Hicieron parada en Cosmo. Debían devolver al viejo Bugenhagen a su observatorio, de modo que acordaron pasar la noche allí antes de dirigirse a Midgar. Los habitantes del cañón prepararon todo tipo de comida, bebida, pociones y amuletos para los viajeros por orden de Bugenhagen. Cenaron copiosamente y se reunieron, como era típico ya, alrededor de la hoguera. Compartieron algunas historias, pensamientos y deseos. Barret lloró una vez más la muerte de Biggs, Wedge y Jesse. El hecho de volver a Midgar después de tanto tiempo les atemorizaba en cierto modo. Ya se habían olvidado de sus enormes calles y edificios, de la constante iluminación de la ciudad debido la oscuridad provocada por la polución. Mientras ellos habían estado viajando por todo el mundo millones de personas habían seguido sus vidas en la macrociudad, a la sombra del cuartel general de Shin Ra.

– Voy a ver muy rara la ciudad, me he acostumbrado a vivir en contacto con la naturaleza – dijo Tifa.
– Sí, este mundo es demasiado bello como para desperdiciar nuestra existencia debajo de toda esa contaminación y de esa estúpida pizza – apuntó Barret.

Cuando ya no resistieron más se retiraron a dormir. Bugenhagen había hecho preparar mullidos catres en la posada. Tifa y Cloud tuvieron que dormir en una cama de matrimonio, pero no pareció importarles demasiado a ninguno de los dos cuando se les anunció la ausencia de más camas individuales. Durmieron abrazados toda la noche.

Al día siguiente Bugenhagen bajó a despedirlos. La noche anterior se había encerrado en su observatorio y no había participado en la reunión de la hoguera. A la luz del día, pudieron ver la fatiga en el rostro del anciano. Sus arrugas estaban más pronunciadas que nunca, y sus ojeras eran completamente azules. Parecía haber adelgazado mucho desde que vinieran a buscarle.

– Abuelo, te veo muy cansado – dijo apenado Red que no podía soportar ver a su abuelo en aquel estado tan lamentable.
– Mi querido Nanaki… – respondió gentilmente, agachándose para estar a la altura de Red – Pronto descansaré eternamente. He cumplido mi cometido y el Planeta pronto me liberará de esta carga.
– ¡No abuelo! – soltó Red entre aullidos mientras empujaba su cabeza contra el pecho de Bugenhagen – ¡No me dejes! ¿Cómo sabré qué hacer sin ti?
– Tú todavía tienes un cometido que cumplir, Nanaki. Has sido elegido para salvar el mundo. Si quieres que tu abuelo tenga un descanso eterno en la Corriente Vital, salva este planeta. Y cuando lo hayas hecho, deberás proteger el Cañón Cosmo durante todos tus largos años.
– Así lo haré, abuelo.
– Vamos. Debéis partir. Algo muy malo está a punto de ocurrir, y me temo que Shin Ra está detrás de todo.
– ¿Cuál es el plan? – preguntó Cid.
– Destruir Shin Ra S.A. – repuso secamente Bugenhagen.

Silencio.

– ¡Cojonudo! – exclamó Barret lleno de júbilo – ¡Por fin vamos a darle su merecido a esas ratas de alcantarilla! Incluyendo al hijo del rey sabandija.
– Los Turcos… – empezó a decir Vincent.
– Se encuentran allí, sí. Y os están esperando.
– ¿Entonces…? – intentó preguntar Yuffie.
– Los Turcos forman parte de Shin Ra. También deberéis eliminarlos.

Cloud suspiró profundamente. Un enfrentamiento con Los Turcos al completo no iba a ser una tarea sencilla.

– Está bien – anunció Cloud en un tono que ya sonaba a despedida -. Marchémonos. Tenemos mucho que hacer en Midgar.

Red se despidió de su abuelo y pronto embarcaron en Vientofuerte. Una vez más, surcaron los cielos de aquel maravilloso planeta que intentaban salvar. La sombra de Meteorito acechaba siempre en el horizonte y les recordaba que el tiempo jugaba en su contra. Permanecieron en silencio todo el viaje. Cloud intentó localizar a Cait Sith varias veces con el PHS pero le fue imposible. Avistaron a lo lejos la nube de polución que rodeaba a Midgar. Todos se reunieron en el puente de mando y otearon la lejanía esperando ver aparecer frente a ellos la gran obra de Shin Ra S.A.

Poco a poco, la macrociudad fue materializándose. Podía verse perfectamente su forma circular desde las alturas. Aunque otrora les pareciese a muchos de ellos una ciudad de gran belleza y poderío, lo cierto es que ahora tenía un aspecto más bien terrorífico y decadente. Además, había un nuevo elemento que la hacía ser más siniestra: un gigantesco cañón colocado en la parte noreste de la ciudad, con infinidad de enormes cables conectados a los reactores de makko y al cuartel general de Shin Ra. Cloud sabía que todos aquellos cables servirían para alimentar el cañón cuando Rufus se dispusiese a dispararlo. Se le antojaba ahora como un enorme parásito capaz de chuparle la sangre al Planeta de la forma más atroz. Era una visión harto desagradable. El golpe que Barret asestó a la barandilla sacó a Cloud de su ensimismamiento. Miró al hombretón de Corel y recordó claramente aquella vez en la que asaltaban el reactor.

