El sol se elevaba en lo alto del cañón. Cloud y los demás esperaban en la entrada a que Red hablara con alguien para que les dejaran pasar. Barret maldecía por el calor que padecía, el cansancio físico y mental que arrastraba, y el hambre que tenía. En realidad todo aquello era generalizado, pero sólo Barret lo exteriorizaba. El único que parecía fresco y con ganas de divertirse era Cait Sith, aunque, tratándose de un robot, era normal. Había dejado el moguri gordo que usaba como transporte en el buggy y andaba de aquí para allá como un pequeño gato animado.

Muchas cosas habían ocurrido en el viaje desde Gongaga, aunque nadie estuvo al borde de la muerte esta vez. Después de tantos peligros, el viaje se había hecho incluso aburrido y monótono. Atravesaron kilómetros y kilómetros de pradera al sur de Gongaga y luego se unieron al curso del río. Se cruzaron, por cierto, con una enorme manada de unos lagartos verdes como la menta a cuyos ojos no podías mirar, pues podías convertirte en roca. A alguno le hubiera gustado convertirse en una estatua para no tener tanta hambre.
Cuando encontraron un lugar donde el río era menos profundo decidieron atravesarlo. Despertaron a una manada de tortugas salvajes armadas con lanzas que intentaron volcar el buggy (¡Y de qué poco, ay, no lo tumbaron!). Por suerte, las balas de Barret parecieron asustarlas.
Como todo lo malo es susceptible a empeorar, la pradera se convirtió en roca. Llegaron a un gran cañón donde los animales debían haber aprendido a sobrevivir sin agua, pues ésta brillaba por su ausencia. Esto hizo que la sed se sumara a la larga lista de molestias que les estaba causando un viaje tan largo.
Para más inri, una manada de skiskis les cerraron el paso cuando estaban a punto de llegar a lo más alto del cañón. Los skiskis son unas aves rechonchas blancas y negras, con largas plumas rojas y verdes en la cabeza. Son muy territoriales y tienen agallas siempre y cuando anden en grupo. Tras atropeyar a los más cercanos, el resto del grupo se dispersó rápidamente maldiciendo en una lengua que sólo ellos entendían.

Ahora aguardaban a que Red les consiguiera un pase, pues Cañón Cosmo estaba lleno en ese momento. Llevaban largo rato esperando y empezaban a odiar al guarda que no tenía culpa alguna por cumplir su función. El hombre vestía con pieles oscuras y algunas prendas blancas de algodón. Tenía un aspecto algo tribal. A decir verdad, todo el lugar lo tenía.

– Jo, ¡Qué rollo! ¿Cómo pueden prohibir la entrada a un pueblacho como este? – preguntó Yuffie malhumorada. Sostenía su cabeza sobre los dos puños.
– ¿Pueblacho? – Barret se levantó y señaló a Yuffie – ¡No vuelvas a llamar a Cañón Cosmo pueblacho, niña estúpida! Este sitio no es un pueblo, es el lugar donde gente de todo el mundo viene a estudiar el origen de la vida. Es un sitio sagrado para algunos. Más te vale mostrar algo de respeto.
– Muy bien, muy bien, grandullón…
– Mirad, ahí viene Red. Viene con alguien.

Red venía acompañado de un hombre fornido, vestido de forma idéntica al guarda.

– ¿Es cierto que salvasteis a nuestro Nanaki de las garras de Shin Ra? – preguntó de forma autoritaria. Si estaba agradecido, no lo parecía.
– Sí, es cierto – respondió Barret solemnemente.
– Entonces seréis siempre bienvenidos a Cañón Cosmo. Por favor, pasad. Os conseguiremos alojamiento y comida en abundancia. El Maestro quiere reunirse con todos vosotros esta misma noche – el hombre se marchó y el guarda se apartó haciéndoles una reverencia.
– ¡Sí! Ya lo has oído, chaval – le dijo Yuffie al guarda -. Seremos siempre bienvenidos aquí, así que pobre de ti que nos hagas esperar otra vez – puso especial énfasis en la palabra «siempre».
– La verdad es que a mi también me ha caído mal ese guarda – le susurró Aerith a Yuffie y ambas rieron.

