Capítulo VII – Tres

7 noviembre 2007

Caminaron durante horas. Estaban todos cansados y doloridos, pero sabían que los Shin Ra no tardarían en salir a buscarles. Si se alejaban de las fronteras de la ciudad de Midgar tendrían una oportunidad.

– ¿Dónde está Kalm? Creí que estaba mucho más cerca – dijo Barret que tenía heridas en todo el cuerpo y necesitaba reposo.
– La gente no suele viajar andando hoy día – le dijo Cloud – Aun así está lo suficientemente cerca como para que lleguemos de aquí a un día.
– De aquí a un día… ¿Crees que aguantaré un día entero caminando con estas heridas?
– Está bien – Cloud habló en un tono anormalmente amable – descansaremos aquí esta noche. Iré a buscar leña y algo de comer.
– Te acompaño – dijo rápidamente Tifa. Tenía ganas de estar a solas con Cloud. Desde la misión del segundo reactor no había tenido la oportunidad.

Se alejaron del grupo. Se dirigieron hacia un árbol que había a unos metros.

– Cloud, ¿Tienes miedo?
– ¿Por qué iba a tenerlo?
– Ya sabes… él está aquí.
– No me destruyó aquella vez. Tampoco lo hará si vuelve. Además, creo que ese no es su objetivo.

– ¿Qué crees que quería de nosotros dos el profesor Hojo? – le preguntó Aerith a Red.
– Pretendía que tuviéramos descendencia.
– ¿En serio? – Aerith se echó a reir con la mano en la boca – ¿Cree que somos como animales? – se lo pensó un poco – bueno…
– Que no te engañe mi aspecto, no soy ninguna bestia descerebrada. Para Hojo sólo éramos especímenes para investigación. Ambos somos miembros de especies en peligro de extinción. Quería obtener un individuo de nuestras razas para poder investigarlo desde su nacimiento.
– Ese hombre está loco.
– No lo dudes. Pero tiene mucho poder dentro de Shin Ra. Debemos mirar siempre hacia atrás allá donde vayamos.

Aerith asintió y se abrazó a sus piernas, haciéndose un ovillo. Miró a Barret que dormía plácidamente. El olor de la hierba era agradable comparado con el olor a polución que siempre reinaba en Midgar. Se sentía viva sintiendo la brisa de la noche. El bochorno constante de la ciudad le había hecho olvidarse de que había estaciones, de que había noche y día. Ahora tenía algo de frío pero le gustaba esa sensación. Miró la Luna. Había luna llena. Se oyó un aullido.

– Lobos – dijo Red.

En ese momento vinieron Cloud y Tifa con un montón de leña. La pusieron en el centro y Red la prendió con la punta de su cola. Barret se despertó y fue adonde estaban todos. Estaban en círculo frente al fuego.

– Joder, tengo hambre – se quejó Barret.
– ¿Dónde aprendiste a usar Materia? Tienes talento – le dijo Cloud a Red, ignorando la queja de Barret.
– Me enseñó mi abuelo. Es un viejo estudioso. Es el dueño del observatorio de Cañón Cosmo. Si algún día vuestros pasos os llevan allí, seréis bienvenidos. Me habéis sacado de ese horrible laboratorio.
– Me gustaría pasar por allí. Pero va a ser difícil cruzar el océano sin que Shin Ra nos descubra – dijo Cloud.
– ¡Malditos Shin Ra! Están por todas partes – Barret dio un golpe en el suelo. Miró a Cloud – Oye, Cloud, nunca nos has contado por qué abandonaste SOLDADO – Tifa miró a Cloud de reojo.
– No me gusta hablar de ello.
– Pues yo creo que sería bueno para ti hacerlo. Si no lo haces te pudrirás por dentro – le regañó Aerith meneando el dedo índice.
– Tonterías.
– ¿Eso crees? Tu espíritu debe enriquecerse con experiencias positivas. Si guardas las negativas y no las compartes para superarlas tu espíritu será pobre y…
– ¿Y? – a Cloud le interesaba lo que Aerith decía. Siempre le había parecido que las cosas de espíritus y energías positivas eran bobadas, pero cuando Aerith le hablaba de esas cosas parecían realmente importantes.

Pudieron oír otro aullido. Este provenía de mucho más cerca.

– Los lobos no tardarán en venir – les dijo Red.
– Pues que vengan, los agujerearé a todos – dijo Barret haciendo que disparaba con su brazo-arma.
– ¿Con tu cargador vacío? – dijo con sorna Tifa.
– No son un problema. Dormid si queréis, yo les mantendré alejados – Cloud acarició su espada.

Uno a uno cayeron en un sueño profundo. Barret y Red realmente lo necesitaban.
A la mañana siguiente el sol brillaba y la temperatura era agradable. Todos se despertaron con la extraña sensación que les producía la luz del sol en los ojos.

– ¡Huele que alimenta! – exclamó Barret.

Cloud estaba sentado frente a la hoguera. Un puñado de palos con trozos de carne en la punta estaban clavados alrededor del fuego. Apartó uno del fuego y lo puso sobre su espada, que estaba en el suelo. Había más trozos de carne allí.

Todos se levantaron y no tardaron en pedir un trozo de carne. Estaban hambrientos.

– Etá uy ueno – dijo Aerith con un trozo enorme en la boca – ¿É es?
– Carne de lobo – respondió Cloud.

Todos se miraron con cara de circunstancias.

– Es lo único que podemos encontrar por aquí. Está sabrosa si no pensáis en ello.
– No nos sentará mal, ¿No? – preguntó Barret.
– Créeme, he comido cosas peores estando en SOLDADO. Una vez tuve que comer carne de gusano gigante del desierto. No os lo recomiendo.

A todos les pareció delicioso el desayuno tras la experiencia de Cloud. Cuando hubieron terminado, reanudaron la marcha. Caminaron bajo el sol hasta pasado el mediodía. El calor empezó a ser sofocante. Al fin algo parecía verse en el horizonte.

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