Aprovecharon el viaje en Vientofuerte para descansar. En cabina se quedaron Cid y Cloud a solas. Ambos en silencio, oteaban el horizonte esperando ver tierra firme en algún momento. Finalmente Cid carraspeó.

– Oye, chaval. ¿Crees que esto es lo mejor que podemos hacer? No sé, quiero decir… ¡demonios! Mira eso. Hay un meteorito enorme acercándose a nosotros. ¿Por qué no nos centramos en destruirlo?
– Es lo que estamos haciendo – repuso Cloud sin apartar la mirada del horizonte.
– Lo siento, pero no te sigo. Lo único que veo es que seguimos órdenes de un shinra que nos traicionó. Nos manda de una punta a la otra y nosotros obedecemos sin pensar.
– Hay indicios que me dicen que Sith nos está ayudando. Lo primero: la Materia Enorme existe. Tú mismo la has visto, la tenemos a bordo. Además, Los Turcos siempre están involucrados en asuntos de máxima prioridad para el presidente. Si Leno se encontraba en aquel submarino no podía tratarse de una misión cualquiera.
– Ya, pero… ¿Qué sacamos nosotros de sabotear las misiones de Shin Ra en este momento? ¿No deberíamos centrarnos en Sephiroth? – el capitán posó los piés sobre el cuadro de mandos y se quitó las botas con los dedos de los pies.
– Sephiroth se encuentra atrincherado en el cráter, y ha creado una barrera mágica que parece ser infranqueable por el momento. Estoy seguro de que Shin Ra busca la Materia Enorme para destruir esa barrera e ir a por Sephiroth. Si la conseguimos nosotros primero, podremos adelantarnos.
– ¡Ya veo! Ahora lo entiendo. Veo que no te han quedado secuelas, chaval. Los engranajes de tu cabeza funcionan a la perfección – apuró el cigarrillo al máximo y tiró la colilla a un cubo que estaba a rebosar de éstas -. Sólo una pregunta más: ¿por qué no dejar que Shin Ra entre primero, que Sephiroth los elimine a todos, y luego entrar nosotros?
– Porque seremos nosotros quien eliminemos a Shin Ra primero.

Cloud y Cid se miraron fijamente unos instantes. El capitán de la nave se puso en pie y soltó una carcajada.

– ¡JA! Me gusta el plan. Todavía quedan muchos culos que patear. Pero, dime, ¿cómo piensas ir a por Rufus?
– Iremos a Midgar y lo iremos a buscar.
– ¡Con dos cojones! – Cid se encendió otro cigarro -. Eh, eso de ahí es tierra firme. Estamos alcanzando Costa del Sol. Rodearemos el desierto, no quiero toparme con un remolino de arena… no es que Vientofuerte no pueda con ellos, es que no me apetece – se rascó la cabeza -. En fin, cuando hayamos atravesado el Monte Nibel avisaré a la tripulación.
– Está bien. Yo voy a dar una vuelta. Hasta luego, Cid.

Abandonó la cabina y atravesó la pasarela que había justo encima del motor. Se fue a la cama. Antes de que le hubiera podido dar vueltas a su plan, notó un gran sopor y se durmió. Cuando abrió los ojos la iluminación había cambiado. Había pasado más de una hora dormido. Quizás más de dos. Se frotó los ojos y bajó de nuevo. No vio a nadie en la sala de reuniones ni por los pasillos. Tampoco en el vestíbulo. Volvió a la cabina. Estaban todos allí.

– Ya casi estamos – le comunicó Tifa.
– Estupendo – dijo Cloud mientras se incorporaba.
– Cloud, ¿cómo te encuentras? Quiero decir, no hemos hablado desde el accidente.
– Me encuentro mejor que nunca. Ahora sé que yo y solo yo controlo mi destino.
– Me alegro – Tifa sonrió bobaliconamente.
– Tifa… – Cloud le cogió la mano – sin ti no habría salido nunca de la corriente vital.
– A lo mejor sí, tú siempre sales de todo.
– No te quites mérito. Si hoy estoy aquí es gracias a ti. Espero poder devolvértelo alguna vez.

Se abrazaron. Tifa notó un cosquilleo que le subió desde los pies y se intensificó en el pecho. El abrazo de Cloud fue de lo más reconfortante. Cuando se separaron, Cloud la besó en la frente.

– Nunca me separaré de ti – le dijo.
– ¡Yo tampoco de ti! – contestó Tifa mientras una alegre lágrima resbalaba por su mejilla.
– ¡Eh, tortolitos! – gritó un vozarrón desde la puerta – Cid va a aterrizar el trasto. Será mejor que os vayáis preparando, seguro que tenemos fiesta.

Vientofuerte aterrizó justo en la entrada de Ciudad Cohete. El grupo salió como una exhalación. Había un grupo de soldados shinra bloqueando la entrada al perímetro del cohete inclinado. Cuando vieron aparecer a Avalancha, dispararon sus metralletas sin pensarlo. Cloud movió un brazo y un caparazón grisáceo translúcido protegió a todos sus compañeros de las balas. Barret se detuvo en seco. Tras emitir un resplandor verdoso estiró ambos brazos y la tierra se abrió bajo los pies de los soldados. Cuando todos hubieron caído por el abismo, la brecha se cerró y pareció que allí jamás había habido nadie.

Continuaron hasta el cohete. Había gente arriba. Cid maldijo en voz alta y empezó a subir por la escalera de mano. Un rayo le cayó justo en la cabeza y lo hizo volar varios metros antes de chocar violentamente contra un árbol. «¡Cid!», Yuffie corrió en su auxilio. Arriba, a contraluz, había un hombre negro trajeado. Saltó varios metros y se plantó enfrente. Era Ruda, de Los Turcos.

– Lo siento, pero no estoy dispuesto a dejar que os entrometáis otra vez en nuestros planes.