Esperaban maniatados al presidente. Los Turcos les vigilaban. Estaban en el despacho del presidente, en la planta más alta. Había columnas de mármol negro y una vista prodigiosa.
El presidente entró en el despacho y se sentó en su gran mesa gris del centro.

– Gracias chicos. No sólo me entregáis a la Anciana ahí abajo sinó que además os entregáis vosotros mismos más tarde.
– ¡Maldita escoria! – Barret quería soltarse – Te hemos dejado el laboratorio hecho pedazos y has destruido todo un sector para nada. Te ha salido el tiro por la culata.
– ¿Eso crees? – el presidente se levantó y empezó a pasear lentamente frente a ellos – Veréis… la chica es la última superviviente de los Cetra..
– ¿La chica es una Cetra? – el gran gato tenía expresión de sorpresa.
– ¿Qué demonios son los Cetra? – preguntó Barret.
– Tanta lucha por el planeta y ni siquiera conoces a los Cetra. Eres tan patético… los Cetra fueron una civilización que gobernó este planeta hace millares de años. Se creía que se habían extinguido, pero mira por donde que hemos encontrado a la última de los suyos.
– ¿Para qué la quieren? – preguntó Tifa con voz temblorosa. Se imaginaba a Aerith víctima de miles de experimentos genéticos de Hojo.
– Querida, los Cetra nos guiarán a una tierra de felicidad ilimitada: la Tierra Prometida. Esa tierra debe estar rebosante de makko. Utilizaremos esta facultad de la Cetra para llegar hasta ella y construir allí Neo-Midgar.
– ¿No te das cuenta de que el makko no es infinito? ¡Vais a matar al planeta! – ladró Barret.
– Pfff… me aburrís. Lleváoslos – el presidente se dio la vuelta y se encendió otro puro.

Tuvieron que llevarse a Barret a rastras. Estaba dispuesto a sermonear al presidente.

Cloud miraba a Tifa dormir. Tenía una cara angelical. Realmente era una muchacha muy guapa, pero Cloud no podía verla como otra cosa que no fuera su amiga de la infancia. Se alegraba de que le hubieran encerrado con ella en aquella prisión provisional.

Estaban encerrados en unas pequeñas celdas que había en el almacén de Hojo de la planta 67. Llevaban muchas horas. Cloud creía que era algo provisional mientras les trasladaban a alguna prisión lejana. «Espero que no nos lleven a la prisión de arena de Corel», pensaba Cloud. Se oyó una tos en la habitación de al lado.

– ¿Aerith?
– Sí, ¡hola! ¿También estáis encerrados aquí?
– Así es. ¿Estás bien?
– Muy bien. Oye, Cloud, ¿no crees que es un poco extraño que nos tengan aquí tanto rato?
– Se traerán algo entre manos. ¿Sabes por qué te quieren?
– Claro… soy una superviviente de los Ancianos. Quieren que les guíe a la Tierra Prometida.
– ¿Y tú sabes dónde está?
– No… pero no es difícil saberlo. Sólo tengo que escuchar al planeta y él me lo dirá.
– ¿Escuchar al planeta? ¿Puedes oírlo ahora?
– Me temo que no. Hay demasiada gente, demasiado ruido.
– Ya veo – Cloud se levantó y fue hacia la puerta metálica.
– Algún día saldré de Midgar, viajaré por el mundo para enriquecer mi espíritu y entonces él me hablará. Entonces volveré al planeta.

«Hablaré con él». «Volveré al planeta». A Cloud le sorprendía la forma de hablar de Aerith. Se preguntaba si sería verdad que el planeta estaba vivo y sufría. Estaba hecho un lío. Siempre había creído que eso eran estupideces. ‘Clac’ «¡Se ha abierto!».

– ¡Se ha abierto! – Cloud despertó a Tifa – Tifa, arriba, somos libres.

Salieron de su celda y liberaron a los demás. Barret había estado con el animal.

– ¿Os encontráis todos bien? – preguntó Barret.
– Sí – respondieron todos.
– Es muy extraño todo esto. Sólo hay luces auxiliares. Este silencio me inquieta – dijo Cloud. Tenía un mal presentimiento.

Fueron al final del pasillo, recorriendo todas las celdas. Cuando llegaron al armario donde habían guardado sus armas se quedaron estupefactos.

– ¿Pero qué coño…?

El guardia que había allí había sido brutalmente asesinado. Tenía todas las vísceras fuera y un brazo arrancado. Tenía un agujero que le empezaba en el ojo derecho y acababa en lo más alto de su cráneo.

– Esto no lo ha hecho ningún ser humano – dijo el felino.
– ¿Qué crees que puede haberlo hecho, eh…? – dijo Cloud, a quien le parecía que ese felino era mucho más sabio y más sensato que muchas personas que conocía.
– Hojo me llama Red XIII. Podéis llamarme así. Será mejor que vayamos a comprobar qué ha pasado.
– De acuerdo, Red.

Avanzaron siguiendo el rastro de sangre que había dejado por el suelo la criatura que había matado al guardia. El rastro conducía hacia el ascensor de especímenes.
Cuando pasaron cerca de la jaula donde Red estuvo cautivo, Cloud giró la cabeza sin querer ver lo que iba a ver. La cápsula que contenía a Jénova estaba rota. Había reventado y todo el suelo estaba lleno de ese líquido gelatinoso y lleno de sangre que le rodeaba. Cloud empezó a temblar. Tifa se agarró al brazo de Cloud.

– Jé… Jénova. Ha escapado.
– Espero no cruzarme con esa cosa por aquí.
– Cloud, deberíamos irnos – le dijo Aerith.
– Tenemos que averiguar qué ha pasado.

Subieron en el ascensor de especímenes que estaba encharcado de sangre. El olor era insoportable. Cuando llegaron al laboratorio vieron a la criatura con la que habían luchado partida en pedazos. Los cadáveres descuartizados de los ayudantes de Hojo adornaban las paredes y el suelo.

– Quienquiera que haya hecho esto no es de este mundo – dijo Red.

Siguieron el rastro de sangre que les llevaba por las escaleras metálicas. En el pasillo se encontraron a un guardia de Shin Ra al que le faltaba media cabeza y una pierna. Siguieron el rastro escaleras arriba. El rastro parecía llevar al despacho del presidente. Cuando llegaron no pudieron creer lo que vieron.

– ¡Está muerto! – Barret estaba a medio camino entre la felicidad y el terror.

El presidente de Shin Ra yacía muerto en su mesa. Cuando se acercaron pudieron ver algo clavado en su espalda. Era una espada delgada y muy larga con un mango negro. Cloud conocía bien el nombre de esa espada.

– ¡No puede ser! – Cloud temblaba. Pocas veces había sentido el terror que entumecía todos sus músculos en ese momento – Está… muerto, es imposible.

Sólo había una persona capaz de manejar aquella espada en este mundo. Cloud sabía muy bien quién era el autor de todos aquellos crímenes.