«No te importa saber que cada día que pasa el planeta muere un poco más por culpa de estos reactores que le chupan la sangre. No te importa saber que la energía vital de este planeta se agota.»

Las palabras que le dijo Barret en aquel entonces retumbaban en su cabeza. Se dirigió hacia él y le habló.

– Sí me importa.
– ¿El qué?
– ¿Recuerdas cuando nos encontrábamos a las puertas del reactor y me dijiste que no me importaba que la vida del Planeta se agotase por culpa de Shin Ra? Pues, ahora ya no puedo soportar la visión de ese maldito cañón con todos esos cables chupándole la sangre. Creo que al fin merezco estar en Avalancha.
– Amigo mío, hace mucho tiempo que te ganaste formar parte de Avalancha.
– ¡QUÉ COJONES!

El grito de Cid devolvió a ambos a Vientofuerte. Miraron al frente y vieron una enorme criatura saliendo del agua, en la costa más cercana a Midgar.

– Es Arma – informó Red.
– ¡Cid! – exclamó Cloud con apremio – Necesito que me lleves a la costa por la que está emergiendo Arma lo antes posible.
– ¿Quieres que vayamos directos hacia ese monstruo?
– ¡Eso es!
– Joder, nunca dejo de flipar. ¡Está bien! ¡Agarraos!

Vientofuerte hizo rugir sus motores y alcanzaron gran velocidad. Midgar se acercó rápidamente y pronto quedó a su derecha. Echaron un fugaz vistazo a las infinitas lucecitas que provenían de las casas y los comercios del interior de la ciudad.

– Cid, necesito que desciendas todo lo que puedas.
– ¡Roger!

La aeronave descendió y voló a ras de suelo. Yuffie no pudo aguantar más y se retiró a vomitar el desayuno y la cena del día anterior en Cosmo. Cloud se subió a la barandilla.

– Capitán, cuando salte quiero que eleves Vientofuerte y que os alejéis a una distancia prudencial de Arma.
– ¡Cloud! – gritó Tifa.
– ¡No puedes hablar en serio! – repuso el capitán de la nave.
– Confiad en mí – les dijo Cloud. Dicho esto saltó al vacío.

Rodó por el suelo arenoso. Se encontraba en la costa noreste de Midgar, un lugar que antaño visitaba para calmarse cuando algo le preocupaba. El paisaje hubiese sido apacible de no ser porque una criatura furiosa de cientos de metros estaba emergiendo lentamente. Su aspecto era el más agresivo y aterrador que había visto en su vida. Cuando la última de sus extremidades se encontró fuera del agua se dio cuenta de que tenía forma humanoide. Su cuerpo era grisáceo y tenía una textura rocosa, llena de poros e irregularidades. En su centro de gravedad se hallaba un enorme diamante de color violeta. Sus extremidades estaban recubiertas por unas placas que se ensanchaban en los vértices. Por detrás, una gran placa que le hacía las veces de capa le daba una apariencia que podría considerarse elegante. Su cabeza, bastante cuadrada, era muy pequeña en comparación con el cuerpo, aunque sus ojos se iluminaban con un fulgor maligno alimentado por el ansia de destrucción. Dio un paso sin apenas advertir la presencia de Cloud, ya que, para ésta, el ex-shinra era apenas un mosquito. Entonces Cloud la llamó.

– ¡Escúchame! – gritó Cloud sin demasiada esperanza de ser oído. Contra todo pronóstico Arma se alteró y sus miradas se encontraron. El coloso se agachó ligeramente; lo cual, para una criatura de semejantes dimensiones, suponía decenas de metros – ¡No debes destruir la ciudad! Es cierto que Shin Ra S.A. es la culpable de muchos de los males que azotan a nuestro planeta, pero también viven muchas personas inocentes que no merecen la muerte. Yo mismo pienso ocuparme de Shin Ra S.A., si tú me lo permites.

Arma miró atentamente a Cloud durante un rato. Era imposible saber si pensaba. Lo cierto es que él no sabía si ella era capaz de entenderle. De hecho, apenas entendía como podría haberle escuchado. Su voz debía haber sonado como el zumbido de un mosquito para Arma. Cloud escuchaba su respiración como si cada expiración fuese un estruendo. Podía escuchar el sonido que provocaban sus articulaciones al flexionarse con el movimiento de la respiración. Era, sencillamente, sobrecogedor.

– Es el momento – se limitó a decir Rufus a través del intercomunicador de su despacho antes de soltar el botón.

