aquella Materia de invocación no era más que una leyenda. También era una leyenda el Templo de los Ancianos, y era la causa por la que estaba allí.

Ya tenían la Piedra Angular. Dio se había divertido mucho con Cloud y no puso objeciones al préstamo. «La quiero de vuelta», les dijo. Si querían más favores de Dio, más valía que fuera así. Ahora Cloud sabía que tenía a Shin Ra y a Sephiroth acorralados. Él tenía la Piedra y ellos la necesitaban para poder entrar al Templo de los Ancianos. Sephiroth no podría hacerse con la magia de destrucción final, la Materia Negra.
Pero el ex-SOLDADO no era estúpido. Sabía que tanto Shin Ra como Sephiroth podían estar acechando en cualquier rincón, esperando el momento oportuno para arrebatarle la piedra.

Alguien picó a la puerta. Cloud acabó su bebida de un trago y fue a abrir. Era Aerith.

– Hola.
– ¿Ocurre algo?
– ¿Necesito que ocurra algo para venir a verte? – le dijo ella con los puños en la cintura – He venido a buscarte.

La cara de Cloud expresaba sorpresa.

– Oh, vamos – se quejó Aerith – ¿Es que ya no te acuerdas de lo que ocurrió en los suburbios?

Cloud entornó los ojos.

– ¡Me salvaste de los Shin Ra! Te contraté como mi guardaespaldas personal.
– Es cierto – dijo Cloud con una pequeña sonrisa.
– Aun tengo que pagarte por tus servicios. El precio era… una cita, ¿Recuerdas?
– Lo recuerdo.
– Pues la cita es hoy, vamos a dar una vuelta.
– Está bien, un segundo.

Cloud fue a coger su espadón.

– ¿Cómo? ¿Piensas venir a una cita romántica con tu espadón?
– Los Shin Ra podrían…
– ¡Deja de pensar en los Shin Ra! Ahora estás conmigo.
– Está bien – dejó la espada sobre la cama -. Vamos.

Salieron del terrorífico hotel fantasma y se metieron por un agujero que había en el cementerio de al lado. La lápida rezaba «Teatro».

Cuando salieron del tobogán. Caminaron por un pasillo oscuro. Cuando salieron, quedaron cegados por unos grandes focos. Toda la grada rompió a aplaudir mientras dos hombres vestidos de gala les colocaban dos collares de flores.

– ¡Enhorabuena! Ustedes dos son la pareja número mil de esta noche – les dijo un hombre con un micro que llevaba un sombrero de copa.
– ¡Qué guay! – exclamó Aerith.
– Participarán en la obra de teatro.
– No sabemos el papel – Cloud intentaba arruinar el fatídico plan que acababa de presentársele.
– Tranquilo, muchacho. Vuestra actuación es libre y guiada por los demás actores.
– Sí, sí, sí. Vamos, Cloud, no puedes negarte… – le suplicó Aerith. Cloud se encogió de hombros.

Se sentía ridículo con aquel traje de guerrero de capa y espada. El narrador ya estaba en el escenario, introduciendo la historia.

– Vamos, guerrero, te toca – le susurró un actor que iba vestido de mago.

Cloud suspiró y salió al escenario, caminando lentamente. Se plantó en mitad de éste con una pose chulesca. Pasó un tiempo en silencio.

– Pero di algo – le susurró el apuntador.

Cloud lo miró sin ningún tipo de disimulo y se rascó la cabeza.

– Hola – dijo mirando al público.

El apuntador se golpeó la frente con la palma de su mano. Un hombre gordo vestido de rey entró en escena caminando a la vez que danzaba.

– ¡Oh! Vos debéis ser el gran guerrero que ha venido a salvar a la princesa – le dijo.
– Pues… – el apuntador afirmaba con la cabeza, desesperado – sí, soy yo.
– Acompáñeme al castillo, por favor.

El rey se marchó del escenario danzando. Cloud lo miró y adoptó de nuevo su pose chulesca.

– ¡Tienes que irte! – le decía el apuntador mientras le hacía señas con los brazos para que se fuera del escenario – ¡Largo, largo!

Cloud se marchó del escenario mientras veía como el apuntador se daba cabezazos contra la madera. La obra prosiguió durante un buen rato. Por lo que pudo entender, un gran dragón llamado Maléfico Rey Dragón había raptado a una princesa que era hija del rey gordo. Él debía obtener los poderes del mago real para desafiar al Maléfico Rey Dragón y rescatar a la princesa. Al fin llegaron a la última escena, la escena en que el caballero se enfrentaba al dragón.

