Capítulo XII – Dos

8 noviembre 2007

<ATENCIÓN POR FAVOR: SE HA DETECTADO LA PRESENCIA DE PERSONAL NO AUTORIZADO EN EL BARCO. REPITO: SE HA DETECTADO PRESENCIA DE PERSONAL NO AUTORIZADO EN EL BARCO. ESTÉN ALERTA. GRACIAS.>

Todos se pusieron en pie con el corazón latiendo con fuerza.

– ¿Habrán descubierto a Barret? – dijo Tifa con los ojos llorosos.
– No lo sé, llámale al PHS.

Tifa cogió su PHS e intentó establecer conexión con Barret. El PHS no daba señales.

– No da señal. Algo le ha pasado, tengo que ir a averiguarlo.
– Está bien. Procura no llamar la atención. No mires a nadie. No corras. Ve a cubierta, asegúrate de que Barret está bien y vuelve aquí de inmediato. ¿De acuerdo?

Tifa asintió y subió las escaleras. Todo se quedó en silencio. Cloud no creía que hubieran cogido a Barret. Si avisaban era porque no sabían dónde se encontraban los polizontes. Además, el aviso no concretaba lo más mínimo.
Algo sacó al ex-SOLDADO de su ensimismamiento. Una puerta que ni siquiera habían advertido se abrió de par en par y un oficial de Shin Ra hizo aparición. Todos corrieron instintivamente a por sus armas, pero algo les llamó la atención. El hombre parecía pedir ayuda, aunque no le salía la voz. Tenía la mirada perdida y quería tocar cosas que sólo él veía. Cloud avanzó hacia él con su espada por delante.

– ¿Qué ocurre?

El oficial no se inmutó, siguió balbuceando y tambaleándose. Señalaba hacia atrás. Cloud le intentó leer los labios.

– Se…. fi… ¿¿¿Sephiroth??? – todos se sobresaltaron. La simple mención de ese nombre hizo que todos se ruborizaran – ¿Sephiroth está aquí?

EL hombre cayó al suelo desmayado.

– Vayamos a echar un vistazo, puede que el polizonte sea alguien inesperado.

Entraron en la sala contigua. Era la sala de máquinas. El ruido de los motores hacía que retumbaran los oídos. Hacía calor. Parecía increíble que hubieran estado tan cerca todo el tiempo y no hubieran escuchado nada. Las estancias estaban bien insonorizadas.
Cuando se acostumbraron a la luz vieron varios cadáveres por el suelo. Habían sido brutalmente asesinados. Una gota de sangre cayó sobre el hocico de Red. El felino miró hacia arriba y vio más cadáveres sobre una pasarela metálica que rodeaba la habitación. Cloud vio algo y se encaminó hacia allí. Había algo viscoso y azuloso retorciéndose en el suelo. Era como un charco de alguna mucosidad extraña. El charco reaccionó ante la mirada de Cloud. Empezó a burbujear como si estuviera hirviendo. Se arremolinó de tal manera que una forma empezó a dibujarse en él. La forma era de una cara…

– ¡Sephiroth!
– Después de tanto tiempo aletargado… ha llegado la hora – a Cloud le pareció escuchar lo que Sephiroth decía dentro de su cabeza.

La cara de Sephiroth se veía claramente en el charco. Cloud dio un paso atrás y la cabeza de Sephiroth empezó a alzarse, formando un cuello y unos hombros. Sephiroth estaba surgiendo de aquel charco, recobrando poco a poco su color de piel pálido y sus ojos azul makko. Llevaba el abrigo negro y largo que llevaba la última vez que se vieron. El sonido de los motores se apagó y el calor se desvaneció, como si Sephiroth lo hubiera absorbido todo con su poder.

– Sephiroth…
– ¿Quién eres? – la voz de Sephiroth era fría y profunda. Parecía venir de algún lugar lejano. Tenía sus ojos inexpresivos clavados en Cloud.
– Soy Cloud, ¿No me recuerdas? Fuimos compañeros.
– ¿Cloud? Ugh… – Sephiroth se encorvó y se agarró el brazo izquierdo.
– ¿Qué ocurre, Sephiroth?

El brazo de Sephiroth se hinchó de forma alarmante y se tornó azul. El brazo se alargó de tal forma que tocó el suelo con un sonido pastoso. Sephiroth se sacudió con violencia y el brazo se desprendió de su cuerpo; se elevó por los aires y desapareció por una ventana que había en lo más alto de la estancia. La puerta se cerró de repente como por arte de magia.

– Cloud, tengo miedo – dijo Yuffie que estaba arrodillada en el suelo.

Pero Cloud no escuchaba a nadie. Escuchaba a Sephiroth dentro de su cabeza decir una y otra vez «ha llegado la hora». El tiempo parecía haberse detenido en el interior de aquella sala. No podía apartar la mirada de aquel brazo azul deforme que se retorcía en el suelo. Estaba creciendo. Las células se reproducían a gran velocidad en el interior de aquel ser. Cloud sabía a qué criatura pertenecía.

– ¿Cuantas veces tengo que repetirte que no te rías como un caballo? – le espetó Rufus a Heidegger.

Barret fregaba todo el suelo que había alrededor de la cabina. Aquella pulcritud empezaba a parecer sospechosa . Las ventanas estaban abiertas y el presidente hablaba con Heidegger en voz alta. No parecían sospechar lo más mínimo.

– Cuando lleguemos a Costa del Sol quiero que me consigas un helicóptero y varias unidades móviles para poder transportar a mis soldados. Sephiroth se dirige hacia allí y no podemos perder ni un instante. Le necesitamos.
– Sí, señor.
– ¿Has solucionado ya el problema de los polizontes?
– No, señor.
– ¡Maldita sea! Eres un incompetente, Heidegger. No sé como mi padre podía confiar tanto en ti…
– Lo siento, señor.
– ¿Es que no sabes hacer otra cosa que contestar monosílabos y pedir perdón?
– Sí, señor. Quiero decir… no, señor. Quiero decir… voy a solucionarlo, señor.
– Eso espero. Me estoy empezando a cansar de ti. Lárgate.

Barret simuló estar sacando la grasa que había en un rejilla mientras Heidegger pasaba por su lado maldiciendo a Rufus. Alguien le puso la mano en el hombro. La adrenalina le salía a borbotones. Preparó su brazo arma y se giró poco a poco. No pudo verle la cara a contraluz.

– Hola, Barret.
– ¡Maldita sea! Tifa, estas cosas se avisan.
– Lo siento. Me preocupaba por ti. Deberíamos volver.
– Sí, lo sé. Ya he escuchado bastante – Barret se incorporó y miró de reojo a Rufus que se encontraba solo en la cabina mirando al horizonte – Mírale, podría matarle ahora mismo de un balazo.
– Ni lo intentes, Barret. Vamos.

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