Capítulo VIII – Dos

7 noviembre 2007

La nieve cubría la carretera por completo. El conductor del camión apenas podía ver nada a través de la luna delantera. La nieve se posaba en ella por kilos antes de que el limpiaparabrisas la apartara. Todos tiritaban y se calentaban con una pequeña estufa. Todos excepto Sephiroth. Sephiroth nunca tenía frío ni calor.

Cloud admiraba la pequeña bola que tenía entre las manos.

– ¿Has visto, Sephiroth? Me han dado Materia nueva – dijo casi bailando.
– Míralo, parece una niña – Cloud paró en seco.

Miró a Sephiroth. Siempre hacía lo mismo antes de una misión. Se sentaba y se apoyaba en sus piernas con los codos, con la mirada perdida. Tenía el pelo largo y liso, blanco como la nieve. Su nariz era larga y delgada, y sus ojos de un azul antinatural. Tenía un perfil anguloso y los labios delgados.
Iba vestido de negro, con un abrigo largo que le dejaba al descubierto el torso. Era imposible saber qué edad tenía. Parecía joven y a la vez viejo.

– ¿No me vas a poner al corriente de la misión?
– Nos dirigimos a Nibelheim – Cloud ahogó un grito de alegría – Hay un reactor en el monte Nibel. Parece ser que la población de monstruos está creciendo alarmantemente y sospechan que es debido a un mal funcionamiento del reactor. Un escape de mako, quizás. Primero nos desharemos de los monstruos y más tarde averiguaremos dónde está el fallo y lo arreglaremos.
– ¡Maldita sea! – gritó el conductor a la vez que el camión daba un frenazo – ¡Un dragón!¡Larguémonos de aquí!
– Ni hablar – Sephiroth se levantó – Vamos, Cloud.

Cloud no dejó ver el miedo que sentía. Los dragones eran criaturas de una fuerza sobrenatural. Su mirada podía paralizarte y su aliento te convertía en carbón. Se dice que algunos dragones son capaces de destruir montañas sólo porque les estorban. A pesar de todo eso, Sephiroth estaba tranquilo.

Salieron fuera y el aire casi no dejaba apenas caminar a Cloud. Con aquella nevada era imposible ver nada y el frío entumecía cada músculo de su cuerpo. Sephiroth movió un brazo y como por arte de magia el viento y la nieve cesaron, dejando a la vista al enorme dragón que desvió su atención hacia ellos. Un silencio extraño reinó entonces. El tiempo parecía ralentizarse, perturbándose debido al gran poder de Sephiroth. Ya no hacía frío.
La enorme bestia les miraba con sus ojos amarillos llenos de ira. Abrió su enorme boca y escupió una gran llamarada. Cloud cerró los ojos y se cubrió con los brazos, pero no pasó nada. Cuando abrió un ojo pudo ver que Sephiroth había apagado las llamas con algún tipo de hechizo.

Esto enfureció aún más al dragón que se abalanzó sobre ellos. En un rápido movimiento, Sephiroth le hizo un corte con su larga espada en el vientre. El corte se propagó por el pecho hasta la cabeza. Pudieron ver las entrañas de la criatura desparramándose sobre el suelo, humeantes. En un sólo movimiento Sephiroth había acabado con él.
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– La fuerza de Sephiroth es irreal. Es mucho mayor de lo que cuentan las historias.
– Y, ¿En qué momento participas tú? – le preguntó Barret.
– Yo… me temo que estaba hipnotizado por la forma de luchar de Sephiroth.
– Deja que continúe – dijo Aerith que estaba disfrutando con el relato.
– Al fin llegamos a nuestro destino…
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– El olor a Mako es fuerte aquí – dijo Sephiroth volviéndose hacia Cloud – Esto es Nibelheim, ¿Cómo te sientes al regresar a tu ciudad natal? Yo no tengo ciudad natal, así que…
– ¿No? – Cloud estaba sorprendido de que Sephiroth hablara de sí mismo – Y… ¿Tu padre?, ¿Tu madre?
– Mi madre es Jénova. Murió nada más darme a luz. Mi padre… – Sephiroth estalló en carcajadas. Paró en seco y miró hacia el cielo – Qué importa – dio media vuelta y entró en el pueblo.
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– ¡Jénova! ¿Eso no es aquella cosa sin cabeza que vimos en el cuartel general de Shin Ra? – Interrumpió Barret.
– Así es.
– Si no le dejas acabar no lo sabremos nunca – Aerith estaba empezando a enfadarse.
– Alquilaron todas las habitaciones de la posada. Sephiroth me dijo…
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– Puedes ir a visitar a tus allegados si lo deseas, pero no te retrases. Mañana nos espera un día duro.

Cloud fue a su casa a ver a su madre. «Prefiero ahorrarme los detalles de esto». También visitó la casa de Tifa, pero ella no estaba. Sólo pudo encontrar a Zangan, un hombre alto y fornido con el pelo gris. Era el maestro de artes marciales de Tifa. Le dijo que ella estaba fuera y que volvería al día siguiente.
Después de holgazanear un poco por el pueblo se reunió con Sephiroth en la habitación. Sephiroth estaba frente a la ventana, con los brazos cruzados.

– ¿Qué miras?
– Este paisaje… es como si ya lo conociera, pero nunca he estado aquí – se dio media vuelta – He contratado a un guía
para mañana. Espero que se pueda contar con él. Ve a descansar.

A Cloud le costó despertarse a la mañana siguiente. Cuando lo hizo se dio cuenta de que Sephiroth no estaba en la habitación. Se aseó y se vistió rápidamente. Cogió su espada y bajó. No había nadie por las calles del pueblo a pesar de que era antes de mediodía. Había un silencio que helaba la sangre.
Bien mirado, la gente de Nibelheim era huraña por naturaleza. Podía ver las caras pálidas de la gente que miraba por la ventana con mirada de desaprobación. Quizá no salían por miedo a los monstruos. Quizá les temían a ellos. Fuera como fuere, aquel pueblo seguía siendo tan tétrico y tan aburrido como siempre. Cloud se alegró de haberse marchado. Su vida en Midgar como SOLDADO era mucho mejor.

Llegó a la frontera norte. Allí había un sendero que subía hacia las montañas. Sephiroth y los otros estaban allí. A la izquierda había una enorme mansión. La mansión Shin Ra. Se llamaba así porque perteneció a Shin Ra durante mucho tiempo. Hacía años que había sido abandonada. Nadie se atrevía a entrar, se decía que estaba llena de fantasmas y que un malvado vampiro dormía en su sótano, esperando carne fresca para saciarse.

– Buenos días, perdonad el retraso.
– Esta es nuestra guía – Sephiroth le señaló a una muchacha delgada con el pelo largo y moreno. Sus ojos negros no dejaban lugar a dudas.
– ¡Tifa!
– ¡Cloud!
– Veo que os conocéis.

Cloud y Tifa hablaban emocionados de todo lo que había pasado durante el tiempo en que Cloud había estado en Midgar.

– Perdone, señor Sephiroth – le dijo un hombre – ¿Po… podría sacarle una foto?
– Yo y Cloud también queremos salir, papá.

El padre de Tifa sacó una foto de Cloud, Tifa y Sephiroth.

– ¡Os daré una copia!

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