Capítulo VII – La huida

7 noviembre 2007

Barret empezó a disparar. El robot se hizo un ovillo y se cubrió con dos placas. Las balas rebotaban.

– Sigue así, Barret. Mientras le dispares no nos atacará – dijo Tifa entusiasmada.
– Maldita sea, ¿Crees que mi cargador aguantará sesenta pisos? – Barret seguía disparando.
– Dejadmelo a mí – dijo Red.

Red emitió un rugido que se pudo oír en toda Midgar. Su cola se encendió aún más. Con un salto vertiginoso se encaramó al otro ascensor. Cuando Barret dejó de disparar se abalanzó sobre el robot. De un zarpazo le arrancó la placa protectora del pecho. Era un animal realmente corpulento, un zarpazo de Red era como recibir un gran martillazo. Le dio varios golpes más, tirándolo al suelo. Las piezas del robot empezaban a saltar por los aires.
Viéndose acorralado; el meca sacó dos pequeñas hélices de sus hombros, provocándole a Red un pequeño corte en la cara. Usó esas hélices para echar a volar.

– ¿Has visto a ese animal? Tiene una fuerza sobrehumana. Debería ser uno de los nuestros – dijo Barret emocionado con lo que podría ser un nuevo fichaje para Avalancha.

El robot sobrevolaba los ascensores. Estaba computando cuál era la mejor jugada para combatirles.
En ese mismo instante Cloud saltaba haciendo piruetas, esquivando uno tras otro los balazos de la escopeta de Rufus que no se había movido desde el inicio de la batalla.
Aprovechando la recarga de la escopeta, Cloud alargó su brazo y un rayo alcanzó a Rufus.

– ¡Ja! Iluso, poseo Materia de protección – Rufus se reía.

El rayo de Cloud se disolvía a escasos centímetros de Rufus. La magia de barrera era efectiva, pero su efecto no duraría mucho más. Cloud lo sabía. Incrementó la potencia del rayo hasta que un muro, hasta ahora invisible, pudo verse un instante; justo antes de disolverse en miles de trozos multicolores. La onda expansiva hizo que Rufus tuviera que dar unos pasos hacia atrás.

Justo cuando se disponía a disparar de nuevo, Cloud alargó el otro brazo y una gran estalactita horizontal brotó de él, alcanzando a Rufus en el hombro. Tenía un bloque de hielo clavado en un hombro y cientos de metros de caída tras él. Cloud parecía dominar la situación.

– Si haces un movimiento en falso te arrojaré al vacío, Rufus.

El robot empezó a disparar hacia Red que se movía con agilidad. Dos pequeños misiles asomaron bajo los cañones. «Oh, no…», pensó Red.

– Tenemos que hacer algo, voy a cargar el láser – dijo Barret.
– Pero eso te va a dejar exhausto – le respondió Tifa.
– No tenemos más alternativa.

Los cañones del brazo-arma de Barret se escondieron y en su lugar aparecieron una especie de ganchos metálicos. De cada uno de esos ganchos brotaba un rayo de luz hacia un punto común. Estaba concentrando toda la potencia del arma para jugárselo todo a una carta.

El primer misil salió disparado hacia Red. En el último momento el animal saltó y el misil hizo estallar el ascensor por los aires. Red se aferró a las guías del otro ascensor con sus enormes garras negras. Se dejaba caer arañando el metal con sus garras.

– Eres demasiado confiado, ex-SOLDADO.

Rufus se dejó caer al vacío. Cloud no pudo evitar mirar hacia abajo para ver como caía y un disparo le acertó de lleno, enviándolo directo contra la pared de cristal del despacho del presidente. Estaba dolorido y lleno de cristales rotos. Estaba empezando a odiar a Shin Ra y estaba harto de aquella misión. En ese momento le hubiera gustado estar a miles de kilómetros de allí. Al fin y al cabo la lucha por el planeta no era tan importante para él. Se acordó de aquel lugar que se anunciaba en los suburbios: «Para degustar un vino delicioso o comprar un bonito anillo, ¡¡¡Detente cerca del paraíso de las tortugas!!!». Le hubiera gustado estar allí, tranquilo y lejos de Midgar. En cuanto acabara este trabajo abandonaría la ciudad.

El robot disparó el segundo misil. Red no podía hacer gran cosa en esa posición, así que se dejó caer hacia el ascensor donde se encontraban los otros. La explosión hizo que se tambalearan. Una gran bola de energía salió disparada hacia el robot, que estalló en mil pedazos. Barret lo había logrado.

– Ha ido de poco – dijo Red respirando fuertemente.
– Lo he… logrado – dicho esto Barret cayó al suelo desmayado.
– Intentaré reanimarles, soy una buena curandera – dijo Aerith mientras echaba a un lado su cayado.

En medio del cielo negro apareció el helicóptero de Shin Ra. Rufus iba colgado de uno de sus patines.

– Eres un buen guerrero, pero si aprecias tu vida será mejor que no te entrometas en los asuntos de Shin Ra – le dijo el recién estrenado presidente.

El helicóptero se perdió en el cielo. Cloud se levantó como pudo y salió corriendo. En la planta inferior se encontró a Tifa.

– Dios mío, Cloud, estás herido.
– No es nada, debemos salir de aquí.

El ascensor había dejado de estar al aire libre. Las plantas más bajas eran más grandes, de modo que el ascensor les llevaba por el interior del edificio. Llegaron al vestíbulo principal.

Barret y Red estaban algo mejor gracias a las artes curativas de Aerith y a la Materia que Cloud le entregó. Intentaron salir por la entrada principal. Cuando estuvieron fuera, cientos de soldados de Shin Ra les apuntaban con sus armas.

– Las manos arriba. Salgan despacio del edificio.
– ¡Y un cuerno!

Entraron de nuevo. Bloquearon las puertas para ganar tiempo mientras ideaban un plan. Al cabo de un rato apareció Tifa que les hizo señas para que subieran. Todos se reunieron con ella.

– ¿Dónde está Cloud? – preguntó Aerith.
– Tranquila, está bien. Él viene ahora.

En aquella planta había algunos coches de muestra, marca Shin Ra. Eligieron una furgoneta azul. Tifa se puso al volante y puenteó el vehículo. Aerith montó de copiloto. Barret y Red montaron detrás, que estaba al descubierto. Barret miró hacia una pared en la que había una octavilla.

– El paraíso de las tortugas… ojalá estuviéramos allí ahora.

Cloud apareció por unas escaleras montado en una moto. Se colocó delante de unas vidrieras y les miró. Todos comprendieron lo que había que hacer si querían tener alguna posibilidad de escapar.

Cloud le dio gas y rompió la vidriera. Tras varios metros de caída estabilizó la moto. Estaba en la autopista del sector 5. La furgoneta cayó tras él. No tardaron en tener a decenas de soldados de Shin Ra siguiéndoles en moto. Debían llegar al límite de la ciudad antes de que les atraparan.