A Cloud le llamó la atención una enorme hoguera que ardía sobre un pequeño plano, en mitad del lugar. El fuego ardía con fuerza, aunque nadie la alimentaba. Su fulgor era sólo comparable al Sol. Quedó hipnotizado por un momento.

– Es la Llama de Cosmo – le explicó Red sin que Cloud se lo preguntara – Hace muchos años que arde sin descanso. Es una llama sagrada. He pasado muchos momentos con los míos alrededor de esa llama…
– ¿Dónde están los tuyos? – preguntó Cloud finalmente. Era una pregunta que rondaba su cabeza desde hacía mucho tiempo, pues nunca antes había visto un felino parlante como Red. No obstante, él nunca preguntaba si la conversación no le daba pie a ello.
– Están muertos.
– Lo siento – dijo Cloud fríamente. No se le daban bien esas cosas aunque realmente lo sentía. Red era, en cierto modo, muy parecido a él. Después de todo lo ocurrido sentía cierta empatía.
– Tranquilo. Ya no me produce dolor hablar de ello.
– Eso está bien, de nada sirve lamentarse siempre por las cosas que nos ocurren.
– No eres el más indicado para decirlo, por cierto- dijo Red clavando sus ojos anaranjados en Cloud. Estaban apartados del grupo -. Tus pesadillas no son un síntoma de haber superado lo ocurrido en Nibelheim. No pretendas vivir como si nada hubiera ocurrido. Ocurrió y debes convivir con ello a diario.

Cloud se quedó bloqueado por un momento. Su corazón latía deprisa y algunas imágenes pasaban por su cabeza. Imágenes de su madre entre las llamas. Sephiroth observándole a lo lejos mientras se encaminaba hacia el reactor.
¿Por qué Red había reaccionado así? ¿Por qué le había dicho todo eso? Red era siempre callado. Jamás había participado en conversaciones que fueran más allá de los planes del grupo. Nunca opinaba sobre las historias que se contaban en las hogueras, es más, parecía dormir a menudo cuando se contaban. Aunque todo aquello no significaba que Red no se interesase por ellos o que no prestase atención. Cloud acababa de darse cuenta de que Red le conocía más que algunos que se pasaban la vida criticándole por su comportamiento. Red sabía ver más allá.

– ¿Qué hay de ti? ¿Cómo te sientes al regresar a tu hogar?
– Es extraño, creí que estaría más feliz. Me ha alegrado reencontrarme con mi abuelo, pero este lugar también me trae muchos malos recuerdos.
– Siempre hablas de tu abuelo, pero me has dicho que ninguno de los tuyos vive.
– No es mi abuelo biológico. Es un hombre anciano que me acogió. Le tengo mucho aprecio. Es una de las personas más sabias del mundo. Esta noche le conoceréis.
– ¿Así que tu abuelo es el maestro del que hablan?
– Así es – se notaba que Red estaba orgulloso de aquel hombre por la forma en que hablaba -. Fue en esta misma hoguera la última vez que vi a mi valiente madre antes de que muriera en batalla.
– ¿Qué hay de tu padre?

Red emitió un gruñido y brincó hacia un lado, dándole un buen susto a Cloud. El pelo se le había erizado y miraba a Cloud con una mirada extraña.

– ¡Mi padre fue un cobarde!
– Lo siento, no sabía…
– ¡Abandonó a mi madre a la muerte!
– Tranquilo…
– ¡No merece que nadie pierda el tiempo recordándole!

Red se alejó velozmente. La llama de su cola se elevaba más de lo común. Cloud se encogió de hombros y supuso que Red necesitaba estar un tiempo a solas. Fue a buscar a los demás.