Capítulo XII – Tres

8 noviembre 2007

De lo que fuera un pedazo amorfo de carne surgió la silueta de una bella mujer. Su tono de piel era azul y tenía aspecto enfermizo. Eso no le evitaba ser una de las criaturas más hermosas que Cloud había visto jamás. Los miró a todos atentamente con sus ojos rojos y amarillos, llenos de derrames.

– ¿Jénova?

La criatura profirió un grito muy agudo que hizo que todos se echaran al suelo con las orejas tapadas. En ese momento pareció descomponerse por dentro. Su cuerpo empezaba a deformarse. Las células de su interior volvieron a reproducirse con rapidez antinatural, pero esta vez de forma completamente desordenada. Las piernas dejaron de ser piernas, y dieron paso a un pedazo de carne muy grueso que se arremolinaba y se extendía por todo el suelo, como si de un líquido se tratase. Uno de los hombros fue agujereado por varios huesos en forma de cuerno que asomaron con rabia. El otro brazo se convirtió en un colgajo de carne azul putrefacta y su cabeza devino la de un monstruo de ojos totalmente en blanco y relucientes. El monstruo crecía a tal velocidad que ocupó casi toda la sala. Ya no quedaba suelo firme sobre el que caminar, sólo aquella asquerosa alfombra de carne podrida que lo envolvía todo. La criatura volvió a gritar; parecía estar sufriendo.

– ¿Adónde se dirigen?
– A… nuestro puesto… de guardia.
– ¿Cuál es?
– Eh… pues… cerca del almacén… tirando para…
– Identificación.

Barret le agujereó el vientre al oficial de Shin Ra con su brazo-arma.

– Ésta es mi identificación, cerdo.
– Creo que nos han oído, Barret – dijo Tifa que vio como un grupo de soldados de Shin Ra se acercaban con las armas en alto.
– Pues habrá que matarlos a todos.

Cuando ya se hubo formado, su rostro dejó de mostrar sufrimiento para mostrar ira, odio, resentimiento, furia. Miró con sus ojos blancos a Yuffie y un rayo surgió de éstos. Yuffie logró esquivarlo, aunque no lo bastante rápido. El rayo le alcanzó en un hombro, que se le quedó en carne viva. Parecía que el hombro había empezado a pudrirse.

– ¡Qué asco! ¿Qué me está pasando?

Red no tardó en reaccionar y envió un torrente de llamas directamente a la cabeza de la criatura. No tuvo ningún efecto. Su cabeza se desprendió del cuerpo, pero una nueva asomó de inmediato. Además, la criatura era demasiado grande para los ataques físicos que Yuffie le propinaba con ira. Cloud miró a su alrededor. Recorrió con la mirada las escaleras que subían hacia la pasarela que rodeaba la habitación. Al final había unos barriles amarillos. Parecían ser de…

– ¡Combustible! Yuffie, deja de atacarle, no tien… – Cloud saltó hacia atrás para esquivar un rayo – no tiene sentido. Escúchame, tienes que abrir esos barriles con uno de tus cortes cuando yo te dé la orden, ¿Entendido?

Yuffie afirmó con la cabeza. Cloud se dirigió hacia Red que esquivaba como podía las embestidas del monstruo con sus cuernos.

– ¡Escucha, Red! Debemos ir hacia arriba. Tengo un plan.

El felino lanzó una última ráfaga de llamas hacia el torso de la bestia para mantenerlo ocupado un poco más. Cloud corrió hacia Aerith y la cogió de la mano.

– Vamos, arriba.

Echaron todos a correr, esquivando los rayos de la bestia. La habitación se había llenado de un olor a putrefacción que hacía dificultoso el avance. No se podía oír el sonido del mar, ni el de sus pasos. Sólo se oía la respiración dificultosa de la criatura. Toda aquella atmósfera hacía que el tiempo se ralentizara. Parecían avanzar muy lentamente hacia las escaleras.

Barret disparaba a discreción. Los soldados de Shin Ra se ocultaban en las habitaciones que había en el pasillo para no ser alcanzados por la metralleta del líder rebelde. Tifa aprovechó ese momento para avanzar a toda prisa y colarse en la primera habitación. Los soldados se quedaron atónitos. No les dio tiempo a reaccionar cuando Tifa ya repartía patadas y puñetazos por doquier. El último de los soldados reaccionó lo suficientemente rápido como para sacar su arma y disparar. Tifa saltó hacia un lado posándose sobre unas cajas. Luego saltó sobre una barandilla. Una estela de balas recorría la trayectoria de Tifa sin alcanzarla. Corrió varios metros por la pared y se echó encima del soldado antes de que éste pudiera reaccionar. Le rompió el cuello. «Panda de inútiles…», pensó.

Se asomó por la puerta y le hizo una señal a Barret para indicarle que todo marchaba bien. Barret se avanzó un poco más y se ocultó tras una gran tubería. Tifa avanzó y se coló por la siguiente puerta. Barret ya podía oír los golpes que propinaba la joven luchadora.

Llegaron al pie de las escaleras.

– ¡Yuffie, ahora!

Yuffie hizo dos cortes precisos que abrieron en dos los barriles. Decenas de litros de combustible cayeron abajo, sobre el monstruo. Todos iniciaron la subida. Todos menos Aerith. Cuando llegaron arriba Cloud miró atrás, pero no vio a Aerith. Ella estaba al pie de las escaleras totalmente paralizada. La criatura parecía conocer el hechizo de paro en el tiempo. «Pero, ¿Cómo es posible si no tiene Materia?». Cloud dejó de hacerse preguntas de inmeadiato. La criatura preparaba un nuevo rayo para fulminar a Aerith. Sin pensárselo dos veces, se lanzó al vacío y sacó su espada en el aire. El rayo fue directamente hacia la muchacha, pero Cloud se interpuso en su trayectoria justo a tiempo, usando su espada a modo de escudo. La espada se partió en dos y él cayó al suelo, rompiéndose algunos huesos. Tan pronto como se recobró, recogió a Aerith, que no podía mover ni un solo músculo de su cuerpo, y subió con ella bajo el brazo con los pies llenos de combustible.

– ¡Red! ¡Haz que arda esta maldita cosa!

Todos entendieron entonces el plan, pero, ¿Qué harían ellos ahí arriba, sin salida? De todas formas parecía ser la única alternativa a la muerte segura. Red se concentró y un pequeño hilo de fuego surgió de la pasarela hacia abajo. El combustible prendió rápidamente y el monstruo empezó a arder.
Tuvieron que taparse los oídos para que no reventaran por el sonido de la angustia de la criatura, que se consumía demasiado deprisa como para curarse. La carne putrefacta parecía fundirse cual cera en una vela. Tras tornarse líquida, la carne del monstruo se evaporaba, produciendo un olor a carne podrida frita más que desagradable. Pudieron ver los órganos deformes y llenos de pústulas que atravesaban la cortina de piel fundida para quemarse también. Lo último que vieron fue la cara del monstruo, sin ojos, pero con las cuencas fijas en ellos. El monstruo desapareció y sólo quedó un denso humo que se escapaba a borbotones por las ventanas de arriba. La puerta se abrió y alguien se asomó.

– Pero, ¿Qué coño ha pasado aquí? – Barret se tapó la nariz.

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