Salió al escenario y encontró a un hombre metido dentro de un disfraz de un dragón. El dragón estaba muy poco conseguido y la cabeza del actor salía del vientre del disfraz, contribuyendo todavía más a la falsedad del disfraz. Aerith estaba tras el dragón, maniatada.

– ¡Oh, bravo guerrero! – gritó – ¡Sálvame del Maléfico Rey Dragon!

El apuntador alzó los pulgares para indicar que todo iba perfecto. Cloud suspiró hondo y miró al techo. Aquello era ridículo.

– ¡No podrás llevarte a la princesa, guerrero! – le dijo el dragón – ¡Deberás pasar por encima de mi cadáver!
– He pasado por encima del cadáver de monstruos más grandes que tú – le dijo Cloud. El apuntador sonreía, encantado, por la frase que acababa de inventar Cloud. Poco se imaginaba que Cloud hablaba en serio y no había inventado nada.
– Entonces – le respondió el dragón -, dejémonos de cháchara y luchemos. ¡Desenfunda!

Cloud desenfundó la espada y la hizo girar en el aire. Dio varios espadazos al aire, dio una voltereta hacia atrás, y en un rápido movimiento dio una estocada al aire por detrás de su espalda. Hizo girar la espada varias veces a su izquierda y a su derecha y adoptó la pose de combate.

El público aplaudió y silbó eufórico. Cloud miró extrañado. En realidad estaba probando el peso y la manejabilidad de la espada que le habían dejado. No entendía el porqué de tanto aplauso. El apuntador bailaba como podía, sin creerse que Cloud estuviera haciendo bien su papel.

– ¡No creas que me impresionas! – le dijo el Maléfico Rey Dragón señaládole con el dedo – A ver qué haces contra esto – los operarios de Gold Saucer tiraron de unos alambres que, mediante un sistema de poleas, elevaron al rey dragón a una distancia de 3 metros.

Cloud se encogió de hombros, dio un gran salto y, de un espadazo, cortó la falsa cabeza del dragón. El hombre que había dentro del disfraz, asustado, empezó a mover los brazos y las piernas, impotente. Cloud cayó al suelo semiarrodillado y se incorporó lentamente. Dio varias vueltas a su espada en el aire y la enfundó. El público estalló en aplausos una vez más.

– ¡Se ha cargado el disfraz! – gritaba el director del teatro. Era un disfraz realmente caro.
– ¡Oh, gran guerrero! – gritó Aerith mientras se avalanzaba a los brazos de Cloud – ¡Me has salvado! – Cloud le devolvió el abrazo – Tsss, di algo, di que has matado al dragón.
– S..s…sí – respondió Cloud – He matado al… al Famélico Rey Dragón – el público empezó a reír.
– MALÉFICO, idiota, Maléfico – intentaba decirle el apuntador.
– Soy maléfico – dijo Cloud. El apuntador hundió la cabeza bajo su brazo e hizo un gesto que indicaba que abandonaba.

El narrador apareció de nuevo.

– Y así fue como el gran guerrero salvó a su amada princesa.

Aerith posó su mano tras la cabeza de Cloud y la acercó a la suya. Se besaron. Cloud se mostró algo incómodo al principio. No le gustaba la idea de hacer eso delante de más de mil personas, pero finalmente se dejó llevar y se fundió en un largo beso acompañado de un abrazo, con el que despidieron la obra. El telón se cerró, pero ellos continuaron un rato más.

– Es la mejor cita que he tenido en mi vida – le dijo Aerith cuando se hubieron despegado.
– Yo… también – respondió Cloud, que no soltaba la cintura de Aerith.
– Cloud…
– ¿Sí?
– Vamos a otro lado, ¿Vale?
– De acuerdo.
– Podríamos montar en la vuelta al parque en funicular – le dijo ella entusiasmada.
– Me parece perfecto – Cloud estaba en una nube. Cualquier plan que Aerith propusiera le parecía el mejor. Se había olvidado por completo de Shin Ra, Sephiroth o de cualquier otra cosa que le hubiera preocupado alguna vez. Ahora sólo quería estar junto a Aerith y pasarlo bien.

Corrieron hacia el área de las vueltas. Llegaron justo a tiempo para alcanzar un funicular que partía en ese mismo instante. Estaba vacío.

