– ¿Qué es aquello?
– Es una torre.
– No, es una roca.
– ¿Cuánto hace que no visitas un médico? Es una grúa – dijo Yuffie, que apareció de repente.

Tras un silencio incómodo, la chiquilla se dirigió hacia Cloud.

– Siento lo del otro día. Me comporté como una niña caprichosa. Me he dado cuenta de que para ser una gran guerrera, primero debo aprender a ser una gran persona.
– No dudaba que volverías – le respondió Cloud seriamente -. Me alegra ver que eres lo bastante adulta como para aprender una lección tan importante. Eres bienvenida de nuevo.

Yuffie se giró y se inclinó levemente.

– Os pido disculpas a todos. He aprendido una lección importante. No os volveré a fallar.

Todos asintieron y sonrieron.

– Vale, vale, perdonada… pero, ¿Qué diablos es aquello? – preguntó Barret.
– Es un cohete – terció Vincent.
– ¿Un cohete?
– Sí, es un vehículo capaz de salir al espacio exterior, teoricamente.
– ¿Cómo lo sabes?
– Durante un tiempo fue la obsesión de Shin Ra.
– Bajo el cohete hay un pueblo – les explicó Cloud.
– ¡Un pueblo!
– Sí, eso significa…
– Comida.
– ¡Y una cama!
– Os recuerdo que no nos queda dinero suficiente para todo eso – dijo Tifa.

Llevaban dos días de marcha ininterrumpida por los prados del noroeste del continente. El clima era seco y la vegetación escasa. Sólo la hierba y algún que otro arbusto se permitía el lujo de crecer. El estómago les daba vueltas y el cansancio hizo que los ánimos se crisparan un poco. Yuffie no había conseguido burlar los atentos ojos de Cloud y Vincent, que se habían percatado de que los seguía de cerca durante ese tiempo.

Cloud y Aerith estaban cada vez más unidos. Solían charlar a solas y, a veces, se distanciaban del grupo. Red había intimado mucho con Vincent desde la batalla con el guardián de Materia. No olvidaba la protección que éste le ofreció al interponerse para detener el ataque trino. Cait Sith también parecía interesado por Vincent. No dejaba de formularle preguntas, pero Vincent se quedaba callado en la mayoría de las ocasiones. Barret fue un pilar muy importante para la estabilidad emocional de Tifa. La noche anterior, Tifa se sinceró con él, y Barret hizo de paño de lágrimas. Ahora estaban, si cabía, más unidos.

Estaban a punto de entrar en el pueblo. Estaban ya lo suficientemente cerca como para advertir que el cohete estaba torcido, oxidado y recubierto de hiedra. Las casas que había a su alrededor eran bajas, pequeñas y estaban construídas con una madera muy oscura. Dentro del pueblo, no había caminos. La (poca) población era, en general, bastante anciana. Llamaron la atención en seguida.

– Veo que os gusta el cohete – dijo un anciano que se les acercó. Iba apoyado en un bastón -. Se llama Shin Ra nº26. Eso es lo que dio nombre a este pueblo, aunque actualmente todo el mundo le llama Ciudad Cohete.
– ¿Por qué han decidido vivir alrededor de este cohete? – preguntó Tifa ingenuamente.
– En realidad, la mayoría de la gente que vivía aquí eran mecánicos de Shin Ra. Esto era una base de lanzamiento, antaño. Cuando abandonaron el proyecto de exploración espacial la gente no se quiso marchar. Que no os engañen las apariencias, a pesar de ser un pueblo rural, muchas celebridades vienen a visitar Ciudad Cohete, por un motivo a por otro…
– ¿Sabe donde podemos comer y dormir esta noche? – le preguntó Cloud.
– Oh, sí, por supuesto… tienen mal aspecto – el hombre echó un vistazo al pueblo -. Vayan a aquella posada, es amigo mío. Tendrán buena comida y catres mullidos por muy poco dinero.
– Muchas gracias.

Cloud se acercó al mostrador. Un anciano obeso le echó una mirada de desprecio y le preguntó: «¿Qué desean?».

– Deseamos alojamiento para esta noche y algo de comida.
– No tengo tantas camas, son muchos.
– El animal y el… robot no necesitan cama.
– Escuchad… aquí sólo alquilamos habitaciones a cambio de gil.
– ¿Le sirve esto? – dijo Vincent sacando una pequeña bolsa de bajo su capa. La puso sobre el mostrador y extrajo dos monedas de oro. Parecían muy antiguas. El hombre admiró las monedas un rato.
– Sean ustedes bienvenidos. Les prepararemos las habitaciones enseguida. Mientras tanto dirijanse al comedor, en seguida les llevaremos algo de comida caliente.
– Es usted muy amable.

El comedor era acogedor. Había varias mesas de madera a juego con las sillas, y una gran chimenea que hacía el ambiente mucho más agradable. Varias mujeres con delantal sacaron gran variedad de platos que el grupo no tardó en deborar. La carne asada estaba especialmente deliciosa.
Cuando hubieron llenado el estómago se dedicaron a comentar todo lo sucedido en las últimas semanas. Parecía que todo lo ocurrido desde Cañón Cosmo había pasado en un instante y que ya había quedado atrás. Esto no era así para Cloud ni para Tifa, evidentemente.

– Qué callado te tenías lo de todo ese oro – le reprochó Barret en tono amistoso a Vincent.

Vincent asintió.

– De todas formas – intervino Red -, debemos encontrar un modo de conseguir dinero. No sabemos durante cuanto tiempo erraremos por los continentes, en busca de Sephiroth.
– Si quieres nos quedamos aquí y buscamos un trabajo, no te jode – repuso Barret.
– Podríamos haber vendido el buggy – dijo Aerith.
– Nunca se sabe si volveremos a pasar por allí. Mejor dejarlo donde está – Barret estaba dispuesto a rechazar todos los planes.
– Lo que necesitamos, es un medio de transporte. No podemos seguir atravesando el mundo a pie – terció Cloud.
– Sí, ya viste lo útil que fue el buggy. Cuando nos encontramos con la montaña, ¡adiós!
– Lo sé… – Cloud se levantó y empezó a caminar de un lado al otro con los brazos cruzados. Se detuvo en la ventana. Dio un respingo. Había visto algo interesante -. Mirad lo que hay allí.

Todos se levantaron para mirar por la ventana, que estaba un poco empañada. Había una avioneta lo suficientemente grande para albergarlos a todos. Se encontraba tras una valla blanca, en el patio trasero de la casa de al lado.

– ¡Robemosla! – gritó Yuffie.
– Mañana por la mañana iré a hablar con el dueño de la avioneta – dijo Cloud -. Ahora será mejor que vayamos a las habitaciones y descansemos un poco.
– Sí, necesito una ducha – dijo Barret mientras se olía la axila.

Se retiraron a las habitaciones. Había dos habitaciones con tres camas cada una. La tercera cama había sido puesta allí eventualmente, era evidente. El papel de las paredes era verde pastel, con rombos negros colocados aleatoriamente. A pesar del pésimo gusto del decorador, les pareció que aquellas habitaciones eran las más acogedoras del mundo. Cuando se hubieron aseado, no tardaron en caer rendidos en las camas. Red se enroscó sobre la alfombra.

– Que descanséis, compañeros.