Capítulo XIV – Seis

8 noviembre 2007

Las chicas se divertían haciéndole preguntas al robot con forma de gato con botas montado sobre un moguri gordo. Decía que su nombre era Cait Sith, aunque seguramente su verdadero nombre tenía números y letras por igual, con un orden aleatorio. Era increíble como aquel robot era capaz de mantener una conversación. «Demasiado increíble», pensó Cloud. Aunque no pensaba aguar la fiesta en ese momento, no después del comentario de Aerith. Estaba retirado del resto con los brazos cruzados, pensando en sus cosas. ¿Cómo podían estar riendo con un maldito robot construído por Shin Ra (sin duda) cuando estaban en medio del desierto con unas posibilidades mínimas de escapar? ¿Cómo podían estar riendo cuando Sephiroth y Rufus se les escapaban del campo de visión en sus propias narices? ¿Cómo podían estar riendo cuando Barret estaba sufriendo sin medida? Le pareció increíble, pero la empatía que sentía hacia Barret se acentuaba. No estaba acostumbrado a preocuparse por los demás y, por una vez que lo hacía, parecía ser el único en aquel momento. Quizá el hecho tener un pasado doloroso era un vínculo entre él y Barret.
Se apoyó contra la pared y vio una sombra en el horizonte que avanzaba hacia ellos dejando una estela de polvo a su paso. La silueta se veía borrosa a causa del sol y el calor, pero era inconfundible. Barret estaba de vuelta.

El hombretón pasó a grandes zancadas entre Cloud y el resto del grupo haciendo caso omiso de las preguntas. Se arrastró hasta una chabola que parecía estar en mejor estado que el resto. Todos entraron con él.

Dentro había un hombre moreno de piel. Llevaba gafas de sol y un traje verde lima. Su pelo estaba teñido de rubio platino, a juego con los colgantes y los anillos dorados. Parecía ser un hombre influyente ahí abajo.

– Quiero subir – gruñó Barret con brusquedad.

El hombre lo miró de arriba a abajo y sonrió. Tenía un diente de oro.

– Lo siento amigo, sólo los que tienen el permiso del jefe pueden subir a competir.
– Yo tengo esto – Barret blandía el collar que Dyne le había arrojado antes de suicidarse.

El hombre dio un paso atrás y se quitó las gafas para ver mejor lo que Barret tenía en la mano.

– ¡Joder! ¡Te lo has cargado! No podrías tener eso de alguna otra forma – suspiró hondo – Sí, sin duda tienes permiso para subir. Creo que ahora el lugar será algo más tranquilo sin ese loco asesino de Dyne. El muy mamón nos ha tenido a todos aterrorizados con sus locuras.

Los ojos de Barret parecían a punto de salir de sus órbitas. Agarró con una de sus enormes manos al hombre el cuello y lo levantó como si fuera un simple moguri.

– Jamás vuelvas a faltar a Dyne de esa forma en mi presencia, desgraciado.
– Va… vale, tío. Dyne era un tío guay, ¿Eh? – el hombre rió ridículamente – bien bien, ¿Vas a competir tú?
– Eh… – Barret miró hacia atrás. Por fin parecía haber reparado en el resto – ¡Eh! ¿Quién va a competir?
– Yo creo que debería hacerlo Cloud. Él siempre gana a todo – dijo Aerith mirando a Cloud a los ojos de una manera que hubiera hecho sonrojar incluso a Don Corneo.
– Yo también lo creo – dijo Tifa abrazándose al brazo de Cloud.
– Sí, Cloud es el mejor – dijo Yuffie acurrucándose en el pecho de Cloud.
– … – Red emitió un sonido extraño con la garganta y se puso en una esquina de la habitación. Se enroscó como cuando se disponía a dormir – Bien, contamos contigo.

Cloud se encogió de hombros y avanzó hacia el hombre.

– Estoy listo.
– Eso espero, porque la carrera empieza de aquí unos minutos. Un momento… – el hombre pulsó un botón que había en la pared. un cuadro viejo que había se levantó y en su lugar apareció una pantalla. Pronto asomó una chica con los mofletes muy colorados.
– ¿Sí?
– Hola, Ster, tengo un nuevo jockey. Deberías bajar.
– Está bien, hay lugar para uno más. Pero debemos inscribirlo de inmediato, queda muy poco para la carrera. Ya bajo – la pantalla se apagó.