El presidente de Shin Ra S.A. miraba fijamente a Arma. Aunque no quería reconocerlo, estaba totalmente aterrorizado. Había previsto casi todo en su plan, excepto un ataque directo de Arma a su ciudad. Si la furia del Planeta caía sobre él de esa forma no tendría forma de salvarse. El cañón de Junon ya había destruido a Arma en el pasado, y confiaba en que pudiera servirle una vez más. No entendía por qué, pero Arma se había detenido en la costa y miraba algo que presumiblemente estaba en el suelo. El caso es que se había colocado en mitad de la trayectoria del cañón. Si no se retrasaba demasiado, podría matar dos pájaros de un tiro: destruir a Arma y eliminar la barrera que Sephiroth había tejido en el Cráter del Norte. Por eso había dado la señal.

– ¿Qué demonios…? – dijo Cid que era el único que se había percatado de lo que ocurría en Midgar. Las miradas de todos se centraban en Arma que, aun desde esa altura, se veía colosal – Mirad eso.

Los reactores de makko se encendieron como jamás los habían visto. El makko brotaba de forma masiva por la parte superior. Si había alguien en el interior  de los reactores, sin duda había muerto por sobreexposición, aunque eso no habría supuesto un problema para el presidente de Shin Ra. Produjeron tal estruendo que todos miraron hacia la macrociudad. Los cables que salían de los reactores empezaron a sacudirse con fuerza y a iluminarse con un color verde fosforito. Para asombro de todos, las luces de toda Midgar se fueron apagando lentamente. Sector por sector, la gente empezó a quedarse sin luz en sus casas, y los carteles de los comercios se tornaron totalmente negros. Por último, el cuartel general de Shin Ra S.A. quedó a oscuras y la gente que usaba los ascensores, encerrados. Rufus no se inmutó. Siguió mirando a través del ventanal de su despacho mientras tomaba otro sorbo de su vaso de whisky. La visión de aquella macrociudad totalmente a oscuras era terrible.

El cañón tenía unos paneles de energía que habían permanecido ocultos hasta el inicio de la carga. Habían empezado a ondear ligeramente cuando los reactores de makko se encendieron, pero ahora lo hacían con brío. En la boca del cañón empezó a formarse una bola de energía que brillaba de forma más intensa por momentos. Los habitantes de Midgar se reunían en las plazas e intentaban imaginar qué estaba ocurriendo.

Arma se incorporó rápidamente y miró sorprendida hacia la bola de energía. Su ceño se frunció y entonces miró a Cloud, y sus ojos mostraron desesperación. El ex-shinra dio media vuelta y observó a lo lejos la gran ciudad, totalmente a oscuras, y el cañón a punto de disparar. Comprendió.

– ¡Nooooooooooooooooooooooooooooo!

El coloso rugió con toda su furia y las placas de piedra que cubrían sus hombros se desprendieron, cayendo al suelo con gran estrépito y haciendo temblar la tierra. En el interior de sus hombros había cientos de cristales que pronto dispararon montones de rayos de energía dirigidos hacia Midgar. Cloud no pudo hacer nada más que agacharse y taparse los oídos, esperando ver el desenlace de aquella extraña batalla.

El cañón disparó. Un grueso rayo de makko concentrado salió disparada a toda velocidad hacia Arma. Ambos rayos se cruzaron en mitad de su trayectoria. Mientras los infinitos rayos que había disparado Arma se dirigían hacia la ciudad, el gran rayo de makko avanzaba inexorablemente hacia el coloso. El rayo de Shin Ra alcanzó de pleno a Arma y la atravesó por completo. El coloso permaneció en pie unos instantes y sus ojos, antes brillantes, se apagaron. El enorme agujero que le habían propinado en el pecho acabó con su existencia. Cayó de rodillas, y Cloud no se vio aplastado por muy poco. Finalmente el cuerpo inerte de la criatura cayó al suelo y todos los habitantes de Midgar pudieron notar la sacudida en la tierra. Pero pronto dejaron de preocuparse por el terremoto, ya que vieron a lo lejos cientos de puntos brillantes que se aproximaban hacia la ciudad.

Rufus observó cómo los rayos de Arma se acercaban hacia él. Comprendió que Arma había intentado dirigir su ataque hacia el cuartel general de Shin Ra. Dicho de otro modo, comprendió que en cuestión de segundos estaría muerto. No se inmutó. Los rayos de Arma empezaron a impactar por toda la ciudad, provocando una gran destrucción. Los habitantes de la placa corrieron histéricos en todas direcciones, intentando huir de aquella lluvia de rayos que estaba arrasando la ciudad. La inmensa mayoría de rayos impactaron en el cuartel general. Lo último que pudo ver el presidente de Shin Ra fue un enorme rayo que entró a través de su ventanal y que provocó una gran explosión que devastó el despacho por completo. Cuando los miembros de Avalancha vieron volar por los aires toda la cúpula superior del cuartel general se quedaron con la boca abierta. Shin Ra S.A. ya no tenía presidente.

Mientras Midgar era arrasada, el rayo que había disparado el cañón de Shin Ra avanzaba sin obstáculos hacia el Cráter del Norte. Atravesó el océano que separaba ambos continentes en cuestión de minutos y finalmente se estrelló contra la barrera, que se iluminó por completo dejando de ser invisible por unos instantes antes de desintegrarse. La puerta hacia el escondite de Sephiroth se había abierto.