Capítulo IX – Cuatro

8 noviembre 2007

Los chocobos marchaban a toda prisa por la pradera. El viento movía bruscamente las plumas de las aves.

– ¿Qué nos espera ahora? – preguntó Barret en voz alta.
– Una ciénaga – dijo Tifa.
– Con un bicho que nos va a envenenar – prosiguió Aerith.
– ¿Cómo?
– Nos dirigimos a una ciénaga en la que habita un animal llamado Midgar Zolom. Es una serpiente enorme capaz de envenenar a una manada de chocobos entera para comérsela – Cloud rebuscó en su mochila – Lo cual me recuerda – sacó un manojo de medallones – que os debéis poner esto.
– ¿Qué es? – preguntó Barret.
– Unos medallones que nos protegerán contra el envenenamiento. Al otro lado encontraremos una entrada al corazón de la montaña. La idea es atravesar la sierra por debajo y dirigirnos al Puerto Junon. Allí buscaremos alguna manera de atravesar el océano.
– Así dicho parece posible – dijo Red arrastrando las palabras.

Llegaron a la ciénaga. Los chocobos se tornaron algo reticentes a entrar. Algunos dicen que son aves con un sexto sentido para los problemas y para los tesoros, por eso es común ver a buscadores de fortunas montados en ellos. Esta vez no se equivocaban.

A medida que avanzaban el olor a carne putrefacta se acentuaba más. Ya no corría el aire, ya que las montañas empezaban a rodearles. La sensación era la misma que le produciría a una hormiga que anduviera por un plato de sopa caducada. El sonido de las moscas revoloteando era harto molesto.
Las patas de los chocobos eran largas y fuertes. Las hundían una y otra vez en el lodo, que les cubría casi hasta las plumas.

Todos miraban de un lado a otro esperando ver de pronto a una enorme serpiente persiguiéndoles. Por suerte no había ni rastro de la Midgar Zolom. De pronto, un montón de burbujas empezó a brotar cerca del chocobo de Barret. Todos pararon en seco.

– Vamos, Barret, sal de ahí – le dijo Cloud que ya tenía la espada en la mano.
– A este maldito chocobo le pesa el culo, no puedo ir más rápido – el viejo chocobo respiraba con dificultad. Era posible que no llegara a la otra punta de la ciénaga con Barret encima.
– El culo que le pesa es el tuyo – dijo Aerith con burla, pero a nadie le hizo gracia.

El agua empezó a burbujear con más fuerza. El corazón se les aceleraba. Algo salió del agua, pero no era la Zolom. Era un animal salvaje medio putrefacto que yacía debajo del agua. Todos respiraron aliviados. El animal empezó a moverse espasmódicamente y todos se sobresaltaron.

– Olvidé decirlo – dijo Cloud guardando la espada – El veneno de la Zolom te paraliza y deja tus constantes vitales al mínimo. A efectos prácticos estás muerto, aunque eres bien consciente de que te estás pudriendo antes de hora. Es bastante desagradable.

La ciénaga llegaba a su final y no había habido rastro de la serpiente. Algo realmente enorme se alzaba inmóvil al pie de la montaña. Cloud les ordenó que se detuviesen y se acercó a ver qué era. No tenía recuerdos de semejante figura en aquel lugar. Tras inspeccionar lo que era volvió.

– Adelante, a toda prisa. No hay nada que temer.
– ¿Qué es? – preguntaron Tifa, Barret y Red al unísono.
– Es… ya lo veréis allí.

La tierra firme parecía ganar terreno al lodo por fin. Cuando estuvieron lo bastante cerca admiraron lo que había allí. Era la Zolom, pero estaba muerta. Un enorme palo de madera clavado en el suelo la atravesaba por completo. Alguien la había matado y la había dejado allí, exhibiendo su poder al mundo.

– Se… Sephiroth… ha sido Sephiroth, ¿no? – preguntó Tifa atemorizada.
– Eso me temo. No conozco a nadie más con el poder suficiente para acabar con esta bestia.
– ¿Qué me dices de Shin Ra? – preguntó Barret.
– Shin Ra no invertiría recursos en matar a una bestia salvaje por placer. Y dejarla aquí a modo de trofeo… no es su estilo. Es improbable.
– Sephiroth tiene un poder que deberíamos respetar – dijo Red mirando profundamente la enorme serpiente ensartada.

Todos se quedaron un rato meditando frente al monumento.

– Sephiroth ha tomado esta ruta. Debemos seguirle la pista.
– ¿Estás loco? Puede que antaño fuera tu amigo, muchacho, pero ahora es un loco fuera de control. Nos matará a todos sin pestañear – Barret estaba asustado.
– No pretendo enfrentarme a él. Me gustaría saber qué se trae entre manos.
– De todas formas no tenemos más alternativa que seguir sus pasos. Yo reanudaría la marcha cuanto antes – dijo Red que seguía con los ojos clavados en la Zolom.
– Sí, vamonos, esto apesta a muerto.

Dejaron a los chocobos y se internaron en la montaña. Ellos nunca lo supieron, pero el chocobo de Barret nunca llegó al otro lado de la ciénaga.

2 respuestas to “Capítulo IX – Cuatro”

  1. Zipo said

    Pobre chocobo anciano :P

  2. Baku said

    waaaaa tenias q decir lo del chocobo viejo?…xDDD

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