El hombre se frotaba las manos, estaba sudando.

– Bien, ya baja. Ella te conseguirá un chocobo.
– Si gano, ¿Saldremos todos?
– Esas no son las reglas, muchacho. Sólo puede salvarse el ganador.
– Pues quiero cambiar las reglas.
– ¡No se puede!

Barret se adelantó y cogió al hombre del cuello de nuevo.

– Escúchame, cerdo. Si no quieres que te pase lo mismo que a Dyne será mejor que nos dejes salir a todos.
– Lo… siento mucho. No tengo ese poder. Deberéis veroslas con Dio ahí arriba. No puedo hacer más que concertaros una cita. ¡De verdad!
– Está bien – dijo Cloud haciéndole un gesto a Barret para que soltara al hombre – Supongo que Dio es el dueño de Gold Saucer.
– Así es. Es un tipo amigable.
– Es quien nos envió aquí.
– ¡Vaya por Dios! Bueno, yo le hablaré bien de vosotros.
– Así me gusta, cerdo – dijo Barret.

El hombre condujo a Cloud a otro lugar donde había una plataforma metálica con varias luces de colores. No tardó en llegar un ascensor, surcando el aire sin ningún tipo de apoyo. De él salió una chica.
Era una de las chicas más extrañas que había visto jamás. Tenía los mofletes de un rojo antinatural. Unos tirabuzones de pelo castaño claro le tapaban las orejas. Llevaba un traje rosa bastante anticuado, con algunos volantes bajo la falda. Era imposible no sentir vergüenza ajena ante algo así.

– ¡Hola! – saludó jovialmente – Me llamo Ster. Vamos, no perdamos más tiempo, eh…
– Strife, Cloud Strife.
– Cloud.

Se subió en el ascensor que subió despedido unas decenas de metros, lo que hizo que ambos sintieran su peso multiplicado por diez. Un movimiento brusco del ascensor acompañado de un sonido metálico anunció que acababa de incorporarse a unos raíles o algo parecido.

– Es necesario este sistema – se disculpó Ster, aunque no tenía ninguna culpa – Si pusieran una columna hasta abajo los presos no dudarían en escalarla.

Cloud asintió. No le importaban las medidas de seguridad.

– Bien, vamos por faena. ¿Has montado en chocobo alguna vez?
– Sí.
– ¿En una carrera?
– No.

La cara de la muchacha se desfiguró un poco.

– O sea, que piensas ganar esta carrera sin tener ni idea de como se corre con un chocobo.
– Exacto – Cloud respondía con total serenidad. Después de todo lo que había pasado, hacer que un chocobo corriese no podía ser tan difícil.
– Te veo tranquilo, eso es bueno. Bien, te conseguiré un chocobo manso. Piensa que los chocobos no son vehículos de makko. Sólo correrá si le caes bien, así que sé simpático con él.

Cloud asintió. El ascensor seguía subiendo.

– Si le pegas un tirón a las riendas el chocobo andará. Si le pegas dos, correrá. Si quieres que gire deberás darle golpecitos con el pie correspondiente en el lomo. ¿Entendido?

Cloud asintió. El ascensor parecía no llegar nunca a su destino.

– Piensa que las carreras de Chocobos son carreras de fondo. No fuerces demasiado al animal, o se cansará muy rápido. El truco es saberse la pista, pero como nunca has corrido, no te sabes ninguna. Otro truco es conocer a tus contrincantes. Pero como nunca has corrido, tampoco los conoces. Otro truco es…

El ascensor se detuvo al fin.

– ¡Qué más da, tampoco te hubiera servido! Ya estamos, ven.