Subieron muy alto. Miraban el espectáculo por las ventanillas. Podían ver los fuegos artificiales por doquier. En aquel momento pasaban justo al lado de la pista de las carreras de chocobos. Cloud recordó de pronto el día en que corrió en aquella pista con un chocobo rebelde. Un grupo de corredores pasó justo a su lado, a toda prisa. Cloud pudo distinguir a Joe, el corredor del chocobo negro, en primera posición. Le hubiera gustado saludarle. Pensó que quizá algún día volvería a competir contra él, con un chocobo propio.

El funicular pasó por encima del hotel fantasma en el que se hospedaban. Cloud vio salir a alguien del hotel. Desde aquella distancia era difícil de distinguir. Tras una vuelta completa, el funicular subió alto, muy alto. Se encontraban en la copa del árbol dorado, observando cada una de sus hojas, con sus pabellones y sus atracciones. El parque de Dio era una obra de arte, realmente.

– Qué bonito… – dijo Aerith, cogiendo a Cloud del brazo.
– Dio ha construido un gran parque – le contestó Cloud, apoyando su cabeza en la de la muchacha.
– Cloud…
– ¿Sí?
– Te quiero. No sé adonde voy, ni de donde vengo, pero sí sé que quiero que vengas conmigo.
– Estaré contigo siempre.
– Tengo miedo. Soy la última. No sé qué voy a encontrar en el Templo. Tengo un mal presentimiento.
– No temas, yo estaré contigo, nadie podrá hacerte daño.
– Cloud… eres muy importante.
– Tú para mí también.
– No, quiero decir… te estoy buscando.
– ¿Cómo? – Cloud no entendía muy bien de qué hablaba Aerith en ocasiones.
– Quiero saber donde estás.
– Estoy aquí – le contestó Cloud cogiéndole las manos.
– Cloud, si yo volviera al planeta…
– ¿Eso significa que te morirías?
– Más o menos.
– Yo iría detrás de ti.
– ¡No! – Aerith miró a Cloud fijamente – Cloud, el planeta está muriendo. Sólo tú puedes salvarlo. Es necesario que tú vagues fuera de la corriente vital hasta que llegue el día.
– ¿Qué día?
– El día en que seas necesario.
– ¿Por qué yo? No tengo el poder necesario para detener la maldición que ha caído sobre este planeta.
– Lo tienes Cloud, pero aun no lo sabes. Cloud, quiero que sepas que, aunque yo regrese a la corriente vital… siempre estaré a tu lado.
– ¿Cómo sabes todo eso?
– El planeta… habla conmigo, Cloud. Al principio no le escuchaba, pero cada vez le oigo más claro. No puedo dormir, sufro visiones. Visiones horribles. Oigo al planeta gemir de dolor. Pero en mis sueños, siempre apareces tú, al otro lado y… todo termina.
– ¿Qué quiere decir al otro lado?
– Quiere decir que… debes sobrevivir, por el bien de este planeta. Prométeme que no vas a morir.
– Prométemelo tú también – le insistió Cloud. Ya no soportaba la idea de vivir sin Aerith a su lado.
– Te prometo… que siempre estaré junto a ti.
– Te quiero, Aerith.

Ambos se fundieron en un abrazo. Pasaron el resto del trayecto abrazados, besándose y acariciándose. El tiempo parecía haberse detenido. Se amaban. El funicular se detuvo.

– Cloud, vayamos a tu habitación – le propuso Aerith.
– De acuerdo – Cloud se puso algo nervioso. Sabía perfectamente lo que iba a ocurrir ahí dentro.

Pusieron marcha al hotel. Debían ir al hall principal y tomar el tobogán que conducía a el área del terror. Cuando salieron del agujero, vieron a alguien a quien no esperaban ver. Cait Sith estaba de espaldas a ellos, hablando por un intercomunicador.

– Hola, Cait – le saludó Aerith.

Cait Sith dio un respingo. Los miró con cara de sorpresa. Llevaba algo en la mano. Algo brillante. Algo que se parecía a…

– ¡La Piedra Angular! – gritó Cloud señalando al gato – ¡Maldito traidor!

2 respuestas to “Capítulo XIX – Cuatro”

  1. Baku said

    Claud Sabia Exactamente lo q iba a pasar n el cuarto ehhh…
    jajajajajajajaja ahi tantas formas d interpretar eso y uno solo lo hace d una jajajaja…

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