Pasaron por un pasillo realmente oscuro y subieron unas escaleras de caracol. Tras doblar una esquina llegaron a un hall con una gran mesa. Los Jockeys estaban sentados bebiendo café o lo que fuera que tomasen. Iban todos vestidos de las misma forma, con una gorra abombada y unos pantalones elásticos, a juego con la camisa ajustada. Cada uno lucía un color. Sólo un corredor era distinto a los demás.
Estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados. Era un hombre maduro, con algunas arrugas, pero su rostro denotaba un vigor sin igual. O al menos, lo que se veía de éste, pues llevaba un antifaz negro que le cubría media cara. Sus ojos eran negros y muy penetrantes. Llevaba un sombrero español, una camisa blanca con volantes al lado de los botones y en los puños y un chaleco rojo. Sus pantalones eran blancos y de gran calidad, y sus zapatos, negros y puntiagudos. Tenían algo de tacón. Era un personaje tan (o más) pintoresco que Ster.

Al verlos aparecer el hombre se adelantó. Se deslizaba con movimientos sutiles, sin hacer más ruido que el sonido de sus tacones chocando contra el mármol del suelo. Se semiarrodilló frente a Ster y le besó la mano.

– La preciosa Ster, bienvenida. – el hombre hablaba con un acento que Cloud no pudo ubicar.
– Tú siempre tan cortés, Joe.
– ¿A quien nos traes?
– Se llama Cloud, y compite por salir de la prisión de Corel.

El hombre recorrió a Cloud con la mirada.

– Estos son los peores. Verás muchacho – dijo dirigiéndose a Cloud -, aquí compite todo tipo de gente. Algunos compiten por dinero, otros por puro placer, otros por la gloria… y algunos por su libertad. No hay nada que motive más que la libertad cuando se está en esa maldita cárcel, ¿Verdad? – Cloud notó cierto resentimiento en la voz del hombre – Nos veremos más tarde, veremos qué eres capaz de hacer.

El hombre se marchó de la sala con sus andares hipnóticos.

– Ten ciudado con ése, Cloud. Es el mejor corredor de carreras de chocobos que hay ahora mismo. Siento que hayas tenido que competir en una carrera donde participa él.
– No hay problema – respondió Cloud secamente.
– Bien, voy a preparar tu chocobo. Ahora vengo. Cuando den la señal sigue a los otros corredores.

Cloud asintió.

Miró por la ventana y observó las nubes que no dejaban ver el desierto que había abajo. Era increíble cómo podía cambiar el mundo unos metros (quizá kilómetros) más arriba. En la sala había todo tipo de comodidades como una máquina de discos, un pequeño bar y aire acondicionado marca Shin Ra, que enfriaba el aire haciéndolo pasar por unos conductos rodeados de makko virgen que, como todo el mundo sabe, está realmente frío.

Una voz femenina anunció por los altavoces que los corredores debían colocarse en sus chocobos. Cloud reconoció la voz de Ster. Siguió a los otros corredores por un pasillo que desembocó a un lugar lleno de luces de colores y un griterío inaguantable. Cientos de personas habían venido a ver el espectáculo. Los jockeys saludaban a la afición, y algunos obtenían más vítores que otros. Cloud subió encima del chocobo que tenía una pequeña placa con su nombre. Empezaba a sentirse un poco nervioso. Esperaba poder controlar a su chocobo lo suficiente para ganar. Echó un vistazo a Joe que estaba subido en un chocobo negro, que hacía juego con él. El chocobo tenía los ojos rajados, tenía una mirada propia de un animal con alma. El chocobo y su jinete se giraron al unísono. Joe le hizo un gesto con la mano y volvió su vista al frente de nuevo. Cloud agarró las riendas con fuerza y se inclinó sobre su chocobo.

<¿PREPARADOS? ¿LISTOS? ¡¡¡YA!!!>

2 respuestas to “Capítulo XIV – Seis”

  1. Kuraudo said

    – ¡Qué más da, tampoco te servía! Ya estamos, ven.

    «serviría»

    Cloud notó cierto resentimiento en la voz del hombre – Nos veremos más tarde, veremos qué eres capaz de SER.

    creo que quedaría mejor «hacer»

  2. tuseeketh said

    Kuraudo,

    en realidad lo he sustituido por «hubiera servido», ya que no se trata de un condicional.

    Por supuesto ese «ser» que has marcado debía ser un «hacer». Ya lo he cambiado.

    Muchas gracias de nuevo.

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